Lo que sigue parece una reflexión de Pero Grullo, por lo cual pasé algún tiempo dudando si escribir o no sobre el asunto vegano al considerarlo una manía pasajera, pero como a medida que pasan los días observo que se habla cada vez más de ello, y además los que promueven y practican esta dieta alimentaria –algo a lo que tienen todo el derecho, con su pan (o su verdura) se lo coman- se denominan a sí mismos de forma tan totalmente inadecuada que me causa risa (risa, el nombre; ellos, lástima), he decidido publicar lo que sigue en tono humorístico pensando especialmente en los lectores de La Crónica formados y con sentido del humor, así que usted, lector, si no siente dentro la vena humorística, mejor no siga leyendo porque no le va a gustar.
Está de moda una actitud respecto de la alimentación que se ampara en la forma de llamarse a sí mismos los que la practican: veganos. Y según parece, tal nominación se tiene o se pretende como cosa nueva, pero, por lo que verán si persisten en seguir leyendo, esto viene desde muy antiguo. Yo, como digo en el título de esta somera, y hasta superflua relación, me declaro vegano, pero lo soy con la máxima propiedad y fundamento, y lo he sido también casi desde inmemorial en razón de los años que tengo como individuo, a los que añado un larguísimo plus de antigüedad por los que poseo como especie vegana gracias a mis antepasados, quienes también lo fueron. Porque ser vegano respecto de la alimentación consiste en ser y practicar lo que soy, practico y he practicado desde que nací, que es lo siguiente:
Premisa 1ª: Soy vegano de nacimiento, pues vine al mundo en una vega, concretamente la Vega Baja del Segura, y por el mes en que nací, mi primer contacto con ella fueron su luz y el oxigenado aire con olor a cáñamo de simiente y membrillos.
Premisa 2ª: En mi árbol genealógico, hasta donde he podido averiguar, todos los individuos de ambos sexos nacieron y crecieron en esta vega, y fueron agricultores y ganaderos que vivían (y comían) naturalmente de lo que daba la tierra regada por el Segura (quiero aclarar antes de seguir que el vocablo naturalmente, colocado veinte palabras y un paréntesis más atrás, no es reiterativo porque antes, cuando nacía un noble, decían: -Ha nacido un comedor de caza. Pero cuando venía al mundo un siervo de la gleba como cualquiera de mis antepasados, decían: -Este comerá de lo que dé la tierra. Que era lo natural, porque la tierra da de todo, vegetales y semovientes, y comer solo caza no es natural, y además produce gota).
Con las dos premisas precedentes creo haber demostrado ser un vegano de pura cepa, no solo simbólica sino también de las que dan uva. Pero eso no es todo; veamos algunas más:
Premisa 3ª: Como vegano y buen conocedor de la vega, he aprovechado todos sus recursos desde mi más tiernísima edad, tanto que por escasez de leche materna me alimenté de leche de cabra y de vaca, y ya de mayorcito hasta desayunaba y merendaba muchas veces un vaso de espumosa leche de cabra ordeñada por mí, que ingería cruda por su buen sabor -los jóvenes de ahora (y algunos maduros) no gozan de estas cosas ni conocen el verdadero sabor de la leche, pobrecillos).
Premisa 4ª: Como me crié en íntimo contacto con la vega, y la vega producía de todo, comí de todas sus criaturas de cualquier clase y especie. No hubo mata de hierba ni fruto comestible que escapara a mis dientes, ni bicho silvestre que se moviera, nadara o volara que se sintiera tranquilo cerca de mi. El agua del Segura -¡aquél Segura transparente y vivo de entonces!-, cristalina en el remanso del brazal cuando terminaba de regar, calmaba mi sed y bañaba mi cuerpo en la canícula. Antes del baño revisaba el final de los tablares de riego por si algún pez había entrado por la hila; las anguilas eran frecuentes, y fritas o guisadas estaban muy buenas, lo mismo que las ranas y los caracoles cuando la ocasión era propicia.
