DEL INADECUADO USO DEL VOCABLO JOROBAR

Si hojeamos el Diccionario, esa magna Biblia de la Lengua, y nos tropezamos con la palabra jorobar, veremos que le siguen como explicación una serie de epítetos a cual de ellos más rotundo: molestar, fastidiar, vejar, etc., y donde hasta la palabra original, joroba, es sinónimo de molestia e impertinencia al igual que sus equivalentes giba y corcova. En el pueblo de El Cojense se le llama chepa, y chepao a su portador, lo que también son ganas de insultar aunque sea por lo fino.

Pues bien, ahí va eso: Desde la autoridad moral (que no científica, todo se andará, tiempo al tiempo) que le confieren las largas horas dedicadas al estudio de esa parte de la anatomía del camello, el más jorobado de los animales, El Cojense afirma que el Diccionario está más equivocado que un tren circulando por carretera, ya que el vocablo joroba, derivado del árabe hadaba, es el nombre que recibe el estupendo reservorio de materias grasas que ocupa la parte superior de dos de los más genuinos representantes de la familia Camelidae, el dromedario, que posee una, y el camello, que, ¡si serán buenas!, ostenta dos, o sea, dos veces jorobado y otras tantas afortunado, por que de fortuna y no de dolo es el hecho de poseer dos jorobas. Me explicaré.

¿Cómo está construido un camello? Aparte pequeños detalles, en lo esencial es un vehículo todo terreno capaz de hacer largos viajes sin repostar, con un motor potente y de bajo consumo, fácil de manejar y de aparcar. Tiene también un eficaz sistema de refrigeración a base de barriga y patas desnudas con venas a flor de piel, y una cubierta de espesa borra en la espalda para evitar excesos de sol en el habitáculo. Las entradas de aire al motor se hallan protegidas por válvulas que se cierran a voluntad en las tormentas de arena, y el grupo óptico dispone de largas y múltiples escobillas en forma de pestañas especiales para filtrar la luz sin que penetre la molesta arena. Pero lo más importante de esta maravilla mecánico-biológica son sus depósitos de combustible líquido y, especialmente, sólido. El líquido se almacena en forma da agua directamente en su complejo estómago de rumiante (cuatro compartimentos y reserva, oiga), pero el combustible sólido, que es el más importante para las largas travesías del desierto, se acumula en la zona del cuerpo que menos le estorba, el lomo, en forma de saco repleto de grasas de alto poder energético llamado joroba, el cual, como todos los depósitos de paredes blandas, cuando se agota tiene el aspecto fofo de saco vacío o de ubre ordeñada. Como todo no van a ser ventajas, por su forma de circular, el conductor y acompañantes se ven sometidos a un continuo meneo o vaivén que descuajaringa la columna vertebral hasta que te acostumbras con el tiempo. Pero, ¡ojo!, caminar a pie cuesta arriba y abajo por las dunas de arena es peor y cansa más.

Así que, dado que un camello con la joroba arrugada es un animal desnutrido y triste, lo contrario sin duda es un camello bien jorobado. La versatilidad de la joroba es tan extraordinaria que, en caso de agotarse el combustible líquido, el combustible sólido es capaz de fabricar el agua necesaria sin ningún problema. ¿Hay quien dé más? No; no hay quien dé. Por eso, queridos amigos, debemos amar la joroba y no temer a los que traten de jorobarnos, pues si llegaran a conseguirlo nos harían el inmenso favor de parecernos al camello y disfrutar de todas las ventajas enumeradas, entre las que estaría sin duda el enriquecimiento de nuestro vocabulario. Por ejemplo: Jorobar sería sinónimo de hartar, y piénsese por un momento en lo beneficiados que saldrían los gorrones, los glotones y los montañeros: los primeros acabarían totalmente jorobados en los banquetes; los glotones, en los restaurantes de buffet libre, y los montañeros podrían prescindir del incómodo macuto de transporte de agua y vituallas. Tampoco haría falta aprender a nadar, pues la baja densidad de las grasas haría de la joroba un estupendo flotador, y las empresas navieras se ahorrarían de paso los salvavidas. Los creadores de la moda verían ampliado su campo de acción cada temporada con el diseño de floripondios y cintajos para su mejor lucimiento, y no digamos los esteticistas y cirujanos del ramo: las posibilidades escapan a la imaginación. Total, un amplio panorama de crecimiento de la actividad laboral y comercial del que nos beneficiaríamos si fuésemos jorobados, y del que nos perjudicamos por no serlo.

Así, pues convendrán conmigo (y si no convienen, allá ustedes) en la necesidad de desterrar de nuestra mente, nuestro vocabulario, y del Diccionario, el sentido peyorativo de tan hermoso vocablo, y entonar una loa en favor de la joroba. Entonémosla, pues: Loemos a la joroba y, ¡a jorobarse!

El Cojense