Copia de Foto 2 (1)

 Rafael Moñino Pérez

(Agente de Extensión Agraria jubilado)

Aunque la controversia sobre este asunto ciertamente ha pasado algo de moda, el porqué de volver sobre él se debe a que todavía entre gente poco informada se suscita el tema de que las grandes potencias, con sus extraordinarios medios impiden la lluvia en determinadas zonas con fines económicos, o vaya usted a saber con qué otras aviesas y oscuras intenciones se altera el clima. Por haber vivido largos años en una comarca azotada regularmente por el pedrisco (este año también), donde incluso se estableció hace años un sistema zonal de prevención para evitarlo a base de emitir partículas de yoduro de plata a la atmósfera, aparte de otros sistemas complementarios como el disparo de cohetes antigranizo y de cañones de infrasonidos a cargo de las fincas frutícolas más importantes con el mismo fin, hay que decir que todos estos temores u opiniones no son sino lucubraciones sin ningún fundamento, como veremos a continuación.

En primer lugar, la influencia que puede tener la siembra de partículas, bien sea desde aeronaves o desde emisores terrestres, es que, si acertáramos a hacerlo en el lugar y momento oportuno donde se genera la tormenta, cosa nada fácil de prever, para que las columnas ascendentes de aire las transportaran hasta donde se forma el pedrisco, conseguiríamos que con el aumento de núcleos de condensación el pedrisco no pasara de ser granizo de pequeño tamaño, es decir, que si una nube nos fuera a descargar, pongamos por caso, trescientas mil toneladas de agua y pedrisco del tamaño de nueces, nos descargaría trescientas mil toneladas de agua y granizo del tamaño de lentejas, de consecuencias leves o inofensivas. Naturalmente, como en la práctica no se acertaba el momento aunque se conociera más o menos el lugar, los continuos fallos del sistema hicieron que se abandonara.

En cuanto a los cohetes y las máquinas productoras de sonidos de baja frecuencia apuntando a las nubes con la sana intención de quebrantar el pedrisco y reducirlo a partículas es como cocear sobre aguijón con pie descalzo. Pongamos primero un ejemplo fácil de entender: Si pretendiéramos parar en seco un tren a toda velocidad no nos serviría hacer chocar contra él un tren de juguete; necesitaríamos otro tren de las mismas características y a la misma velocidad en sentido contrario, es decir un móvil portador de la misma energía cinética para neutralizar la fuerza del primero. Por tanto, si partimos de la base de que en una tormenta de tipo medio se libera una energía superior a las bombas atómicas que destruyeron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, es para pensar que una avioneta, unos cohetes o un cañón antigranizo tienen la misma capacidad de desviar una tormenta que una mosca para apartar un portaaviones de su ruta. Otro ejemplo: ¿Alguien ha pensado en aprovechar la formidable energía del rayo? Pues en la batería de su coche lo tiene cautivo, y la energía acumulada en la batería es probablemente mayor, solo que se libera muy lentamente y a doce voltios, lo mismo que la tormenta, que no nos fulmina de golpe como una bomba atómica por la misma causa, y por que su acción se ejerce sobre amplias zonas. Ya habrán leído, o lo leerán si les place, en otro lugar de este periódico que las leyes físicas están para cumplirse sin necesidad de jueces ni policías. Esto es así. La realidad es muy tozuda, y el que no quiera reconocerlo, allá él. Todavía hay bastantes personas –yo he conocido varias en el mundo rural- que no creen que la tierra es redonda ni que el hombre haya puesto un pie en la luna, y esto no afecta para nada a la redondez de la tierra ni a los viajes espaciales.

Lo que sí parece tener gran influencia en la climatología, especialmente en la falta de lluvias o en que éstas se produzcan de modo torrencial y calamitoso, es la creciente deforestación de amplias zonas del redondo planeta que habitamos. Parece que una de las diversiones del llamado Homo sapiens, o mejor Homo asinus, (asinus significa burro en latín) es la de pegar fuego a los montes y deforestar selvas, y así nos va o nos irá el futuro. Por cierto: Las colillas, pese a lo que digan los poderes públicos y alguien más, no queman los montes, sino el fuego vivo de una llama. El que no tenga más que una colilla de cigarrillo para hacer fuego, aunque la intención sea para asar carne, como no sea un especialista en técnicas de supervivencia les aseguro que se la comerá cruda si le aprieta el hambre, por que no conseguirá hacer fuego por más que lo intente.