“DENUNCIA CONTRA LAS BALSAS DE CÁÑAMO”

 Rafael Moñino Pérez

LUNES 06-04-2020

(Trascripción literal del manuscrito por Patricio Marín Aniorte, Cronista Oficial de Cox)

José Fulleda Lozano y treinta vecinos  de Cox denuncian la cercanía de la ubicación de las Balsas de cocer cáñamo y sus posibles efectos nocivos de las mismas para el vecindario cercano, (el Barrio de la Calle Bajo)

(Se libró certificación de este acuerdo- Cox 7 de Agosto de 1922-El Secretario)

“Sentencia (sólo dice tencia) de mí el infrascrito Secretario interino, se trató y acordó lo siguiente:

Se leyó y aprobó el acta de la Sesión ordinaria celebrada el día treinta de Julio último.

Se leyeron igualmente los Boletines Oficiales de la Provincia en la parte que interesa a la Corporación y las órdenes y comunicaciones recibidas de la superioridad acordándose su más exacto cumplimiento.

Seguidamente por el Sr. Alcalde Presidente se dio cuenta a la Corporación de una instancia presentada por José Fulleda Lozano y treinta vecinos más, domiciliados en las calles Mayor, San Roque, Huerta y Huertos reclamando contra cinco balsas de cocer cáñamo, que existen a menor distancia de doscientos metros de la última casa del pueblo, porque al cocer el cáñamo y evacuar las aguas putrefactas que después de cocido se desaguan de ellas, producen olores tan malas y miasmas tan perjudiciales a la salud que son causa de que entre los vecinos de dichas calles se desarrollen enfermedades entre otras el paludismo; que se ha practicado la medición de las distancias que median entre la última casa del pueblo y las referidas balsas y oscilan entre ciento treinta y ocho metros las primera, y ciento setenta y cinco la última de las repetidas cinco balsas, y que a los dueños o arrendatarios de éstas, se les ha pasado oficio requiriéndoseles para que emprendan (sic) toda clase de operaciones preparatorias de embalse hasta que sea resuelto por las Juntas Municipal y Provincial de Sanidad, lo que proceda, habiendo informado los Sres. Médico Titular de este pueblo e inspector de Higiene y Salubridad Pecuarias, de que el embalsar el cáñamo a tan poca distancia de la población es altamente nocivo para la salud pública y que procede la clausura de las mismas.

Enterada la Corporación se abrió amplia discu (¿discusión? falta el resto del documento.

-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-

            Del archivo municipal procede esta curiosa aunque incompleta denuncia fechada en 1922, encabezada por José Fulleda Lozano y treinta vecinos más de Cox, contra cinco balsas de fermentar cáñamo, de las cuales conocí bien cuatro y conservo una vaga idea de donde estaba la quinta, aunque a partir de los años cuarenta se redujeron a las tres que se señalan en la fotografía que ilustra esta colaboración, una de las cuales, la mayor, propiedad de mi tío José Pérez Rives y explotada en arrendamiento por mi padre, ocupaba el lugar más próximo al cauce de La Dobla. Aunque el texto de la denuncia es incompleto y contiene un vocablo inapropiado por contradictorio, ya que donde figura el término emprendan debería decir suspendan o interrumpan, refleja uno de tantos casos históricos del rechazo que las balsas fermentadoras de cáñamo han producido a lo largo de la historia, rechazo motivado siempre por los mismos motivos: mal olor, producción de miasmas, y una larga lista de enfermedades varias, entre ellas el paludismo como la peor de todas. Vaya por delante la afirmación de que todas estas motivaciones, como veremos después, no tenían fundamento científico. Hoy sabemos la verdad de las balsas del cáñamo y sus aguas, y lo que ocurre química y biológicamente dentro de ellas, pero la ignorancia de la época, heredera de otra anterior un siglo atrás respecto del mismo problema, provocaba el temor colectivo en una población marcada por trágicos recuerdos de cóleras y pestes de todas clases que diezmaban la población de amplios territorios, entre ellas la llamada gripe española de 1918, que aunque no fue español su origen pasó a la historia con dicho nombre, y de la que los firmantes de la denuncia fueron contemporáneos. Nótese también que la denuncia está fechada el 7 de Agosto, pleno verano y época de la mayor actividad de enriado del cáñamo y, por tanto, de olor a balsa, lo que haría que los ánimos de los denunciantes estuvieran sobreexcitados.

