UN CUENTO VOLÁTIL

Antonio Martínez Charcos

Antonio-Martinez-Charcos

La casa del barrio

que en el pueblo tengo

tiene un corral vasto

con su limonero,

 y con un vallado

que hace poco he puesto

se ha quedado un patio

como de recreo.

Cuando llueve, el barro,

aguachirle y cieno,

llenan mis zapatos

casi por completo,

pero el bello cuadro

que a su vez contemplo

a mis ojos pardos

les da un gusto intenso.

Porque allí, a diario,

muy alegre llevo

de animales varios

el mantenimiento,

con varios cacharros

con maíz y pienso

y los baldes plásticos

con su agüita dentro.

Unos bellos gansos

de picos esbeltos,

con sus cuellos blancos

y sus ojos negros,

los obscuros patos

que parpan obsesos,

persiguen mis pasos

en cuanto aparezco.

Y dos rojos gallos

de plumaje recio,

orgullosos machos

de perfil chulesco,

con el primer rayo

del gentil lucero,

con su bello canto

rompen el silencio.

Luego en ágil salto

de titiritero,

con sus garras garfios

sobre un buen trasero,

siguen copulando

con su contoneo

entre algún espasmo

de su “putiferio”.

El patio sembrado

de ovoides objetos,

que recojo raudo

por si me tropiezo,

con el macho al lado

que me reta tenso

con su pico alzado

y el plumaje abierto.

Son huevos de ganso:

hermosos, tremendos,

blancos y alargados

más duros que el hierro,

y los de los patos,

algo más pequeños,

frititos, al plato,

un manjar de ensueño.

Y sus pechos blandos,

tan gustosos ellos,

en maigres asados

o en arroces nuestros,

o en cocidos grasos

con sus vinos viejos,

te dejan triunfando

casi por los restos.

Y aunque ya he probado

su sabor excelso,

pasaré un mal trago

si los veo muertos;

porque en más de un año

que los voy siguiendo

se han metido a saco

para mis adentros.

Y con esto acabo

el volátil cuento

que aprendí en el barrio,

donde mis ancestros;

donde parpan patos,

aguachirle y cieno,

y donde hay dos gallos

que rompen silencios.