¿DE MANTEQUILLA?

Rafael Moñino Pérez

JUEVES 01-06-2023

“Nuestro gobierno ha promulgado el real decreto ley 4/2023 de 11 de Mayo para proteger a los empleados frente a temperaturas extremas y limitar el trabajo al aire libre cuando exista alerta naranja o roja por altas temperaturas. Así, pues, cuando el trabajador no esté protegido será obligatorio adaptar las condiciones de trabajo, incluso reducir o modificar las horas de jornada laboral.”

El entrecomillado párrafo anterior resume sustancialmente la norma oficial, a la que no tengo nada que objetar, y que incluso aplaudo por proteger a los trabajadores en condiciones extremas de calor, pues aunque hace años que me jubilé, de joven he padecido bastante esas condiciones extremas en la agricultura. También he leído por ahí que estas o parecidas normas ya estaban vigentes en algunos de los diecisiete pedazos autonómicos en los que se halla dividida España, así que, si se adoptan con carácter general, miel sobre hojuelas y bien venidas sean.

Por mi parte, entre comentar el asunto bajo el prisma del humor, o en plan serio, optaré por lo primero recordando el aforismo de “a buenas horas, mangas verdes”, porque ambos estamentos, autonómico y estatal, no han hecho otra cosa que sancionar sobre el papel lo que ya lleva muchísimos años en la práctica, de lo cual podemos dar fe los que, en palabras de nuestras abuelas -analfabetas en su mayoría-, contamos ya los años por cuatro veintenas y pico; porque las cosas, cuando son como son, y no las puedes cambiar, te obligan a tomarlas tal como vienen. Y aunque esta afirmación parezca una perogrullada, no lo es, y especialmente en el sector agrario, el que nos daba y nos sigue dando de comer, pese a la sequía y aumento de los costos de producción, gracias a los esfuerzos de los agricultores y ganaderos.

En los ejemplos que mostraré a continuación veremos también que, legislaciones aparte, frente a las preferencias de hacer las cosas con calor o sin él, mandaba la propia faena o trabajo a realizar. Téngase en cuenta que hasta los años cincuenta del pasado siglo no empezó a llegar la maquinaria, y casi todas cosas se hacían a mano, por lo que, según fuera el trabajo, se buscaba el equilibrio entre esfuerzo y rendimiento según el calor reinante. Veamos primero algunas faenas para las que el calor constituía un inconveniente, y después otras en las que era una ventaja.

INCONVENIENTES DEL CALOR

La siega del cáñamo: Considerado el trabajo más duro de la huerta, la temporada de siega comenzaba mediado el mes de Julio. Era fundamental aprovechar la brisa, si la había, para aliviar el calor, por lo que las parcelas tenían a veces dos frentes de siega para trabajar en el caso más favorable. Comenzaba al romper el día, y después de dos o tres horas de siega se tomaba un frugal almuerzo, para seguir segando hasta media mañana, o algo más tarde si el día era nublado. El segador dejaba la faena y se iba a casa a descansar, comer y dormir la siesta, para reanudar la faena a partir de las cuatro de la tarde. Cerca de la puesta del Sol interrumpía la siega para tomar una suculenta merienda (solía ser de conejo frito con tomate), continuándola después hasta su terminación, o hasta que la oscuridad de la noche lo permitiera. También los había que segaban de noche a la luz de la Luna o de faroles.

Faenas con legón o azada: Ambas herramientas exigen bastante esfuerzo para su manejo. El legón era imprescindible para hacer caballones, cavar arroyos y recalzar toda clase de cultivos (patatas, pimientos, apio, algodón, etc.). A esto se unía a veces la clase de tierra, pues si era arcillosa, con el calor perdía pronto el tempero y se endurecía más de la cuenta, dificultando el trabajo a últimas horas del día.

