SIERRA DE CALLOSA: ALGUNAS IDEAS Y CONSIDERACIONES SOBRE FORESTACIÓN A PIE DE MONTE Y LADERAS CON SUELO FORESTAL.

TEXTO Y FOTOS  Rafael Moñino Pérez Agente de Extensión Agraria

Acebuche en la cúspide de la sierra de Callosa
Acebuche en la cúspide de la sierra de Callosa

 ANTECEDENTES INMEDIATOS

             Sin necesidad de remontarnos a su orogénesis durante el Triásico, esta sierra y su cercana homóloga de Orihuela, a la que por su idéntico origen y composición puede ser aplicable mucho de lo que se diga sobre la de Callosa, son en su forma actual el resultado de la acelerada erosión que a lo largo de millones de años produjeron las lluvias torrenciales sobre materiales tan solubles y porosos como las calizas y dolomías de las que están compuestas. La presión antrópica, sin duda importante en los últimos siglos como veremos después, se estima que tuvo poco que ver con lo esculpido de sus barrancos y sus peladas peñas en los pasados milenios frente a la acción natural de los agentes climáticos. La escasa vegetación de matorral, y en menor grado arbórea, que puede subsistir en la pronunciada pendiente de sus laderas, tras los incendios cíclicos que se dieran sin intervención humana seguidos de aguaceros antes de su recuperación vegetativa, no serían capaces de retener el poco suelo forestal que se formara entre unos y otros acontecimientos naturales. El clima suresteño, con su escasa pluviometría cuantitativa, y lo que es peor, mal distribuida en relación con las necesidades de las plantas, unido a la escasa conservación in situ de los materiales provenientes de la disgregación de las rocas por la acción disolvente del agua y los cambios de temperatura, ha dejado su impronta evolutiva en la adaptación a la sequedad y al calor de muchas especies vegetales, provocando en algún caso estudiado la aparición de modificaciones visibles a simple vista entre las que podemos destacar formaciones pilosas blanquecinas en hojas y tallos para reverbero de la luz solar, junto al crecimiento erguido y estilizado respecto de formas rastreras de las mismas especies presentes en otras comarcas del interior, y naturalmente en la composición de sus jugos internos con notables aumentos en la concentración de esencias, tendente todo ello a la economía del agua en tan rigurosas condiciones de supervivencia.

            La acción humana, como se apunta más arriba, pudo tener su influencia a partir del aumento demográfico -con sus naturales altibajos de paz, guerras y pestes- en los siglos inmediatos a partir de la baja Edad Media (véanse cuadros evolutivos de población en Cox), donde el pastoreo intensivo, el carboneo, y la extracción de leñas mermaron sensiblemente la vegetación, así como la destrucción de las barreras naturales de cantizales retentoras de suelo y bastantes de las artificiales creadas para cultivos tanto en barrancos como en laderas con posibilidades agrícolas, especialmente en zonas de umbría, que fueron arrancadas para usarlas como materiales de construcción. La explotación de estos recursos de forma tradicional, sin intervención de maquinaria ni explosivos salvo en cantería extractora de mármol, se prolongó hasta la primera mitad del pasado siglo XX: El pastoreo intensivo trashumante sobre especies herbáceas, sumado al de la cabaña local, tuvo su natural efecto negativo en las formas juveniles de matorral y especies arbóreas como el acebuche, algunos de cuyos ejemplares muestran formas arbustivas sobre troncos pluricentenarios de más de 25 cm. de diámetro viviendo sobre rendijas rocosas. El carboneo, del que se conserva todavía parte de la estructura de una carbonera marcada en el mapa adjunto, esquilmó todo aquello que podía ser aprovechable en los alrededores hasta dejar limpio el paisaje. En el “Atlante Español”, de Bernardo Espinalt y García, el autor, en la descripción de Callosa en 1784 dice que “sus montes están cubiertos de robles, encinas, y buenos pinares”. No parece, en principio, muy fiable este retrato de Espinalt en fecha tan tardía, ni tampoco que subiera P1060291mucho a la sierra, ni menos el que hizo Montesinos, que le copió en esto al pie de la letra pocos años después. Interpretamos que pudo tener algo de cierto para aquella época en algunas de sus zonas, como La Plana y ciertas laderas de barrancos orientadas a Poniente donde los árboles pudieran retener algo de suelo, y en la zona de Cox en la mayor parte de su alargada umbría, pero lo que sabemos con certeza absoluta es que el golpe final a la vegetación de escaso porte que quedaba, y de la fuimos testigos algunos de los jubilados actuales, se dio hacia los años cuarenta, acabada la guerra civil; tiempos de penuria donde para calentarse y cocinar cada día la gente bajaba de la sierra portando a la espalda haces de estepa, romero, espino negro, esparraguera, cornical, bayón y todo aquello que destacara un palmo del suelo; todavía, después de casi setenta años, la sierra no se ha recuperado totalmente del expolio. Si hubo robles y encinas, aunque dudamos de la alegría descriptiva de Espinalt tomando la parte por el todo, no queda un solo testigo, al menos que se sepa, aunque sí quedan algunos descendientes de aquellos pinos vegetando contra corriente en algunos lugares.

