MIÉRCOLES 14-08-2024

CICERÓN, Y EL OJO POR OJO

Rafael Moñino Pérez

El ojo por ojo y diente por diente, o ley del talión citada al parecer por primera vez en el código del rey sirio Hammurabi, y también en la Biblia y otros textos antiguos, aunque aplicada según los casos de diversas maneras y grados a lo largo de la historia, expresa lo que define el diccionario como venganza: la satisfacción que se toma de un agravio o daño recibido. Es tan humano este sentimiento que sólo los seres dotados de gran nobleza de espíritu y cualidades humanas se ven libres de él. Es el goce -también espiritual, pues hay espíritus para todo- que experimenta y es capaz de sentir el vengativo en lo más hondo de su alma cuando ve satisfecho su deseo. Y este sentimiento, elevado al paroxismo, se puede leer precisamente en el último de los discursos pronunciados por Cicerón contra su enemigo Catilina en el Senado (cuarta catilinaria, [12]) el año 63 a. C. Han transcurrido casi 21 siglos, pero como a poco que miremos a nuestro alrededor, la naturaleza humana no ha cambiado un ápice, los razonamientos y conclusiones ciceronianas siguen tan frescos y explícitos como entonces. Véanlo en la copia literal siguiente:

Paréceme estar viendo a esta ciudad, lumbrera del mundo y fortaleza de todas las gentes, ser devorada repentinamente por el incendio: me figuro arruinada la patria, y sobre sus ruinas los insepultos cuerpos de desdichadísimos ciudadanos; tengo ante mis ojos la figura de Cetego satisfaciendo su furor y gozando con vuestra muerte, y cuando imagino que Léntulo reina, como confesó que se lo habían prometido los oráculos; que Catilina ha llegado con su ejército; que las madres de familia gritan desconsoladas y huyen despavoridos niños y doncellas; que las vírgenes vestales son ultrajadas, me estremezco de horror, y por parecerme este espectáculo digno de lástima y compasión, tengo que mostrarme severo y riguroso contra los que han intentado realizarlo. Porque, en efecto, yo pregunto: si un padre de familia viera a sus hijos muertos por un esclavo, asesinada su esposa, incendiada su casa, y no aplicara al esclavo cruelísimo suplicio, ¿sería tenido por clemente y misericordioso, o por el más cruel e inhumano de todos los hombres? A mí, en verdad, me parece de corazón de pedernal quien no procura, en el tormento y dolor del culpado, lenitivo a su propio dolor y tormento. Así pues, si nosotros contra esos hombres que nos han querido asesinar juntamente con nuestras mujeres y nuestros hijos; que intentaron destruir nuestras casas y esta ciudad, domicilio común del gran pueblo romano; que trabajaron para que los alóbroges vinieran a acampar sobre las ruinas de Roma y las humeantes cenizas del imperio, fuésemos severísimos, se nos tendría por misericordiosos, y si quisiéramos ser indulgentes resultaríamos sumamente crueles, con grave daño de la patria y de nuestros conciudadanos.”

Aunque la situación expuesta en este discurso ante el Senado solo eran una simple relación de hechos imaginarios contra familias, casas, estamentos religiosos, Roma, la patria, y todo aquello que pudiera pulsar las cuerdas sensibles del “pater familias” romano, cuya autoridad era casi inimaginable vista con los ojos de hoy, dirigida simplemente a excitar los sentimientos de los senadores sobre lo que podría ocurrir si no se actuaba contra Catilina y predisponerlos así contra él, recurriendo incluso a la ínfima figura culpable del esclavo, lo más bajo del estrato social romano que todos tenían en sus casas, Cicerón, al comienzo de su razonamiento, eleva al máximo placer, para el agraviado, el tormento y el dolor del agraviador como remedio al propio dolor, y si no se hiciera así, significaría tener corazón de piedra; y al final termina diciendo que ser severísimo y vengativo es tener misericordia.

Confieso por mi parte, pese a lo visto en mis largos años, que salvo la popular expresión de que la venganza es un plato que debe tomarse frío, jamás vi elevado tan ruin concepto a la altura intelectual que lo sitúa Cicerón en sus discurso. Pero en su descargo, por mi propia condición humana, añado que cuando Cicerón dijo estas palabras faltaban todavía casi cien años para que alguien, con muchísima mayor autoridad y poder, dijera al mundo: “Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al mal…” Y nos enseñó también que debemos pedir perdón a los demás por nuestras ofensas, a cambio de perdonar nosotros a los que nos ofenden.

Ya en nuestros días, otro espíritu elevado, Gandhi, dejó dicho: “Ojo por ojo, y todo el mundo quedará ciego.”

Finalmente, la venganza, llevada esta vez al absurdo, también es descrita y tratada de modo magistral por Don Pedro Muñoz Seca en su célebre caricatura de tragedia “La venganza de Don Mendo”. Al final de la obra, Don Mendo acaba vengándose en la pobre mora Azofaifa, pese al amor de ésta por él, porque ella acaba de matar a Magdalena, verdadero objeto de sus deseos vengativos; así que cuando Don Mendo protesta porque no quedan enemigos en los que vengarse, y Azofaifa le dice: “!Clava en mis carnes tu acero!…!Sacia tu venganza en mí si no has de quererme ya!”, Don Mendo la acuchilla sin contemplaciones, pues, la solución en este caso debía ser vengarse, como fuera y con quien fuera, con tal de cumplir su juramento de venganza hecho al final de la jornada primera del texto. Gracias, Don Pedro, por apuntillar este toro.