Con la azada se cavaban las orillas y cornijales de las parcelas donde no llegaba la reja del arado. Excepcionalmente, sobre todo en parcelas pequeñas, también se cavaba el terreno en vez de labrarlo con mulas o vacas, pero las faenas con azada, si era posible, se dejaban para días nublados o con viento para sudar menos.

El pastoreo: Para los rebaños de ovejas y cabras que aprovechaban las rastrojeras y pasto silvestre era necesario madrugar o salir a media tarde, pues, con el calor, los animales prefieren más buscar la sombra que la comida.

Plantación de patata “de verdeo”: En Agosto se plantaba la patata de segunda cosecha, llamada también “de verdeo”, sobre caballones con tempero, para lo cual se abría el caballón por la cresta para colocarla y taparla a continuación. Se hacía muy temprano, pues, por experiencia, la brotación de la patata era más segura (aunque, a veces, ocurría lo contrario), así que la jornada laboral solía terminar antes del mediodía.

VENTAJAS DEL CALOR

La siega de cereales: Contrariamente a la siega del cáñamo, cuyo tallo en estado verde es indiferente al corte de la hoz con calor o sin ella, la de los cereales es más costosa a primeras horas de la mañana que con las caniculares del medio día. Pese al mejor ambiente mañanero para el segador, las plantas húmedas o frías ofrecen más resistencia al corte, y la siega cunde menos; pero cuando el Sol calienta a plomo los riñones, la mies se deja cortar y recoger con facilidad. También, a diferencia del cáñamo, la escasa altura del cereal no estorba la brisa, venga de donde venga.

Desgargolar el cáñamo: Esta faena (enjargolar, en lenguaje vulgar) consistía en separar la hojarasca de la planta del cáñamo. Pasados unos días desde la siega, con el cáñamo seco, se golpeaban las garbas con una horqueta para librarlo de la hoja antes de embalsarlo para su fermentación. Aquí, el calor era fundamental, pues no era posible hacerlo bien si el día amanecía nublado y no despejaba; en cambio, con buen Sol y calor, en pocos golpes quedaba totalmente limpia la garba.

La trilla: Hasta que llegaron las primeras trilladoras hacia la mitad del pasado siglo, las condiciones ideales para la trilla de cereales eran un buen día soleado y caluroso para que el trillo cortara bien la paja y desprendiera el grano de la espiga, y un ligero viento por la tarde para aventar la parva y separar y garbillar el grano.

Todas estas faenas donde el calor era conveniente, más algunas que me dejo por no alargar el relato, también tenían sus momentos de alivio: descansar dos veces en mañana y tarde durante aproximadamente un cuarto de hora, y beber agua de un botijo a la sombra, si la había, de alguna morera u olivo. Y nadie piense que así trabajaba el jornalero una hora menos de las ocho reglamentarias, ya que ese reglamento no regía en la huerta, pues la jornada, aunque comenzara normalmente a las nueve de la mañana, terminaba cuando se ponía el Sol. Esta situación se aliviaba en verano con la costumbre de descansar a medio día dos horas en vez de una, por lo que daba tiempo para comer y echar una ligera siesta. Reforzaba el caso un toque especial de campanas durante unos minutos que, desde la iglesia parroquial (de Cox, en este caso, y cuyas notas musicales reproduzco para el lector), anunciaba y corroboraba la siesta; en lenguaje coloquial se llamaba a este toque “crillicas en caldo”.

Resumiendo, lo mismo que, como dice el refrán, “en Febrero busca la sombra el perro”, con decretos leyes o sin ellos, la gente ha buscado siempre trabajar en las mejores condiciones por duras que fueran, y entonces lo eran bastante más de lo que son ahora: la comida era pobre, aunque más sana; éramos más bajitos, pero nos quejábamos poco porque sabíamos que la generación anterior, nuestros padres, lo había pasado peor. Y no diré que la actual generación sea de mantequilla comparada con la nuestra, pero sí afirmo mi más absoluto convencimiento de que la austeridad fomenta la resistencia.