 

ESTADO ACTUAL

             La sierra de Callosa forma un conjunto aislado emergente con bastante verticalidad. Su orientación cardinal predominante desde Las Puntas, cerca del barrio de San Carlos, hasta el Rincón de Redován es Noroeste-Sureste, pero la orientación cardinal Norte-Sur (umbría-solana) y sus estados intermedios son los que condicionan notablemente el desarrollo de la vegetación. Circunscribiéndonos al término municipal de Cox, donde se ubican algo más de la mitad de las aproximadamente 900 hectáreas que ocupa su perímetro, casi toda su orografía, excepto La Hoya y las laderas Sur de los barrancos Ancho y de La Mina, tiene exposición Norte. Esta orientación de umbría facilitó tanto los cultivos a pie de monte como los instalados en abancalamientos de La Caldera y los barrancos Ancho o de Coscolín, de Falasia, de La Mina, de las Bojas, de la Pinada, del Corralón, de La Cueva, del Genaro y los de Pastor, lugares donde hasta mediado al siglo XX existían cultivos de almendro, higuera, algarrobo y viña, con una admirable disposición de caballones y taludes para canalizar la escorrentía pluvial. Todavía, a la entrada de los barrancos de la Mina del Torno y de Las Bojas se pueden ver taludes con pequeños ágaves vegetando entre las piedras superiores para evitar su derrumbe por el paso del agua, y en las laderas del Corralón se conservan a bastante altura pedrizas a nivel, resto de antiguos abancalamientos, de más de 40 metros de longitud enmascaradas por la vegetación silvestre, siendo varias veces más largas y todavía visibles las de la umbría de La Caldera, las de La Hoya, pese a la extracción de áridos, y las de los barrancos de Pastor. Esta acción antrópica con agricultura de subsistencia hasta fechas tan recientes contribuyó notablemente a la formación y consolidación del suelo, que todavía se conserva, como se conservan también algunos ejemplares de algarrobos de buen tamaño en el barranco de las Bojas y en la umbría de La Caldera, juntos en este caso con acebuches casi evolucionados a formas normales de olivo por su origen de rebrotes de cepas del antiguo olivar y por crecer sobre suelo profundo. Esta exigua vegetación arbórea de algarrobo y olivar es lo que ha sobrevivido de la agricultura contemporánea desde los años cuarenta del pasado siglo  hasta la fecha, y es un dato a tener en cuenta de cara a posibles forestaciones por su capacidad de vegetar sin intervención humana y en condiciones precarias de suelo, escasa humedad y altas temperaturas.

            Pero nos interesa conocer las posibilidades de las especies silvestres, y nada mejor en este caso que abrir simbólicamente el libro de la observación visual, ir a la sierra, pisar sus senderos y tomar nota de lo que vemos, dónde crece y qué tamaño tiene.

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ESPECIES DE TIPO ARBÓREO

             Entre las especies silvestres de tipo arbóreo solo tenemos dos: Acebuche y pino carrasco, más el algarrobo como especie asilvestrada.

