Ximo Puig, el presidente que no esperaba serlo, puede pasar a la pequeña historia local a poco que lo intente como el héroe que logró casar dos imposibles. Uno, poner de acuerdo a todos a cuentas de la financiación autonómica. Y dos, ser el oficiante mayor en el naufragio del propio autogobierno.
Patronal, sindicatos, universidades y eso que algunos llaman sociedad civil, que en las más de las veces poco tiene de sociedad y menos de civil, los mismos que callan cuando debieran hablar y hablan cuando nadie les escucha, hacen cola y meritoriaje para firmar en el libro que se expone en el velatorio autonómico.
Si hasta el PP y Ciudadanos, reacios a todo lo que huela a autogobierno, se han aprestado a compartir foto y firma, es que algo no debe ser lo que parece. O que su objetivo oculto no es otro que abocar a Puig a que acabe pareciéndose al personaje aquel que quedó reducido a una sola frase y, dijera lo que dijera, ya todos escuchaban lo mismo.
Dice Puig, y lo dice a cada minuto, le pregunten o no le pregunten, venga ello o no a cuento, que el autogobierno tiene el futuro cegado con estas cuentas y con estos cuentos. No sabemos si lo cree ciertamente, pero lo dice. Y eso basta. Y mañana, 9 de octubre, la “Diada” valenciana, será el gran momento donde se oficie el aquelarre del agravio, la nostra versión del Junts pel Sí. Así, oyéndoles, podremos barruntar qué harían si las cosas no fueran como son. Si Madrid no fuera Madrid, si Cataluña fuera una nación, si los vascos y los navarros no vivieran de nuestros ahorros, si los andaluces y los extremeños no nos chuparan la sangre como, dicen sin decir, nos la chupan a cada rato, pero lo que va a ser más difícil de conocer es saber qué van a hacer mientras tanto. Ese libro, como sucediera con la orquesta del Titanic mientras se hundía el más famoso trasatlántico de la historia, seguirá con la mayoría de sus páginas en blanco.
Decía Pablo Ibáñez en La mala reputación que a él la música militar nunca le pudo levantar. Hoy, previa al 9 de octubre, unos y otros afinan trompetas y clarines…, pero, recordémoslo, aquel himno/canción acababa más o menos así: “En el mundo pues no hay mayor pecado / Que el de no seguir al abanderado / No, a la gente no gusta que / Uno tenga su propia fe”.
Y ahí puede que esté el problema. Que son –somos- muchos a los que no les gusta mirar un solo abanderado y tener que levantarse al paso de una única música militar. Y en éstas parece que andamos y andaremos acá por largo tiempo. Cantando y lamentando nuestras debilidades y olvidando las fortalezas. Con la orquesta tocando incesantemente la misma y cansina música mientras la gente de afuera solo trata de evitar su naufragio particular. En twitter@plopez58