Premisa 5ª: Los animales de corral eran una delicia: Pavos negros y rubianos que pastaban en manadas las alfalfas; gallinas y gallos peleones que defendían su territorio; terneras de raza murciana de labor que se criaban para engorde; también chatos murcianos, aquellos sabrosos cerdos de mal genio que te podían morder si les tocabas el morro, alimentados con desechos de patatas, boniatos, salvado y alfalfa, y que si tenías suerte llegaban a pesar cien quilos al cabo de un año (no los gigantes Large white de ahora que alcanzan tres veces más peso en la mitad de tiempo y no saben a nada); escurridizos conejos mallancones que se criaban a su aire entre el resto del ganado royendo lo que pillaban…, todo esto, junto con las frutas y verduras, y el trigo, la cebada y el maíz panificable entre los cereales, formaban el alimento vegano. ¡Qué buena era la vega, y qué buena es, porque sigue produciendo alimentos de todas clases! ¡Qué suerte tengo de ser vegano!
Pero basta de premisas; veamos otros considerandos yendo más atrás:
Aunque ya he manifestado mi suerte de ser vegano, en mi caso particular y en términos evolutivos no tiene mayor importancia porque, aunque no fuera vegano, el mejor sistema para mantener mi salud como espécimen humano, y así lo hago y me va de bien, es comer de todo lo que produce esta vega o cualquier otra. Pero históricamente no siempre fue así. Hubo un tiempo –unos siete u ocho millones de años atrás- en que mis antepasados arborícolas (y los de usted, y los de los que impropiamente se llaman veganos a sí mimos) eran vegetarianos cien por cien. De cuerpo más ágil y liviano, exteriormente tenían más pelo, cuatro manos y una cola que les facilitaba agarrarse a las ramas de los árboles para coger y comer sin caerse las mejores hojas y frutos, e interiormente poseían un ciego intestinal parecido en su forma al de los actuales équidos donde fermentaban la celulosa y otras substancias vegetales que les permitían obtener todos los compuestos químicos necesarios para vivir, especialmente ciertas proteínas.
Pero aquello también cambió. Por las razones que fueren, empezaron a variar la dieta alimentaria incluyendo huevos, pajarillos, insectos y lagartijas, bajaron de los árboles, se pusieron de pie, empezaron a cazar (primero a medias, porque eran cazados a su vez por los carnívoros) y acabaron siendo los reyes de la pradera. La mezcla de dieta cárnica y vegetal desarrolló sus cerebros, se pusieron a pensar, desarrollaron artes y técnicas de caza más efectivas, perdieron parte del pelo, la cola simiesca y el ciego fermentador de celulosa –la cola y el ciego son actualmente nuestra rabadilla y nuestro apéndice, que solo sirven para darnos disgustos: la una por romperse si nos caemos sentados, y el otro por infectarse y tener que pasar por el quirófano-, y lograron un ventajoso aparato digestivo a mitad de camino entre tigre y caballo, o sea, omnívoro, lo cual significa que para funcionar correctamente necesita digerir de todo, porque si le das solo verduras, o solo churrascos y pescado funciona mal y el cuerpo se resiente.
Finalmente, hartos de vagar de un lado para otro cazando y recolectando, hace solo ocho mil o diez mil años, según zonas -o sea, unos diez minutos atrás en el reloj evolutivo-, y eligiendo los mejores lugares para hacerlo, las vegas de los ríos (ésta fue una de ellas), se establecieron e inventaron la agricultura y la ganadería, con lo cual les quedó tiempo para inventar otras cosas, como la escritura, pero sin dejar la caza como complemento alimenticio, algo que, nos guste o no, todavía llevamos en los genes.
Y aquí estamos (estoy), en esta bendita vega. Y si usted, lector -discúlpeme que llame directamente su atención por llegar hasta aquí-, por su parte se siente anímicamente encuadrado en las premisas mostradas más arriba, y a su vez come de todo lo que produce una vega, aunque no haya nacido ni viva en ella puede, con toda propiedad, considerarse un vegano de pro y llamarse y ser llamado como tal sin tapujos.
Pero si perteneciera a la grey de los tiquismiquis que ponen pegas a los hábitos de alimentación normal propios del Homo sapiens(vea que subrayo lo de sapiens) despreciando la mitad de los recursos que produce la vega, usted no sería más que un vulgar usurpador de tal nombre, aunque pretendiera ser llamado así, y así le llamasen los ignorantes de lo que significa ser y llamarse vegano. Ítem más: Si rizando el rizo prefiriera usted retroevolucionar y desandar el camino hasta volver con los que todavía viven en los árboles y compartieron hábitat junto a nuestros antepasados, también estaría en su perfecto derecho, pero ni aún saltando de rama en rama podría llamarse vegano sin faltar a la verdad.