-Acebuche (Olea europaea sylvestris): Es el rey indiscutible de la sierra. Está por todas partes, y le cabe el honor de seguir coronando lo más elevado de la sierra en el Alto del Águila a 568 m., punto donde confluyen los términos municipales de Callosa, Cox y Redován. Lo de seguir coronando significa que el que se ve en la foto entre dos montañeros, teniendo como fondo el mojón geodésico, alguien tuvo la mala ocurrencia de arrancarlo, pero le sustituye otro ejemplar a escasos metros de distancia. Digamos de paso para los profanos que lean esto, que el acebuche es la forma juvenil del olivo. Su fruto es pequeño, sus hojas cortas y ásperas, y sus tallos parecen dagas al principio de su crecimiento, con gran parecido a los bonsáis. Esta forma evoluciona a olivo normal al cabo de los años si las condiciones de suelo y humedad son favorables, y si son adversas seguirán siendo acebuches de por vida, durante siglos, como se desprende de su permanencia en este estado con troncos bastante gruesos. Pero la evolución también es reversible en sentido olivo→acebuche si las circunstancias empeoran, pudiendo observarse, aunque no en esta sierra pero sí en otros lugares, algún ejemplar situado en suelos muy secos al borde de un talud, donde, sobre un solo tallo, la parte de copa orientada hacia el exterior crece como acebuche, y la situada hacia el interior de la parcela, con mejores condiciones edáficas, lo hace como olivo normal, dada la correspondencia fisiológica de fluidos, para una misma orientación, entre la parte aérea y la subterránea de las leñosas. En nuestro caso, solo un par de ejemplares en la umbría de La Caldera están en fase evolutiva intermedia, pero otros que crecen sobre suelo rocoso permanecen como acebuches pese a tener copas de diámetro y altura entre seis y nueve metros. Digamos también, como puede observarse en las fotos, que la mayoría de acebuches son de tipo matorral pese a tener algunos ejemplares troncos superiores a 25 cm. de diámetro, como uno de los que existen en la ladera de El Puntal frente a la ermita de San Isidro. Ello se debe principalmente al secular pastoreo abusivo, pero cuando ocupan lugares poco accesibles al paso normal del ganado adquieren formas arbóreas aunque vegeten entre rendijas rocosas, hecho que puede apreciarse en un par de ejemplares del Cabecico de Pedro Juan, en La Caldera. Suelen tener a veces varios troncos o pies procedentes de otros tantos brotes basales, bien por ahijado natural o como respuesta al pastoreo por pérdida de la yema terminal.

            Para hacernos una idea del tamaño, forma y otras características de algunos de estos ejemplares, se transcriben las notas tomadas el 1 de Julio de 2007 sobre dos de ellos en el paraje de La Caldera:

1º) Situado sobre suelo rocoso, con amplia exposición solar. Formación sobre unos 15 pies (la maraña impidió contarlos con exactitud). Altura máxima, 6,50 metros; diámetro medio de copa, 7,60 m.; hoja pequeña; buena cosecha de fruto de forma oval, con promedio de 10 mm. de longitud y 7 mm. de diámetro central.

2º) Situado en suelo de umbría y pronunciada pendiente, hacia la mitad de la ladera. Formación sobre unos 12 pies, con dudas sobre si algunos son producto de bifurcaciones basales invisibles por la maraña del ramaje y la vegetación herbácea entremezclada. Altura máxima, 5,50 m.; diámetro medio de copa, 8,55 m.; hoja casi normal en su mayor parte; cosecha, de regular a escasa; fruto ovalado, con promedio de 17 mm. de longitud y 9 mm. de diámetro central.

-Pino carrasco (Pinus halepensis): Solo quedan ejemplares aislados de pequeño y mediano tamaño, descendientes de los que fueron objeto de carboneo y de la esquilma de la posguerra. Algunos de ellos se pueden ver a pie de monte en la zona del Corralón en estado de pimpollo de menos de un metro, y otros mayores aislados a mayor altura. No les ha afectado el gorgojo (Tomicus destruens) que tan popular se ha hecho últimamente; solo la procesionaria (Thaumetopoea pityocampa) les hace cíclicamente la vida difícil, pero no imposible, pues tienen a su favor la escasa competencia por proximidad de otros árboles, y el haber nacido de semillas y conservar por ello las raíces pivotantes que les permiten explorar capas de suelo más profundas y de mayor humedad. Pese a su mala fama y el rechazo que produce a algunos ecologistas, el pino carrasco sigue siendo interesante. Es un pino mediterráneo, y tal vez el único capaz de desarrollarse en climas tan áridos como en nuestro, pero la experiencia desaconseja la formación exclusiva de masas forestales con esta especie tan sensible al fuego incontrolable, por lo que es aconsejable asociarlo con otras especies más resistentes que dificulten la propagación de incendios.

