“LA CAZA DURANTE EL ESTADO DE ALARMA”

Rafael Moñino Pérez

Agente de Extensión Agraria

Rafael Moñino PérezAgente de Extensión Agraria

VIERNES 30-04-2020

Quiero empezar manifestando, para que quede bien claro, mi mayor respeto y sincera consideración para los grupos ecologistas y conservacionistas como Amigos de Sierra Escalona (ASE) y amigos de los Humedales del Sur de Alicante (AHSA), pues pienso que su labor es tan importante como necesaria. Y también quiero añadir, como cazador que soy, que estoy de acuerdo en que a las especies cinegéticas hay que dejarlas tranquilas durante la primavera para que se reproduzcan, y que solo se debe cazar en los momentos en que la presencia humana y el ruido de disparos en el monte influyan lo menos negativamente posible en su ciclo biológico. Mas, dicho esto, por lo leído en La Crónica del pasado miércoles 22 también creo que, en el caso de su protesta por la autorización de la caza de jabalíes y conejos durante el estado de alarma provocado por la actual la pandemia de coronavirus, no tienen razón, pues es obrar con ligereza decir que las autorizaciones excepcionales no se basan en estudios contrastados de esos daños. Vale: es su opinión. Pero a mi, haya estudios o no, ni me importan ni los necesito en este caso porque fío más en las vivencias personales, que son muchas y contrastadas por la experiencia, que en cualquier estudio, así que primero contaré algo de lo que sé, y luego, por si sirve de algo, daré mi opinión personal, que quizá no guste, sobre cómo afrontar el problema, porque no solo es cuestión de cazar o no, que hay detrás algo más importante que la caza, tan importante como un sector de la economía que nos está dando de comer, y de modo especial en estos momentos de cierre de fronteras: la agricultura.

VIVENCIAS:

            En el ejercicio de mi profesión he pateado muchos campos y huertas durante largos años, y por mi afición a la caza muchos montes, y todavía, ya jubilado, sigo pateando ambos espacios aprendiendo y viendo cosas que no se ven desde el sofá con el mando de la tele.

            De por sí, las especies cinegéticas ya suponen una cuota fija añadida a los gastos de explotación de la agricultura, y una merma, a veces importante, del producto final de las cosechas. Incluso llegan en algunos casos a limitar la aparente libertad del agricultor para cultivar una u otra especie vegetal en su finca. Un ejemplo: Si usted quiere cultivar girasol fuera del paraje donde lo suele hacer gran número de agricultores, sepa de antemano que no va a entrar la cosechadora. El grano del girasol le gusta a casi toda clase de volátiles, y por madurar en la época en que más abundan no le van a dejar nada porque todos los pájaros y palomas del contorno irán a su parcela; y suponiendo que quede cosecha, calcule y vea si supera o no los 400 kilos por hectárea, porque el valor de esos kilos le va a costar recogerla. Pero hablemos de las especies sobre la que se autoriza temporalmente la caza, que son el motivo de este escrito:

            Conejos: Plántulas, esquejes, brotaciones de leñosas, y hasta la corteza de los árboles si no hay nada más tierno a mano, se comen estos roedores a bastante distancia de piedemontes o en cualquier lugar donde abunden, dejando la superficie afectada como un páramo. Y si se insiste en cultivar leñosas hay que proteger los plantones con el gasto añadido de un tubo o una recia malla de plástico hasta que, por su desarrollo, queden fuera de su ataque.

            Jabalíes: Son cerdos, pero muy inteligentes. Hasta dos metros de altura sobre el suelo se come un jabalí cualquier fruto de árbol apoyándose sobre sus patas traseras y formando con su cuerpo hasta el hocico una línea perfectamente recta. Si se siente incómodo en esta postura, rompe la rama y se la come tranquilamente en el suelo. Después, si le place, se rascará contra el tronco, dejando enredada en su corteza algo de su pelo. Un agricultor me mostró una vez, muy enfadado con los pastores, las huellas de lo que él creía un hato de cabras en su parcela de manzanos y los daños causados, pero le hice notar que las huellas no eran de cabras sino de jabalíes, otra clase de ungulados. A veces se portan bien y no gastan energía comiendo del suelo la fruta caída por el viento u otras causas, pero comer, comen en abundancia, no lo duden. Y no solo fruta de cualquier clase y hortalizas, sino grandes cantidades de maíz, en una de cuyas parcelas calculamos su dueño y yo la merma de unos 3.000 kilos. La parcela, de unas dos hectáreas, no tenía daños aparentes cuando llegó la cosechadora, pero, desde su posición, el conductor de la máquina avisó al dueño de algo raro, y fue que a partir de las primeras quince o veinte hileras se veía algo así como el albero de una plaza de toros. Una vez dentro se apreció con asombro la parte de la parcela que estaba sin grano y con las plantas tumbadas por los revolcones de las piaras que cada noche se daban cita en el lugar, lo que da idea de la astucia casi humana del jabalí, porque respetando las filas exteriores de la parcela los daños no eran visibles desde fuera.

            Creo que con lo dicho hasta aquí es suficiente para comprender el problema de los agricultores en circunstancias normales. Son, vulgarmente hablando, los que siempre pagan el pato, pues ni la Administración ni nadie les da un euro que mitigue sus pérdidas. Y si a esta situación habitual de pagar de sus bolsillos los daños de la caza en lo que representa su medio de vida le sumamos ahora la acción con total impunidad de los jabalíes -que ya casi están colonizando nuestras calles (los conejos, menos, pero pueden llegar)-, está más que justificado, guste o no, que la Administración permita su caza circunstancialmente.

            Estas son, y no otras, queridos amigos ecologistas, las razones de mi desacuerdo con vuestra postura, pues no es justo que los agricultores sean los únicos paganos de la anormal situación que estamos pasando, y que ojalá acabe pronto. ¿Y cómo solucionamos esto? Simplemente, dando prioridad a lo más importante: los agricultores y su medio de vida, y dar por buena como mal menor la autorización de cazar. Jabalíes, conejos, y la caza en general, deben esperar tiempos mejores.

            Y si alguien, a pesar de todo insiste en que se debe prohibir la caza en estas circunstancias, echando mano del refrán de “quien algo quiere, algo le cuesta”, le diré, no exento de ironía, que como no me vale lo de “en guitarra de otro, buen porrazo”, una de dos: o apoquina de su bolsillo el dinero para resarcir a los agricultores de sus pérdidas, o se calla y deja a los cazadores que, a nuestra manera pero legalmente, ayudemos a los agricultores con nuestras escopetas.