            Llama también la atención en el texto de la denuncia el apoyo unánime a las acusaciones de los denunciantes por parte de las autoridades sanitarias locales, el médico titular y el inspector de Higiene y Salubridad Pecuarias, que debía ser veterinario. De quién fuera el veterinario no tengo noticia, pero el médico titular era D. Isidoro Díez Iglesias, afincado en Cox, aunque natural de Ciudad Rodrigo (Salamanca), por cuyo origen hemos de suponerle ajeno a la tradición cañamera de nuestra huerta y enriado del cáñamo, algo que los cojenses de mi edad y anteriores habíamos mamado, dicho sea en términos vulgares. Pero aunque ambos facultativos apoyaran técnicamente la denuncia -pese a que Luis Pasteur ya había descubierto sesenta años atrás la fermentación butírica-, tampoco debemos ser severos con su actitud, pues el proceso fermentativo de las balsas debía ser conocido entonces solo por muy pocos especialistas cuya curiosidad científica les fuera motivada por su particular afición, pero que, por ser un asunto tan poco relevante como una tradicional práctica agrícola frente a los abundantes retos que siempre se planteaban a la medicina, sería dejado de lado.

            También hay que añadir a esto la mala fama que históricamente tenía el enriado del cáñamo en publicaciones médicas un siglo anterior a la fecha de la denuncia. En el Diccionario de Ciencias Médicas (volumen 32, pág. 217, año 1826), después de un severo preámbulo de insalubridad dedicado a los estanques llenos de agua donde se fermentan el cáñamo y el lino, se dice lo siguiente: “El olor sumamente fuerte y nauseoso del cáñamo se comunica al agua. La parte vegetal esperimenta (sic) una especie de fermentacion pútrida que aumenta la infeccion de las aguas y las hace muy mal sanas y de gusto desagradable; el peligro es mucho menor cuando se embalsa el cáñamo en agua corriente. No solamente se alteran las aguas, se vicia el aire y salen emanaciones desagradables en el embalsado, sino que tambien estas tres causas reunidas suelen fomentar algunas enfermedades en los lugares, y tambien causan grandes estragos en la población de los campos. Algunas calenturas intermitentes de varias naturalezas, y á veces perniciosas, suelen dimanar de esta triple causa; los niños que habitan junto á estas balsas, se hallan en un estado de languidez, contraen la disposicion á las escrófulas y á la caquexia; otras mil incomodidades, que los habitantes de los campos no saben á qué atribuir, dimanan también de este origen.”

            Como se desprende de lo anterior, sus motivos tenía la gente, aunque fuesen fruto de la ignorancia. No se conocía la causa de muchas enfermedades –Pasteur nació sólo cuatro años antes de publicarse esta diatriba contra las balsas del cáñamo-, y aunque un siglo después, ante una enfermedad grave se sospechara de la acción de algún germen microbiológico responsable, tampoco debía estar muy claro para un médico de pueblo o veterinario que fuera virus, bacteria o cualquier otro el agente infeccioso que mataba a sus pacientes. Y aunque el galeno supiera la causa, en muchos casos daba lo mismo, pues como la farmacopea de entonces no disponía de los remedios eficaces que hoy conocemos, el caso se daba por incurable, así que, como se dijo más arriba, el informe de apoyo a la denuncia de insalubridad de las balsas de Cox, si bien fuera solo por si acaso, tenía sobrada lógica.    

            Pero la realidad, como también se apuntó antes, era muy otra, y nada de lo que ocurría en la fermentación del cáñamo o del lino era perjudicial para la salud, por lo que tanto lo que se expone en la denuncia como lo que se dice en el Diccionario de Ciencias Médicas de 1826, no es verdad, y no por mala fe, sino por ignorancia. Algo de esto ya se publicó en la revista de fiestas de Cox del año 2012 bajo el título “Práctica del balsaje del cáñamo”, colaboración extractada de un trabajo más extenso sobre el cáñamo titulado EL CÁÑAMO: BREVE VISIÓN ETNOGRÁFICA, BALSAJE Y FERMENTACIÓN EN LA VEGA BAJA DEL SEGURA, uno de cuyos capítulos se dedica precisamente a la fermentación, y en cuyo estudio obtuve la valiosa colaboración de D.ª Concepción Paredes Gil, Doctora en Ciencias Químicas del Departamento de Agroquímica y Medio Ambiente de la Universidad Miguel Hernández, quien me hizo el favor de fermentar durante diez días y enviarme los datos exactos de temperatura y acidez de una muestra de lino silvestre que le llevé, mientras yo, por mi parte, hacía lo mismo con otra muestra de lino y dos de cáñamo para comparar y asegurarme de la concordancia de resultados entre las fermentaciones caseras y la de la Universidad. También colaboraron otras personas que no figuran en la lista de agradecimientos –y que no se citan por razones de espacio-, pero si alguien tiene interés por ello, o por conocer el trabajo en su totalidad, solo tiene que pedirlo y se le enviará gustosamente.

