Copia de Foto 2 (1)Cuando sucede un hecho luctuoso o un delito donde intervienen armas de fuego, ya sean rayadas como rifles y pistolas, o de ánima lisa como las escopetas de caza, es frecuente que si el periodista, además de explicar el suceso se empeña en añadir detalles sobre el calibre del arma usada en el mismo, se arme un lío tremendo y acabe dando explicaciones absurdas, pues suele confundirse y hasta mezclar diferentes nomenclaturas. En el caso de las escopetas de caza, el calibre se basa en el peso en plomo de la libra inglesa, que equivale a 453’5 gramos. Si nos referimos al más usado y popular de los calibres, la escopeta del 12, significa que si la libra inglesa se divide en doce esferas de plomo iguales, cada una de estas bolas se ajusta al hueco o anima del cañón, y si hablamos de la escopeta del 16, equivale a decir que se divide en 16 bolas con el mismo resultado, y esto vale para el resto de calibres, que, lógicamente, van disminuyendo en diámetro a medida que aumenta el número ordinal, siendo todavía menores los calibres 20, 28 y 32, como sabemos perfectamente los cazadores. A veces se dice que la escopeta es magnum, lo cual significa que es un arma reforzada y capaz de disparar un cartucho de potencia y peso de perdigones superior a su calibre, como sucede con algunas escopetas del 16 y del 20 que soportan presiones de disparo equivalentes a las del 12.

Pero, naturalmente, esto no fue siempre así. A principios del siglo XIX, cuando el ejército francés con Napoleón a la cabeza invadió España, en algunos pueblos se hicieron inventarios de las armas disponibles en manos del vecindario para luchar contra el invasor si fuera necesario. Aparte de toda clase de armas blancas como sables, espadas, estoques, cuchillos, y hasta chuzos de sereno incluidos, se citan pistolas, cachorrillos y escopetas de calibre 14 y 16 adarmes. Los cachorrillos eran pequeñas pistolas de bolsillo de un solo cañón, naturalmente de avancarga y encendido a chispa de pedernal como todas las armas de la época, pero en las escopetas es necesario explicar que el calibre en adarmes representa el peso en gramos de los perdigones, y como esta antigua medida de peso castellana equivale a 1’79 gramos, el calibre 14 quiere decir que la escopeta disparaba en cada tiro 25 gramos de perdigones, y la del calibre 16, 28 gramos. La pólvora disponible en esa época por los cazadores no debía ser de buena calidad, pues se usaba el equivalente a la cuarta parte del peso de los perdigones, o sea, 6 gramos para el calibre 14, y 7 gramos para el 16. El taco más corriente usado para los perdigones era de esparto picado, y para las balas era preferible el de fieltro aceitado.

A todo esto hay que añadir una curiosidad. Los calibres de las armas portátiles de la época eran muy semejantes entre sí, variando solo en lo reforzados que fueran para disparar un mayor o menor peso en plomo y pólvora, así que tanto los arcabuces, fusiles, escopetas y pistolas eran muy parecidas en diámetro de ánima al actual calibre 16 de la escopeta moderna, que -otra curiosidad- se aproxima más que ninguno al calibre real en milímetros, lo que no pasa de ser una casualidad. La inmensa mayoría eran de un solo cañón, todo lo lujosa que pudiera pagarla su dueño, pero un solo tiro que había que apuntar bien, pues aunque también se fabricaban de dos cañones, no eran prácticas por ser demasiado pesadas, ya que las deficientes pólvoras de la época obligaban a fabricar cañones muy largos para sacarles algo más de rendimiento en plomeo y velocidad. Otra cuestión era estar sentado en un puesto de ojeo, donde las de dos cañones tenían sus evidentes ventajas.

En cuanto a los perdigones, nada de elegir como ahora el número seis para torcaces y liebres, el siete y ocho para la perdiz y el 9 y 10 para el tordo. Todo el mundo disparaba, por que no había donde elegir, algo parecido al plomo zorrero del 4. Los claros en el plomeo, con solo 25 o 28 gramos de gruesos perdigones disparados por un cañón cilíndrico, serían considerables, pero si acertaba bien uno solo de estos plomos a la pieza, seguro que bastaría para cobrarla.

Rafael Moñino Pérez

Agente de Extensión Agraria jubilado