TEXTO RAFAEL MOÑINO PÉREZ

unnamed (1)MARTES 17-11-2015

Si cuando D. Miguel Delibes concibió la idea de escribir su famosa novela “El disputado voto del señor Cayo” hubiera tenido la suerte de conocer a Asunción Juan Sarrió es muy probable que el protagonista de su obra hubiera sido femenino. Los que conozcan dicha novela o hayan visto la película que sobre ella se llevó al cine no tendrán más remedio que, como a mí me ocurrió al conocer la vida de esta mujer, reconocerlo, pues era el vivo retrato del citado personaje novelesco.

 Para empezar, demos un vistazo a los principales datos de la biografía que me ha facilitado su familia. Después, la impresión directa y particular que me produjo, pues la conocí y la traté personalmente en las acostumbradas visitas que, como Agente de Extensión Agraria en Villena, hacía a la finca a requerimiento de sus dos hijos varones, Juan y José.

 Biografía:

Nació en Petrel en 1904, y se crió y vivió con sus padres, primero en el paraje de Catí, (Petrel) y después en el de Camara (Elda), y casó con Juan Gil Moltó, nacido en Sax en 1902, quien residía entonces con su familia en la finca Santa Pola, de Salinas, yendo a vivir en este lugar con su marido y sus suegros. Juan se hizo ganadero, pero la dueña de la finca le impuso un límite de cabezas de ganado para que no hiciera fortuna y se independizara, hecho que disgustó tanto a Asunción que incitó al marido a marcharse cuanto antes de allí, aunque fuera a una cueva, para que nadie mandara en ellos. Y así lo hicieron, trasladándose a otra finca muy próxima del mismo término, la finca Rivell, propiedad de un coronel del ejército, para trabajar como caseros. Juan propuso al dueño la compra de cien cabras, de cuya producción percibiría el coronel un 20%, quedándose Juan y su mujer el 80% restante, trato que fue aceptado por el jefe militar.

            Transcurridos cuatro o cinco años, Asunción vuelve a decir a su marido que ella lo que quiere es ser independiente, adquirir una propiedad y no estar toda su vida trabajando para otros. El problema es que los ahorros familiares no eran suficientes para comprar una finca cuyo tamaño les diera pleno empleo, y deberían recurrir a un préstamo, pero decididos a buscar la independencia y mejorar, acuden a un prestamista de Villena, el cual les entrega 8.200 pesetas a devolver en diez años a un interés bastante alto. Con esto y lo ahorrado, compran un tercio del monte de Cabreras, próximo a Sax, incluida una pequeña casa y un olivar. La finca estaba algo abandonada y hubieron de desbrozarla de malas hierbas, pero no se amilanaron. Tenían ya dos vástagos de los cuatro que hubo en el matrimonio, que fueron Patrocinio, Juan, José y Rosa. Patrocinio tenía cuatro años, y Juan, dos, así que con esta familia, sus modestos muebles, y como capital semoviente una burra, un cerdo y un gato, emprendieron su nueva vida como agricultores por cuenta propia.

    unnamed        Una vez establecidos, Juan se dedicó a la compraventa y cría de ganado, y Asunción, entre el resto de labores de la casa y cuidado de los hijos todavía sacaba tiempo para fabricar queso y venderlo en el pueblo. Poco a poco fueron ahorrando y amortizando el préstamo, y el capital sobrante lo invirtieron en la compra de parcelas de tierra anejas a la finca para disponer de mayor superficie de cultivo y pastos, y cuatro años después, saldada la deuda con el prestamista, se empeñaron de nuevo en otro préstamo de 17.000 pesetas para comprar los dos tercios que restaban del monte, logrando ser dueños del total de la finca de Cabreras, reuniendo así unas seiscientas hectáreas entre monte y tierras de labor.

            Poco después, cuando la suerte sonreía mejor que nunca al matrimonio, estalló la guerra civil, y Juan fue movilizado. Asunción quedó sola con los dos niños y la finca, recayendo sobre sus hombros toda la responsabilidad y el trabajo, teniendo que contratar obreros para las faenas imprescindibles de cultivo y recolección, pero su espíritu indomable se sobrepuso, pues aunque cuidaba también del ganado, decidida a llegar a todo empuñó la esteva del arado y labró con una mula para que no quedaran tierras cerealistas sin sembrar.

            Juan regresó por fin de la guerra, donde solo estuvo un año en el frente, pues el resto de la contienda tuvo la suerte de ser destinado a la retaguardia y ocuparse en fabricar calzado para los militares. En 1937 nace su tercer hijo, José, y continúan trabajando en la finca para seguir pagando deudas, y en 1943 nació Rosa, su última hija, transcurriendo a partir de ahora la vida de la familia con normalidad. Mas a los pocos años llega de nuevo la desgracia, pues a primeros de 1950, Juan enferma, le ingresan en el hospital Perpetuo Socorro de Alicante, y muere durante una operación quirúrgica.

