TEXTO RAFAEL MOÑINO PÉREZ

MARTES 12-10-2021

Hojeando el tomo II de la obra ORIHUELA EN SUS DOCUMENTOS, del franciscano Rvdo. Agustín Nieto Fernández, encuentro que el capítulo VI de la Parte Tercera se titula Industria de Pastells. El título, correspondiente a una actividad fechada en1404, era extraño para mí, y confieso que nunca había oído ni leído nada sobre esto. En principio, el tema despista un poco, pues sugiere cierta relación con la pastelería (pastells [valenciano] = pasteles [castellano], pero más adelante se habla de almazaras y de “sembrar y cultivar los pastells”, lo que cambia totalmente la cuestión, pues no son dulces sino vegetales. Recurro entonces a mi buen amigo y compañero de profesión José Mª Valdés, de valenciana lengua materna, quien al poco me llama para decirme que se trata de la llamada “hierba pastel” de nombre científico Isatis tinctoria. Ya en el buen camino ha sido fácil averiguar que esta planta era la única fuente importante de tintura azul en Europa por esa fecha, hasta que casi un siglo más tarde fue desplazada por la importación del colorante azul de otra planta, el índigo (Indigofera tinctoria). En nuestros días, como sucede con casi toda la industria de colorantes, la síntesis química industrial se encarga de producirlos.

            Pero, para nuestra curiosidad, vale la pena volver a la época y conocer cómo llegó esta nueva planta al alfoz oriolano, de nombre tan dulce como pastel, pero no comestible como casi todas las especies de la amplia familia botánica a la que pertenece, las coles.

            Según relata el fraile franciscano, un mercader genovés llamado Berenguer Canef envió una carta al Consejo oriolano a través de un intermediario, manifestando en ella su deseo de venir a Orihuela “a hacer pastells si pudiese llegar a un buen acuerdo”. Los dirigentes políticos de la por entonces villa de Orihuela (el título de ciudad le vino medio siglo después) acogieron favorablemente la propuesta y hubo acuerdo, según el cual el Consejo no se obligaba a darle tierras ni salario, pero se le daría derecho de uso de “casa con dos almazaras y sus molinos y corral” durante cinco años, más el monopolio de sembrar y cultivar la planta en toda la tierra que él pudiera comprar, y que nadie podría hacerlo en dicho plazo sin su voluntad, lo que implicaba –no sabemos si lo hizo- que podría contratar el cultivo con los agricultores locales para comprarles la cosecha. También se obligaba explícitamente “a enseñar a los vecinos cómo se deben sembrar y cultivar los pastells”, de manera que, terminado el plazo de exclusividad, todo el mundo podría “sembrar pastells sin pena alguna”.

            Al parecer, pues no consta lo contrario, las condiciones del contrato se cumplieron: el genovés trajo su semilla y Orihuela conoció un nuevo cultivo que seguramente mejoró su economía, aunque no sabemos por cuanto tiempo dentro del siglo XV, puesto que a finales de esa centuria, como se dijo más arriba, la importación de colorante de índigo dio al traste en Europa con el cultivo del “pastells”. La especie, cuando dejó de cultivarse parece que no se asilvestró y desapareció por completo de nuestro entorno inmediato, pues ni figura en ninguno de los textos consultados sobre la actual flora comarcal, ni la consulta a algún especialista ha dado resultados positivos.

            Aquí termina, esencialmente, el relato que sobre esta planta nos ofrece el autor franciscano, pero sigue luego con una interesante descripción sobre las almazaras, pues dice que hubo que construir nuevas instalaciones para el procesado del “pastells”. Aunque en el texto no se explican los motivos, es fácil colegir que, por un lado, las almazaras de aceite, salvo el molino, no servían por falta de espacio, dado lo voluminoso de la cosecha de “pastells” a tratar frente al escaso volumen de la aceituna, pues el “pastells”, aparte de ser triturado en el molino, tenía luego que ser amontonado en zona cubierta para “saonar” (fermentar), y ser extendido luego en amplias zonas de patio para “exugar” (secar); y por otro, que tratándose de una industria donde debían producirse fermentaciones, con sus consecuentes olores y posible insalubridad, en el punto décimo de las ordenanzas se indica que su construcción debía hacerse en los arrabales de la Puerta de Murcia, o sea, fuera de la ciudad.

            Del repaso a los detalles técnicos de las almazaras a construir se desprende que la forma, dimensiones del molino y de su piedra trituradora, cuyas medidas –un “rotlo” (rollo) de dos palmos y tres dedos de grueso y de siete hasta ocho palmos de alto- son prácticamente las mismas que conocemos de las almazaras de aceite medievales, herederas a su vez de las de tiempos romanos, movidas generalmente por un asno, y a veces por dos personas, una de ellas tirando de la pértiga con una cuerda o correa puesta en bandolera, y la otra empujando la pértiga por detrás. En las fotos que se acompañan pueden verse ejemplos.