-Algarrobo (Ceratonia siliqua): Quedan bastantes ejemplares en la umbría de La Caldera, sobre troncos de escaso grosor y vegetación débil, pero que se renuevan formando cepas emisoras de brotes. Los de mayor tamaño están, como se ha dicho, a la entrada del barranco de las Bojas. Su reproducción natural por semillas es problemática, pues éstas permanecen dentro de la legumbre, sin dispersarse, y también por que su cubierta es impermeable, pero puestas en remojo hasta que se hinchan y se resquebraja el tegumento exterior nacen con facilidad. También, por pertenecer a la familia de las leguminosas, el algarrobo también es una planta mejorante en nitrógeno del suelo que ocupa.

ESPECIES DE TIPO ARBUSTIVO

            Entre las especies de tipo arbustivo destacan dos: bayón y espino negro, y una tercera semiarbustiva, la boja barrillera o salado negro, de la que solo he localizado un ejemplar al comienzo del barranco de Falasia, sobre un talud en la parte central, lo que constituye una rareza, pues este tipo de plantas es propia de terrenos salobres, pero el caso es que llegó hasta aquí, y vegeta bien, que es lo importante.

-Bayón (Osyris lanceolata). Es muy abundante en cualquier punto de la sierra. Sobre zonas rocosas se comporta como matorral, pero en terrenos algo profundos adquiere formas arbustivas, e incluso arbóreas con seis u ocho metros de altura. Su cualidad de planta semiparásita le permite obtener nutrientes de otras plantas cercanas a las que esquilma por contacto radicular, aumentando así los que sintetiza con su propia función clorofílica. El fruto, una pequeña baya de color rojizo, madura en invierno.

-Espino negro (Rhamnus lycioides). Normalmente, sobre peñascos es un matorral, pero cuando crece sobre suelos profundos de umbría o centros de barrancos alcanza proporciones arbóreas, como puede verse en la foto correspondiente. Su tupida e impenetrable maraña de ramas punzantes de color verde oscuro destaca con cierta prestancia sobre el contorno. Se reproduce bien por semillas.

-Boja barrillera (Salsola oppositifolia). Como su nombre indica, pertenece al grupo de plantas barrilleras o salados, antaño productoras, por cremación, de carbonato sódico o piedra de sosa. Crece en forma de cepa de matorral, de color verde oscuro, pero algunos tallos pueden destacar más de dos metros del conjunto, aunque la de la foto no es tan alta, y se coronan de un penacho de ramas floridas.

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 ARBUSTOS O MATORRAL

            Este grupo está bien representado principalmente por esparraguera (Asparagus horridus), estepa blanca (Cistus albidus), coscoja o chaparra (Quercus coccifera), espino negro -ya citado-, cornical (Periploca angustifolia), marrubio (Marrubium vulgare) y palmito (Chamaerops humilis). De entre ellos, el más interesante por su porte decorativo y la forma de su fructificación en vainas que semejan cuernos de cabra, es el cornical; y por su vistosidad, nuestra única palmera ibérica autóctona, el palmito. También existe otro espino, localizado años atrás, la cambronera o espina santa, aunque no en el cuerpo de la sierra que estudiamos, sino en el collado de su apéndice rocoso -el Trinquete- donde se asienta el castillo, y en el cabezo del Salar. En estos dos lugares encontramos respectivamente dos colonias de cambronera (Lycium intricatum) -la mayor de ellas en el cabezo del Salar- sobre suelos poco profundos. Es un espino muy vistoso de la familia de las solanáceas, que puede alcanzar un metro o más de altura, y cuyo fruto parece un diminuto tomate rojo de tres o cuatro milímetros. Abunda mucho en las sierras de Abanilla, pero en nuestro término se reduce a las dos localizaciones citadas.

            Otro matorral muy aclimatado, vistoso por su volumen, frondosidad e intenso color verde, y que se halla en plena expansión, es la bufera o paternostera (Withania frutescens), también solanácea. Aunque se la encuentra por todas partes, su lugar preferido es a pie de monte y sobre zonas ruderales de suelos profundos, pues es planta nitrófila. Puede ser interesante para formas recortadas como setos o figuras  en parques rurales.

