Valencia en llamas, por Pepe López
Recuerdo, de niño, que en la zona rural donde uno nació había un hombre que nos daba miedo. Tenía siempre la cara llena de arañazos, un mapa de pequeñas llagas. Pasaba el tiempo y aquella persona no mejoraba su aspecto. “Es que dicen que se le aparecen sus antepasados por la noche y le da por arañarse el rostro”, decía la leyenda, oída a escondidas de los adultos por toda explicación. Aquí y ahora también se nos aparecen algunos muertos. Francisco Camps, ¿se acuerdan?, acaba de salir del reino de los no vivos. Se nos ha aparecido en plena noche.
En Pedro Páramo y El llano en llamas, la magistral obra de Juan Rulfo, la vida de los muertos y los vivos se entremezcla al punto de no saber dónde acaba la de lunos y comienza la de los otros. Leyéndola cuesta saber si el relato se hace desde un lado o del otro. Quizás porque no hay vida sin su muerte, y al revés.
Será por eso que cuando ayer sábado escuchaba retumbar en mis oídos la voz de Camps a la salida de su declaración a la carta como testigo del caso Nóos reivindicar su obra, y de paso la de Zaplana y la de Fabra, la política de los grandes eventos, no tuve más remedio que arañarme la cara. Tuve miedo y quería saber si en verdad era él.
El hombre ha regresado en nuestra noche para pedirnos cuentas y decirnos que los arañazos que desfiguran nuestro rostro y el fuego que ha quemado casi todos nuestros sueños, desde Castellón a Alicante, ha sido purificador y que lo que vemos son solo reflejos de Fallas y Hogueras mal calcinadas: “Todo se ha bien, con honestidad y honorabilidad”. Valencia en llamas creo se llama la obra. Se vende en quioscos y librerías. No apta ni para niños ni para espíritus sensibles. En twitter @plopez58