            Llegados a este punto, sobre la fermentación del cáñamo y del lino –y también del kenaf- diremos sucintamente que es idéntica. Su principal responsable es el Bacillus amylobacter, el cual, en condiciones anaeróbias (ausencia de oxígeno) destruye los compuestos llamados amilopectinas que mantienen fuertemente unida la fibra al tallo. Durante el proceso, el agua se acidifica hasta valores medios de pH entre 5’7 y 4’96, desprendiéndose al mismo tiempo gas carbónico, hidrógeno y ácido butírico, cambiando el color del agua a marrón claro y formándose una capa de espuma en la superficie, tanto más espesa cuanto más tumultuosa sea la fermentación. De todo esto, el ácido butírico -también llamado “olor a balsa”- es el único que huele, pues el resto de gases son inodoros, y al decir que huele hay que añadir que se trata de un perfume que puede gustar o no (a mí, personalmente, no me molesta, más bien me agrada, y añado también que el que desprende el lino es algo dulzón), pero no tiene nada de nocivo, como no lo son los olores a sudoración axilar o podológica aunque sean desagradables. No se trata, pues, como decían los médicos en 1826 y en el texto de la denuncia, de fermentaciones pútridas, aguas putrefactas y miasmas, sino de un proceso fermentativo controlado, empíricamente si se quiere, pero bajo la vigilancia y secular  experiencia del oficio de balsero.

            En cuanto al paludismo, tanto las larvas del mosquito Anopheles, su transmisor, como las del vulgar Culex o las de cualquier otra especie que nos picara en la huerta las noches de verano, no encontraban en el agua de las balsas buen lugar de cría (nunca las vi en ellas, y fui balsero), pues aparte de la acidez del medio y de la escasez del alimento que podrían encontrar en otras aguas, estaba el problema de la respiración, porque respiran aplicando el espiráculo sobre la parte inferior de la superficie del agua, pero si la superficie se halla cubierta de espuma carbónica, esto no es posible. Solo hay un insecto, la mosca de las charcas (Eristalis tenax), cuya larva, de unos dos centímetros de larga y tres o cuatro milímetros de gruesa, es capaz de vivir en este medio, pues su espiráculo es cuatro o cinco veces más largo que su cuerpo y puede elevarlo a suficiente altura sobre el agua para tomar aire por encima de la espuma, algo así como si el periscopio de un submarino se elevara cuatrocientos o quinientos metros sobre su torreta. Estas larvas, a las que llamábamos “gusanos de balsa”, eran también para el balsero uno de los indicadores de la marcha de la fermentación. Y del resto de tonterías sobre languideces, escrofulismos y caquexias de los niños, mejor dejarlo, pues aparte de que durante el desembalse del cáñamo los obreros pasaban el día con la ropa empapada, los niños de entonces -hoy octogenarios- nos metíamos a veces al final de la faena, con el agua casi al cuello, para acercarles algunas garbas que flotaban lejos de su alcance por la deriva a causa del viento.

            Por si lo dicho sobre la inocuidad de las balsas fuera poco, ahí van un par de detalles más: uno ecológico y otro agronómico. Del ecológico diré que la llamada Azarbe de Las Balsas donde desaguaban las que fueron objeto de la denuncia, desde su mismo principio, pues esta azarbe nacía allí, hasta su confluencia con la de Simón era un precioso biotopo de rica biocenosis de plantas, peces, batracios, artrópodos y toda clase de seres acuáticos, como lo eran las demás azarbes de la huerta que los de mi generación tuvimos la inmensa suerte de conocer y disfrutar. Y del agronómico, que el riego con sus aguas ligeramente ácidas y cargadas de materia orgánica incrementaba la fertilidad de las tierras calizas de la huerta, abonándolas y facilitando la asimilación de los minerales con que se alimentan las plantas.