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Autor: Asociación de Periodistas de Elche

Por Lorena Escandell Carbonell

ELCHE 23-12-2016

La objetividad en periodismo no existe, como planteaba la compañera Cristina Medina en un post anterior. De una forma u otra, las y los periodistas tomamos parte en aquello de lo que informamos. Los medios de comunicación, también, por mucho que digan que no asumen como propias las ideas o las acciones de sus agentes colaboradores.

Cuando el diario Información incluye un anuncio sexista del D´Angelo Palace, que ofrece a las mujeres como objetos sexuales y promueve el (ab)uso de éstas, no sólo participa en una posible ilegalidad, ya que la publicidad sexista es ilícita según la Ley General de la Publicidad, también contribuye a normalizar la violencia de género y a legitimar el sistema de desigualdad social (patriarcado) que la genera.

Y no es todo. Esta práctica, más habitual de lo que debería, contradice los principios básicos de nuestra profesión, íntimamente relacionados con los derechos, libertades y valores democráticos (como la igualdad); compromete el ejercicio libre e independiente del periodismo en su propia redacción (¿van a denunciar otras posibles prácticas discriminatorias y/o delictivas de sus anunciantes?) y menoscaba la credibilidad y la honorabilidad del colectivo periodístico en su conjunto.

La esencia de la empresa informativa es social, de ahí que se le atribuya una serie de responsabilidades para con la ciudadanía. Por tanto, el interés general debería limitar la actividad económica de los medios de comunicación. El propio Código Europeo de Deontología del Periodismodel Consejo de Europa reconoce que ni la calidad de las informaciones u opiniones ni el sentido de las mismas deben estar mediatizadas por las exigencias de aumentar la audiencia o en función del aumento de los ingresos por publicidad.

Todo anuncio, toda imagen, todo elemento que aparece en los medios lleva implícito un mensaje, una información que el público decodifica e integra a su sistema de creencias y valores, y que el emisor, de algún modo, incluso simbólico, asume. Por eso, en los últimos años, algunos medios de comunicación, conscientes de su potencial socializador y en un ejercicio claro y real de responsabilidad social, han desarrollado códigos éticos de publicidad. La Marea, por ejemplo, no acepta anuncios sexistas, racistas o que menoscaben la dignidad humana, como los de prostitución. Han tomado partido, igual que el diario Información, salvo que el compromiso de los primeros es con la igualdad y la justicia social, con el periodismo, no con don dinero.

Hace unos días, el compañero David Bollero nos animaba a plantarnos contra los contenidos sexistas de las empresas informativas, hecho que comparto y defiendo, pues las equidistancias son tan injustas y dañinas como las mentiras, como afirmó la periodista Rosa Solbes en la última conferencia de la Asociación de Periodistas de Elche (APE). Deberíamos indignarnos, rebelarnos contra un sistema que nada tiene que ver con nuestra concepción del periodismo y que tanto nos perjudica. En mi opinión, hacer lo contrario no significaría precisamente ser objetivos o neutrales.

Normalizar el sexismo y la violencia, por acción u omisión, ayuda a sostener las estructuras de poder que crean la desigualdad, implica estar con las mismas élites que nos despojan de toda dignidad y humanidad, y dar la espalda a la gente, esa gente que espera tantísimo de nosotros.