“OTRA VEZ LAS COLILLAS. Y YA VAN….”

 Rafael Moñino Pérez

Agente de Extensión Agraria

Fotos.-Rafael-Moñino-Pérez

MARTES 30-08-2016

No falla. Ya es una fijeza metida en los tuétanos. Todos los veranos oigo las mismas chorradas cuando la desgracia meteorológica o la acción criminal hacen arder los bosques españoles. La última (por ahora), es la del 25 de Agosto sobre el incendio en Tafalla “por culpa de una colilla arrojada desde un coche”, como más o menos decía un convencidísimo y resoluto locutor de radio, al que, desde aquí, si es cosecha suya, o a quien le haya pasado la información escrita les digo que, además de no creer lo que dicen les contesto afirmando que es mentira. No me corto ni un pelo por decir de forma rotunda y tajante que esto es una falsedad. Ya está bien de decir tonterías hasta que la reiteración las convierta en verdades de consumo para el común, porque mientras las colillas sigan siendo lo que son, la verdad será inalterable como hasta ahora por mera cuestión física. Desde un coche se pueden lanzar muchas cosas para encender un monte, pero lo de las colillas es una auténtica gilipollez. Ya he dicho y publicado más de una vez que quien pretenda hacer una barbacoa en el monte y solo disponga de la brasa de un cigarrillo para encender fuego, solo tiene dos opciones: ir a buscar cerillas o encendedores donde los haya, o comerse la carne cruda. Hay una tercera opción, pero no está al alcance de los empecinados radiocolilleros ni de mucha gente de la generación actual. Nuestros abuelos del medio rural la conocían: fabricaban un puñado de yesca -en el monte es fácil hacerla, y hasta puede encontrarse hecha-, la encendían con el chispero de pedernal, añadían un poco de hojarasca, soplaban y se producía la llama. También podían encender la yesca con una colilla si la tenían, por lo cual no recurrían al chispero como iniciador del proceso, pero está claro que solo con la intermediación de la yesca se lograba encender fuego. También sabían conservar a campo abierto, para cualquier necesidad, especialmente la de fumar, un fuego de brasas durante la jornada de trabajo por el sencillo método de encender un puñado de boñigas secas de équidos o de vacuno sobre un hoyo en el suelo, que cubrían después parcialmente con tierra para que la combustión fuera lenta y duradera. Junto al hoyo había siempre unas tenazas para coger porciones de cenizas ardientes, soplar para avivarlas y encender el cigarro sin recurrir al chispero de eslabón y pedernal.

            Resumiendo, queridos y desnortados locutores y redactores radiofónicos, las cosas -y no siento nada contradeciros, porque lo merecéis- suceden de otra forma: las colillas solas no encienden el monte; la yesca, o sus equivalentes (que pueden ser muchos y variados), es necesaria como intermediaria entre la colilla y el incendio forestal.

            Llegados aquí, quizá pueda alguien pensar que hablo solo de mi peculiar experiencia. Pues no. En cierta y feliz ocasión coincidí fortuitamente, y en plena faena, con una brigada de limpieza forestal a cuyo capataz conocía. Mandó éste hacer un descanso y charlamos de varias cosas relativas al monte, entra ellas las famosas  colillas -que ya colean lo suyo en años-. Casualmente, todos los presentes habían intentado alguna vez hacer fuego directamente con colillas sin conseguirlo, y alguno de ellos, hasta con colillas de puros de buen calibre hubieron de desistir hartos de soplar sobre hojarasca y ramillas finas. Todo esto nos dice claramente una cosa: que la pequeña fuente de calor de un cigarro no es suficiente para provocar directamente un incendio forestal, y que para que éste se produzca hay que aumentar la potencia calórica inicial -y consiguientemente la temperatura- con materiales combustibles añadidos. Lo demás, tonterías veraniegas de cada año, pues hasta en un producto tan inflamable y volátil como la gasolina, si no producimos chispas, podemos apagar la brasa de un cigarro como si lo metiéramos en el agua.

