“CAMBIO CLIMÁTICO Y PRODUCCIÓN FRUTAL”

Rafael Moñino Pérez

Agente de Extensión Agraria

 

VIERNES 15-01-2016

FOTOS E.D.G.

P1110129Quizá el título elegido para esta colaboración en La Crónica sea un traje demasiado grande para el cuerpo de un texto breve, pero quizá también, y ojalá me equivoque, este que empieza puede ser un mal año para la producción frutal. Trataré de explicar el porqué de modo divulgativo y huyendo de tecnicismos, basando mis reflexiones en la simple experiencia personal de haber trabajado durante cuarenta años en una comarca frutícola.

            Está de moda, y creo que con sobradas razones, hablar del cambio climático. Siempre se dijo, o al menos así lo oí en varias ocasiones, que una vida humana era demasiado corta para notar cambios apreciables en esta cuestión. Pero parece que las cosas no son del todo así, pues lo que hace cincuenta o más años se mostraba como excepcional, en los últimos tiempos se está volviendo cotidiano. Y si consideramos un periodo más largo, sesenta años, por ejemplo, se tiene más claro que los inviernos eran inviernos y veíamos la nieve con frecuencia, aunque de vez en cuando se intercalara uno suave. Esto tenía una clara repercusión, observable a simple vista, en el comportamiento de los frutales de hoja caduca, entre los que se hallan los dos grandes grupos de hueso y pepita, y se debe a lo que en términos agronómicos llamamos integral térmica expresada en horas de frío acumuladas sumando los periodos transcurridos desde el umbral de siete grados centígrados hacia abajo. Existe también la integral térmica de calor, que se mide de otra manera, pero no viene al caso porque lo que nos interesa en este caso es la floración que producirá el cuajado de la fruta, y esto depende del frío, o dicho de otra manera, de la escasez de calor invernal, pues la suma de horas acumuladas por debajo de siete grados para cada especie y variedad frutal, si se cumplen, la floración será normal en tiempo y abundancia, y si no se cumplen, se adelantará en el tiempo y será deficiente no solo en número sino también en calidad.

           P1100902 Aclaremos un poco más la cuestión diciendo que los frutales de pepita necesitan mayor número de horas de frío que los de hueso, y que las yemas de ambos grupos presentan diferencias esenciales, y digamos también de paso que los órganos florales, el cáliz y la corola no son más que hojas modificadas, sujetas, por tanto, a variaciones por su propia naturaleza, como sucede en los de pepita, donde una misma yema, dependiendo del periodo de reposo invernal que tenga, puede evolucionar a flor o a brote con hojas (madera, en el argot frutícola); y que en los de hueso, por el contrario, las yemas ya inician diferenciadas la parada invernal, unas para producir flores y otras para dar brotes con hojas, y ambos tipos de yemas, o dan la flor o el brote con hojas predestinado que de ellas se espera o morirán sin brotar.

          P1110131  Así las cosas, cuando la suavidad del invierno no permite cubrir el mínimo de horas de frío, el primer síntoma visible es el adelanto de la floración, la cual suele ser más escasa de lo normal y de aparición escalonada, escalonamiento que con toda lógica se transmite al cuajado y desarrollo del fruto. También suele ser engañosa por que muchas flores no son viables por atrofia o alteración de los órganos reproductivos, cayendo a tierra sin cuajar, lo cual no tiene mayor valor porque esta caída también sucede en años normales de abundante floración, pues ya se sabe que la fruta cuajada y viable representa solo un pequeño porcentaje del conjunto floral. Tiene mayor importancia lo dicho al principio de este párrafo: el escalonamiento, pues este suceso provoca que los primeros frutos en cuajar manifiesten una preponderancia de tamaño y competencia respecto de los últimos que origina la caída temprana de los rezagados.

         IMG_6967   Y como las desgracias no suelen venir solas, a veces llega una helada tardía que, aunque no sea muy rigurosa, da al traste con todo si coge a los frutos recién cuajados, en estado lechoso, cuando más sensibles son al frío, pues en esta fase son muy débiles. No sucede así con las flores, que aún sufriendo fuertes heladas casi siempre se salvan las suficientes para remediar la situación. Por citar un caso paradigmático, hubo un año en la comarca del Alto Vinalopó en el que una fuerte helada cogió los almendros en plena floración. El color marrón que siguió a la blancura de los pétalos de las flores semejaba el de la picadura basta de tabaco, y se pensó en la pérdida total de la cosecha. Pero nos equivocamos –yo el primero-: Hubo una gran cosecha de almendras.

            Pero los cambios que estamos notando, cada vez más palpables, no presagian nada bueno, y si esto sigue así los cultivos agrícolas, especialmente los leñosos, estarán entre los primeros afectados. La agricultura, como saben muy bien los agricultores, es lo más parecido a una fábrica sin techo.