“ONIRISMO FUGAZ”. Por Rafael Moñino Pérez
“ONIRISMO FUGAZ”
Rafael Moñino Pérez
Como blanco destello, en la escalera,
tan fugaz tu presencia inesperada
cual centella que hiere la vidriera
y vierte el tragaluz policromada.
De la luz eras tú la quintaesencia;
y del silbo celeste, la cadencia.
Allí, en la balaustrada del rellano,
con tules transparentes, tu belleza
mostraste generosa, y en tu mano
flor de lis como signo de nobleza.
Contuve el respirar, embelesado,
absorto en la visión, alucinado.
Pretendí de tus formas preguntarte,
si las hadas son seres terrenales,
si te hiciste visible, para amarte,
descendiendo de limbos celestiales.
Y por más que mi boca lo intentaba,
un nudo de emoción me aprisionaba.
En mis sueños juveniles, de tu cara
su óvalo entre brumas recordaba,
y la miel que en los labios me dejara
si entre besos gozando despertaba.
Aún despierto, la dicha persistía
por no desvanecer la fantasía.
Sentí que la pureza de tus ojos
la busca de los míos requerían,
limpiando de sus iris los abrojos
y máculas impuras que tenían.
Del pozo de los míos, de su fondo,
tu estela penetró hasta lo más hondo.
Por eso equivoqué convencimientos
de fantasías hechas realidades,
de las hadas salidas de los cuentos
y formas que transgreden las verdades.
Ya todo encaja. Mi mente, dispuesta
a unir blanco y negro, todo lo acepta.
Y al sentirte tan cerca, hice intento
de incitar con mi mano a la caricia,
y apagaste tu brillo en un momento
como justo castigo a mi avaricia.
De tu presencia, quedó en el ambiente
el aura misteriosa de lo ausente.
Te busqué por el palacio. La gente,
contemplando el barroco artesonado,
ignoró tu presencia evanescente
y tu rastro en el aire perfumado.
¿Cómo yo, hecho de barro terrenal,
pretendí una criatura celestial?
Apenado, a lo alto dirigí
mis ojos de mirada desvaída,
y en el techo de la sala descubrí
de tu rostro la imagen tan querida.
Allí, arrebujada en oropeles,
del pintor te fijaron los pinceles.
No pude apartar la vista. Absorto
contemplé ensimismado tus pupilas,
meditando que fueras un aborto
que mi onírico espíritu destilas.
Pero no: tus pupilas se agrandaron,
y fijas en las mías, titilaron.
Ya no quiero volver a aquel palacio,
ni quiero transitar sus corredores,
ni mirar de sus techos el espacio
que sembraron mis dudas y temores.
Sin embargo, en el fondo de mi ser,
ansias conservo del hada y la mujer.