            Quiero llamar también la atención, aunque no sirva de nada, sobre el especial lenguaje empleado en cuestiones de incendios. Apena ver las patadas y agresiones (también en otras cuestiones aparte de los incendios) que recibe la lengua común, nuestro idioma, de parte de esta gente cuya obligación es usarlo bien por constituir su principal herramienta de trabajo, y mejorar de paso nuestra habla por imitación de la suya en vez de estropearla. Como les supongo periodistas, algunos de ellos parece que hayan pasado por la universidad escondidos bajo los pupitres. Este año he oído varias “perlas” parecidas a las que siguen, pero solo he anotado cuatro aparte de la mencionada colilla tafallesa. Vean con qué términos daban más o menos la información:

-26 de Julio: En el incendio de la sierra de Espadán intervinieron “30 medios” y “400 efectivos”.

-21 de Agosto: En el incendio del valle del Jerte participan “24 medios”.

-29 de Agosto: En otro incendio en Sevilla intervienen “200 efectivos”.

-29 de Agosto (en la misma emisora): Un Gobierno Regional también previene contra las colillas y dice que tiene “400 efectivos” preparados contra los incendios (aunque en este caso estimo que se podría exonerar de la pifia al estamento político y cargarla en la cuenta de su gabinete de prensa y propaganda).

            Creo que, como muestra, vale. Lo de los “medios”, se presupone que son aéreos, aunque algunos locutores no nos lo aclaran, pero veamos primero los “efectivos”: Cualquier niño de primaria sabe que los números heterogéneos (peras y manzanas, o mesas y sillas, como nos ponían como ejemplo en la escuela) no son sumables, y los “efectivos” de marras son un número heterogéneo, pues se componen de personas y materiales diversos en número y proporciones determinadas, que pueden relacionarse especificando su cantidad y naturaleza por separado, pero que no se pueden sumar. Entonces, ¿qué son los “efectivos”, que llegan a mil si sumamos los anotados en las fechas precedentes? Me atrevo a suponer lo que querían decir los radioparlantes de turno, pero como no lo dijeron, queda la duda de lo que pasaba por sus cabezas.

            En cuanto a los “medios”, aunque para los caletres de los locutores tuvieran su particular significado, para el mismo niño de primaria, dos medios (dos mitades) equivaldrían a la unidad, y si el total de medios se dividiera por dos tendríamos enteros como resultado, luego en la sierra de Espadán debieron intervenir 15 aeronaves, y en el valle del Jerte, 12, que son los respectivos resultados de dividir por dos los 30 y los 24 medios del problema. Y menos mal que en ambos casos el número de medios era par, porque si llega a ser impar habría que explicarle al niño cómo pueden volar y arrojar agua sobre el fuego las medias aeronaves del cociente. Señor, ¡qué cruz, tener que explicar estas cosas! Pero es necesario, pues hay molleras demasiado duras dando noticias al tuntún.

            También tienen su miga los flecos de tan nefasto lenguaje sobre los incendios. Por un lado, la estúpida, por innecesaria, grandilocuencia conceptual: Ya no se quema nada, todo se calcina. Cientos, miles de hectáreas son calcinadas sin piedad (algunos pronuncian hectárias, que consideradas líricamente serían cien arias), con lo difícil que es calcinar, porque en cualquier incendio se puede socarrar, carbonizar y quemar mucho pero se calcina muy poco. Siguiendo la gradación calórica, después de calcinar hectáreas tocaría fundirlas, y a no tardar puede que esta gente anuncie la fusión de los montes y los haga descender en forma de lava. Y por otro, la perenne confusión del matorral con el monte bajo, que no es otra cosa que el rebrote de los árboles después de la tala. Unas elementales nociones de silvicultura no les vendrían mal para decir menos necedades, pero como no espero que cambien, ¡para qué seguir! No se ganan el sueldo, y si se lo pagan, no se lo merecen, porque hasta para rematar la faena a veces te sueltan impúdicamente un “punto y final” que nos dejan tiesos. Y ellos tan frescos.