“AHOGARSE EN EL MAR. RELATO DE UNA IMPRUDENCIA PERSONAL”

Rafael Moñino Pérez

Miércoles 02-08-2017

En lo que va de verano, y al parecer más que los inmediatos anteriores, han muerto bastantes personas ahogadas por bañarse en el mar. Las causas serán todo lo variadas que las circunstancias provocaran, pero lo triste y lamentable es que algunas de ellas lo sean por la simple imprudencia de bañarse cuando las condiciones del mar son peligrosas, esté o no izada la bandera roja, que a veces no lo está por ser demasiado temprano, o por lo que sea, pero da igual puesto que para las personas adultas la bandera debe ser solo un detalle más que corrobore lo que el estado del mar  ofrece a sus ojos, si quieren verlo, que a veces no, y por eso ocurren las desgracias. Todo este cúmulo de eventos parece ser lo que está detrás del ahogamiento de un matrimonio murciano el pasado Julio en una playa de Guardamar. El mar hay que respetarlo, y como yo le falté una vez al respeto en las condiciones antedichas, y casi me cuesta la vida, quiero contar cómo salí del apuro por si acaso alguien que me lea se ve, Dios no lo quiera, en casos semejantes y le sirve de algo la desagradable experiencia que, casualmente, sucedió también en una playa de Guardamar, al Sur del casco urbano.

A pesar de que han pasado más de cuarenta años, tengo frescos los recuerdos del hombre joven que era yo (que sabía nadar de modo aceptable y gustaba de hacerlo en aguas que cubrieran), y que dejando a su familia en el hotel madrugó una mañana de Julio en vacaciones y se lanzó en solitario a un mar embravecido para sentir el zarandeo de las olas. Todo iba bien hasta que decidí salir cuando vi que me alejaba demasiado de la costa. Entonces me puse a bracear vigorosamente en dirección a ella, y a los pocos minutos comprobé preocupado, y casi agotado por el esfuerzo y el nerviosismo, que la playa estaba a igual o mayor distancia cada vez.

Aunque era temprano, una pareja de paseantes cruzó por delante del punto donde estaba. Hice señas con los brazos, pero no me vieron, lo que es comprensible porque mi cuerpo, del que solo sobresalían la cabeza, y esporádicamente las manos, subía y bajaba oculto la mayor parte del tiempo por la cadencia de las olas. Grité, pero era inútil contra el ruido del mar rompiendo en espuma sobre la orilla. Entonces, para suerte mía, recordé lo que tantas veces se oye sobre que el mar devuelve a tierra lo que flota, y deduje que la resaca que me había separado de la playa tendría un punto donde cambiaría la dirección de la corriente y me acercaría de nuevo a la orilla, por lo que pensé que lo más adecuado sería no tratar de volver por las bravas agotándome totalmente, conservar la calma y dedicar las energías que me quedaran a mantenerme a flote mientras pudiera con el menor esfuerzo posible. Esa decisión me salvó.

No pude calcular -y ahora tampoco- el tiempo transcurrido en esas condiciones. Quizá no fuera más de un cuarto de hora, que me pareció eterno, pero creí ver poco a poco la playa cada vez más cercana. Luego, tras un lapso indeterminado de tiempo, uno de mis pies tocó lo que me pareció una gruesa piedra, y comencé de nuevo a bracear con escasas fuerzas hacia la orilla para intentar hacer pie sobre el fondo, pero fue inútil, tal vez porque había entrado en una depresión del terreno donde me cubría el agua, y opté por estarme quieto otra vez por si acaso me salía de la corriente favorable que me había acercado a la orilla, ¡y acerté!, pues en escasos segundos volví a tocar un fondo liso donde, aprovechando las fluctuantes bajadas del nivel del agua por el oleaje, pude mantenerme derecho de puntillas pese a que a nivel de pies y rodillas notaba una fuerte resaca. El resto fue fácil: avanzar un palmo cuando me cubría una ola por la espalda y procurar mantenerme quieto y de pie frente a la resaca esperando la ola siguiente, hasta que con agua a nivel del pecho pude ¡por fin!, andar con cierta normalidad, pese al cansancio, y salir del mar.

Agotado por el esfuerzo y la tensión nerviosa, y con la desagradable lección que les he contado bien aprendida, me tendí boca arriba sobre la arena un buen rato, meditando mientras descansaba en lo cerca que, por imprudente, estuve de la muerte.