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Recientemente ha sido publicada la obra “Historia Natural de Sierra Escalona y la Dehesa de Campoamor” apoyada e impulsada por nuestra asociación. El sentimiento de orgullo y satisfación por un trabajo bien hecho, que en nombre de todos los amigos que nos ayudaron durante todo este largo periplo, puede ser expresado de múltiples formas. Eso sí muy pocos tiene la capacidad de transmitirlas de forma escrita de una manera más acertadas (y sentimental) que otros. Uno de estas personas es de Tomás Vicente Martínez, secretario de ASE, y poseedor de una sensibilidad exquisita para el relato y la narrativa. A continuación os queremos hacer partícipes de su reciente entrada en su Blog personal “Haciendo la O con un canuto” comentando esta publicación.

Por último, queremos anunciaros que próximamente el libro será colgado integramente on lineen esta página para que pueda ser disfrutado y consultado por todos los interesados.

TEXTO TOMÁS VICENTE MARTÍNEZ

24-06-2014

Siempre he sido del secano, quizás por nacimiento. Mis primeros años trascurrieron en el campo, subiéndome a almendros y algarrobos, colgándome de sus ramas, balanceándome y dejándome ir al suelo en un salto de vaivén. Mi horizonte siempre fue el poniente, donde cierra el monte la línea en que se unen tierra y cielo. El verde perpetuo de limoneros y naranjos, en el llano entre el pueblo y las Salinas, me resultaba ajeno, indescifrable en su fisonomía, hostil en su uniformidad, casi intruso en el paisaje. Demasiado artificial. Excesivamente humanizado.

Cuando crecí y estuve en esa edad, antes temprana, de trabajar durante las vacaciones escolares de verano, siempre lo hice entre almendros y algarrobos. En contadas ocasiones anduve entre tomateras o melones franceses, solo unos días, incómodo, y no tanto por el trabajo en sí sino por el entorno en que se desarrollaba, por el paisaje que me rodeaba. Yo era del secano, no del trigal o del pesolar sino de esos amplios espacios arbolados, diáfanos en su conjunción, escalonados salvando la pendiente de cañadas extensas o estrechas laderas, ocupados por recios algarrobos, poderosos almendros y viejas oliveras, algunas centenarias, recluidas en manchas residuales, testigos de pasadas épocas de esplendor.

La temporada veraniega de «coger almendra y garrofa», desde mediado julio hasta avanzado septiembre, de ahí y de una beca salieron los estudios universitarios, me llevó a recorrer —vareando ramas, tirando del telón, llenando la cofa, cargando el saco— el secano de noroeste a sureste, siempre de fondo el monte. Un monte que anduve acompañado por mi padre. De su boca oí historias de los años del oficio de leñatero, de usos de plantas, de serranos trashumantes, de sendas, cuevas y barrancos. De su boca me llegaron por primera vez los nombres de La Peña del Águila, Lo Pastor, Lo Sastre, El Espartal, Lo Torena, Rebate, El Rincón, Lo Balaguer, El Cabezo Mortero, y tantos otros de ese universo conocido ahora como la sierra.

Aprendí a querer el monte mucho antes de que la ciencia hablara de su valor. Un querer nacido del sentimiento, no del conocimiento, de la percepción de un paisaje que me resultaba salvaje por más que aquí y allá se manifestara la humanización de siglos. Me hacía sentir bien transitar sus caminos, sus sendas, respirar un aire distinto, escuchar sus propios sonidos imponiéndose sobre esos otros que llegaban amortiguados desde más allá del «borde del mundo». La intuición, el sentimiento, me decían que el monte era un espacio muy valioso que debía ser conservado. Pasarían años hasta que esa intuición se viera confirmada y sobrepasada por los estudios científicos que distintos especialistas han llevado a cabo desde mediados de los años ochenta del siglo pasado.

Me resulta difícil describir la alegría que me ha producido ver recogido en un libro todo el conocimiento que se tiene actualmente sobre el monte, el bosque, la sierra, Escalona, da igual como lo llamemos. Geología, Flora, Fauna, Historia, Etnobotánica, Conservación conforman Historia Natural de Sierra Escalona y Dehesa de Campoamor. Un libro que reúne ciencia y sentimiento, monte y cultivos de secano, pasado, presente y futuro. Cobra sentido, desde la lógica científica, la asociación intuitiva, emocional, íntima entre los secanos de mi infancia y su horizonte salvaje. Prologar el libro ha sido para mí el elemento simbólico de fusión entre experiencia emocional y conocimiento científico. El libro es una joya. Como Sierra Escalona.