            Otra vez sola, Asunción, como si su nombre la predestinara a asumir y ascender en responsabilidades de trabajo y sacrificio, viuda a los 46 años y con cuatro hijos, retoma la tarea de seguir criando la familia y mantener la finca, en cuya ocupación transcurre el resto de sus días, trabajando hasta su muerte a los 87 años.

 Reflexión personal:

Volviendo a lo dicho al principio sobre la novela de Delibes, cuyo argumento plantea una sátira sobre el choque entre la urbe y un mundo rural que tiende a su extinción por la desaparición de los pequeños pueblos de montaña, recordarán que los jóvenes miembros del partido político que fueron a pedirle el voto al señor Cayo descubrieron fundamentalmente dos cosas: Una, que el señor Cayo no necesitaba para nada a los políticos; y dos: que en el hipotético caso de ocurrir una hecatombe mundial y sobrevenir una hambruna, ellos tendrían que arrastrarse a los pies del señor Cayo para que éste les diera de comer. Así de tajante planteó la situación el laureado autor. Y así vi yo a esta singular mujer, y como a tal se lo dije años después cuando leí la novela a raíz de su publicación en 1978:- Asunción: Me recuerda usted en casi todo al personaje de una novela que acabo de leer; es su vivo retrato-. Ella se rió, lo cual no era raro, pues siempre la vi alegre, y me contestó: –Si usted lo dice, será verdad-. Y es que Asunción, ante estos tiempos de crisis que padecemos en los que todo parece tambalearse, no se hubiera inmutado lo más mínimo. Era plenamente autosuficiente. Sus cabras se alimentaban en su propia finca y le daban leche para fabricar queso fresco y curado, requesón y los derivados lácteos que se le antojaran. Sus tierras producían trigo para su pan, legumbres para su cocina y piensos para su ganado, que lo tenía de todas clases, disponiendo de huevos y carne para su consumo y excedentes para la venta o intercambio. La finca contaba con olivar, almendro y viña como cultivos principales, aparte de árboles frutales de varias especies cerca de la casa para consumo familiar, más una pequeña huerta con verduras y hortalizas. Hacía conservas de todo tipo de productos, y chacinería de cerdo, formidable animal para la economía casera rural, y era, en el más amplio sentido de la palabra, una enciclopedia viva del saber en conocimientos prácticos, tanto heredados de sus mayores como fruto de su propia experiencia y costumbre de enfrentarse a situaciones difíciles. No en vano, pues pese a enviudar todavía joven con cuatro hijos a su cargo, aunque los dos varones ya le pudieran ayudar algo en los trabajos de la finca, con mano firme sacó adelante casa, finca y familia. Su carácter independiente y combativo, su capacidad de trabajo y presencia de ánimo para labrarse su propio futuro rompiendo ataduras ajenas  a las que obedecer, puestas de manifiesto desde su juventud, fueron sus mejores armas en el transcurso de su dilatada vida hasta el último instante.

            Era también de carácter alegre y dicharachero. Sobre mí, particularmente, decía con su especial humor que era “el médico de las plantas”, en alusión a los consejos que daba a sus hijos sobre abonado y tratamientos contra plagas y enfermedades de los cultivos. Tanto ella como su marido sabían leer y escribir, algo a destacar para una época en la que el analfabetismo era una lacra social, especialmente en el mundo rural. El marido era aficionado a leer novelas de bandoleros (la historia de Jaime “El Barbudo” fue muy popular en esos años), y ella le gastaba la broma de escondérselas de vez en cuando por que decía que se iba a convertir en bandido. La familia me cuenta también que mientras hacía las labores de la casa solía cantar, recitar poesías, contar historietas y referir chascarrillos que recordaba de la revista “El Tío Cuc”, semanario satírico valenciano que se editó entre 1914 y 1936.

            Cuando los hijos se hicieron mayores se recluyó en la finca. Lo que necesitara del pueblo se lo traía la familia. Solo salía de ella a causa de fuerza mayor como visitas al oculista, pues padecía de cataratas, o para firmar en notarías y bancos. A Petrel, su pueblo, que se ve directamente desde Cabreras, puede que no regresara nunca, al menos eso decía la familia. Yo ya conocía este dato por entonces, y le pregunté la causa, a lo que respondió que ya lo veía todos los días desde la puerta de su casa en Cabreras. Considerando su buen humor y la forma de expresarse, interpreté la respuesta como una broma, no como un desdén hacia su pueblo natal.