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RESUMEN

             Como epílogo se puede decir que, en el estado actual, lo que antecede es, obviamente, lo que hay, pues aunque la sierra de Callosa esté geográficamente dentro del área conocida como bosque mediterráneo, conserva muy pocas señales de haberlo sido por lo degradado que se halla. Aquí no crecen robles, encinas, mirtos, sabinas, enebros, lentiscos, terebintos ni brezos; todo eso queda para montes menos abruptos, principalmente del interior, o más próximos a la influencia marítima, con más suelo y humedad. Lo nuestro es un roquedal martirizado por el calor, sobre todo en el término de Redován y al Sur del casco urbano de Callosa, donde el pasto herbáceo temporal que crece por rendijas y macetas naturales entre peñas, pasa del color verde al pajizo en cuestión de días.

            Por lo tanto, a la hora de pensar en repoblaciones, ya sabemos lo que aquí crece sin ayuda de nadie. Si, por el contrario, lo que se pretende es crear parques municipales de recreo en algunos lugares, mientras no falte el riego artificial todo irá bien aunque se planten especies foráneas, e incluso de las mismas que crecen silvestres sin aclimatar procedentes de viveros, pero cuando por circunstancias de todo tipo fácilmente comprensibles al cabo de los años quede la floresta al albur de la Providencia, el fracaso es fácilmente predecible, pues la adaptación no es cosa de pocos lustros, sino de milenios.

            También conviene, como se sugiere más arriba, diversificar y asociar especies, pues su distinta manera de explorar suelo y subsuelo, junto a sus peculiares necesidades nutritivas, hacen que la competencia entre ellas sea menor.

            En cuanto al material vegetal para repoblación, siempre que sea factible se deben usar semillas en vez de plantones para conservar la raíz pivotante, y si se usan plantones son preferibles las sierpes o rebrotes de cepas, o estaquillas de ejemplares, silvestres o adaptados, a los plantones de vivero. También, aunque es comprensible el deseo de ver verdear pronto el conjunto creado, la prisa es mala en este caso, pues cada planta necesita de un espacio vital, tanto mayor cuanto menor sea la disponibilidad de agua, único factor limitante, para que no ocurra como en el caso de plantaciones espesas de pinar, cuyo resultado desastroso frente al citado gorgojo hemos sufrido en cuanto se ha presentado un año especialmente seco.

            Sobre la densidad de plantación, se debería tomar ejemplo de la arboricultura tradicional de secano. Los agricultores tenían presente el futuro tamaño y necesidades hídricas de los árboles, por lo que de las especies tradicionales como olivo y almendro no se plantaban más de 80 o 100 pies por hectárea, y en el caso de algarrobos, por su mayor desarrollo se reducía el número a 50 o 60/Ha, dándose además las preceptivas labores de arada para mantener el suelo limpio de maleza indeseable y mullir el terreno para aprovechar mejor la lluvia. Comparemos esto con la aridez del suelo forestal y las excesivas pendientes que dificultan la absorción de la lluvia si no es mansa, frente a las densidades altísimas de plantaciones de pinar que se hicieron años atrás.

            Quiero terminar, en relación con lo dicho, con una de tantas sentencias que atesora el saber popular del medio agrario sobre la arboricultura: “Plantaron, y comemos; plantemos, y comerán”, por que resume bien la intemporalidad con la que nuestros mayores hacían las cosas, dejando también hacer su parte a la Naturaleza. Esta máxima se puede aplicar sobradamente en este caso, puesto que el espacio donde vamos a plantar es más hostil, y con especies de más lento desarrollo, no solo por las malas condiciones edafológicas sino por su propia constitución, pues es notorio que las leñosas de madera dura son más lentas en su crecimiento. Podríamos acabar con la segunda parte de la sentencia reformada así: Plantemos, y algún día se beneficiarán con nuestra obra, aunque no estemos aquí para verlo.

Agradecimientos:

-A D. Adrián Ruiz Rocamora, de Abanilla, y a D. Juan Espinosa Domenech, de Villena, por su valiosa colaboración en la identificación de especies forestales.