LAS LLUVIAS TERROSAS: SUS VENTAJAS”

Rafael Moñino Pérez

MIÉRCOLES 12-05-2021

Últimamente hemos estado asistiendo a un espectáculo que, sin ser nuevo, pues lo recordamos de toda la vida, se produce con bastante frecuencia: la lluvia que en su caída arrastra polvo africano, el cual, aún sin llover, hemos visto en forma de brumas estorbando el paso del Sol y disminuyendo la visibilidad ambiental. En consecuencia nos quejamos todos de las consiguientes molestias del barro por la suciedad en las calles, coches, terrazas, patios, mobiliario exterior y hasta la ropa tendida. De ahí el popular dicho “que caiga limpia y clara” que oímos desde siempre a nuestros mayores cuando llegaban las tormentas, aunque solían referirse más al posible granizo que las acompañara que a la limpieza y claridad del agua.

Pero no todo son inconvenientes. La lluvia, con presencia de polvo o sin él, sabemos que es necesaria, y en este Abril que acaba de dejarnos ha sido frecuente, y, además, para los que hemos tenido la suerte de aprender algo de lo que ocurre en los suelos agrícolas bajo el aspecto físico-químico y su relación con la alimentación de las plantas, la tierra caída del cielo con la lluvia, aunque solo sean unos gramos por metro cuadrado, son miles de toneladas de arcilla sobre el territorio mojado que contribuyen a mejorar su fertilidad, pues la arcilla es responsable en buena parte de ella.

La arcilla, bajo el punto de vista físico, es la parte mineral más menuda que podemos hallar entre los componentes que forman el suelo. Sus partículas, casi invisibles al microscopio, miden menos de dos micras, o sea, menos de dos milésimas de milímetro, y por su pequeño tamaño, tanto si se mezcla con gases como con líquidos, se mantiene con ellos en suspensión sin disolverse. Por eso vemos el aire brumoso por el polvo arcilloso en suspensión, o el agua enturbiada si lo contiene. En ambos casos forma lo que se llama estado coloidal.

Una vez caída con el agua de lluvia, la arcilla penetra hasta incorporarse al complejo arcillo-húmico del suelo, llamado también complejo absorbente (ver figs. 1 y 2), formado por la propia arcilla y por humus, el último estado de la materia orgánica antes de pasar a la forma mineral. Este complejo, que suele estar cargado negativamente, retiene los cationes de los principales abonos minerales de los que se alimentan las plantas, como calcio, potasio, magnesio, nitrógeno (en estado amoniacal) y otros, incluido al anión fosfórico, que por ser negativo debería ser rechazado, pero que se mantiene en el intercambio del complejo gracias a un doble puente de calcio, como se ve esquemáticamente en la figura 3.

Pero no acaban ahí las ventajas de las lluvias terrosas con que nos ha obsequiado Abril, pues como estas precipitaciones han venido acompañadas frecuentemente de tormentas con gran aparato eléctrico, la profusión de descargas eléctricas habrán formado también y arrastrado hasta el suelo las correspondientes cantidades de amoniaco y óxidos de nitrógeno para mejorar la fertilización de cualquier espacio agrícola, pastizal o forestal, si bien en estos dos últimos, donde la acción humana es menor, ha sido especialmente provechosa por su influencia en la mejora del medio natural que a todos nos afecta.