“DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE PARTICIPACIÓN”Marta-2

Marta Guillén Llor. Número 2 de Cambiemos Orihuela

 

ORIHUELA 07-05-2015

Afortunadamente, ningún político podrá convertir la participación ciudadana en un eslogan o en una estrategia de marketing efectiva: se nota. La participación es un derecho que trata de conquistar una nueva ciudadanía cansada de una democracia representativa que sólo le permite manifestar su opinión cada cuatro años. Esta nueva ciudadanía reconoce perfectamente la resistencia de los partidos convencionales y de las instituciones políticas (conservadoras por definición) para legalizar formas de participación que vayan más allá que las estrictamente electorales. Y no caricaturicemos: la participación no consiste en llamar a los ciudadanos a las urnas cada vez que haya que cambiar una farola, sino en convertir nuestra ciudad en un proyecto colectivo, en eliminar el miedo a que las cuestiones importantes se conviertan en objeto de debate público.

 Hablar de participación implica asumir que “hacer ciudad” genera conflicto de forma natural, y que, si bien hasta ahora la respuesta de nuestros políticos ha sido obviar e imponer (con el consiguiente malestar que generan en la población sus decisiones unilaterales, muchas veces producto de presiones que vienen desde el sector privado), ha llegado un momento de transformación en el que es necesario establecer otra mirada y generar escenarios de diálogo como forma de mantener el contacto con la ciudadanía y tratar de conciliar sus intereses enfrentados. La participación directa o indirecta en la toma de decisiones permite que la población se empodere y se identifique con un proyecto colectivo que no debería ser propiedad ni triunfo de ningún equipo de gobierno, sino de los propios ciudadanos. Una forma de gobierno participativa pretende, precisamente, hacer un traspaso de ego y autoestima desde los políticos hacia los ciudadanos y contrarrestar de esta forma su desafección: los logros son de todos y no de los cuatro concejales de turno.

 Una buena política de participación (múltiple, diferenciada territorialmente, con diversidad de actores e instrumentos legales) es una muestra de la calidad democrática en las instituciones, puesto que pretende activar a una parte de la población que no se moviliza electoralmente y que por tanto no tiene representación. Quienes de verdad creemos en la participación consideramos que es también un elemento de perfeccionamiento de la gestión de lo público: contando con la opinión de los usuarios se toman decisiones más eficaces.

 En definitiva, gobernar teniendo en cuenta la participación ciudadana implica poner en práctica una cultura política totalmente distinta a la que estamos habituados. Vivimos una situación en la que, ante la demanda social, hay proyectos políticos que pretenden, mal y tarde, incorporar a su propuesta el concepto de participación de forma inefectiva en todos los sentidos. Mientras tanto, otras iniciativas surgen directamente de la participación y renuncian a las promesas vacías y a los programas cerrados para dar espacio a los ciudadanos en la construcción de un proyecto común en el que no quepan las alusiones frívolas, ni existan las inauguraciones, ni las placas, ni se aprueben reglamentos inútiles a dos meses de las elecciones.