cruz martin marcado cruz martin

TEXTO Y FOTOS TOMÁS VICENTE MARTÍNEZ CAMPILLO

La Cruz de Martín es el topónimo de un lugar situado en un punto intermedio entre el casco urbano de San Miguel y la casa de Lo Maseras, sobre el antiguo camino de Torremendo a San Miguel de Salinas. Toma el nombre de un bloque rectangular de piedra, con el bajorrelieve de una cruz, embutido en el trenque de lo que en su día fue un bancal a orillas del camino y que en la actualidad sirve de soporte a la traza modificada y asfaltada de la antigua vía. Acompañan a la cruz dos iniciales y una fecha labradas en la misma piedra. Un agujero circular que la atraviesa en su centro completa la estela funeraria que recuerda la muerte trágica, según la memoria popular, de un hombre, R. M., en el año 1910.

El bloque de piedra tiene unas dimensiones de 55 cm de altura, 50 cm de anchura y 40 cm de grosor aproximadamente. La cruz, situada en la mitad izquierda de la estela, alcanza una altura de unos 40 cm, siendo de 25 cm su travesaño. El hueco cilíndrico del centro, utilizado seguramente para colocar flores, presenta un diámetro de 15 cm, siendo su profundidad de unos 40 cm, encontrándose cegado a unos 30 cm mediante mortero de yeso, utilizado en su día para fijar la piedra en el trenque de donde previamente se quitaron las piedras originales que el hueco requería.

La referencia más precisa de este suceso, aun en su ambigüedad, habla de un joven, conocido como Martín, que festejaba a una hermosa muchacha que vivía en una finca cercana al pueblo. El muchacho la visitaba todos los días. Pero había otra persona a la cual también le gustaba la chica y, al parecer, no estaba dispuesto a que los enamorados continuaran con su romance. Cierto día, sorprendió a Martín en el trayecto y lo acuchilló de muerte.

Dada la voz de alarma de que Martín había sido asesinado, todo el pueblo se acercó hasta la escena del crimen, entre ellos, para no levantar sospechas, el asesino de Martín. Cuentan que un astuto guardia civil, que algo sospechaba, se arrodilló junto al cadáver del joven y empezó a preguntarle en voz alta que quién lo había acuchillado, acercando su oído al muchacho supuestamente moribundo. La gente, que lo creía difunto, ya no sabía si Martín estaba muerto o malherido. Su asesino, pensando que Martín lo había delatado, comenzó a temblar de pánico y a comportarse de forma muy extraña ante la idea de ser descubierto al no haber hecho la faena como esperaba. Él solo se delató.

Siguen abiertas muchas incógnitas en esta historia que quizás nunca se desvelen: ¿Cuál era el nombre de pila de Martín? ¿Dónde vivía? ¿Quién era su novia? ¿Quién el asesino? ¿Quién colocó la piedra que lo recuerda en el trenque? El velo del olvido ha ido cubriendo una historia que mereció haber sobrevivido en todos sus detalles como lo ha hecho la estela funeraria. En 2010 cumplió un siglo. Al menos, ese recuerdo tangible, pétreo, superviviente de nuevos caminos asfaltados, roturaciones para cambios de cultivo, instalación de tuberías, debería conservarse en su lugar para que en ese cuarto de metro cuadrado que ocupa, anidado en el viejo trenque, siga despertando la curiosidad y la imaginación del viajero.