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La salinidad en los suelos agrícolas de la Vega Baja puede ser un serio problema en un futuro más o menos lejano debido principalmente a la interrupción de la acción histórica del río. Hasta mediados del siglo pasado, cuando el Segura era un río plenamente sano, el contenido en cloruros de sus aguas estaba alrededor de medio gramo por litro, y cuando se asolaba en cualquier brazal la bebíamos y hasta había quien llenaba el botijo para llevársela a casa. Desconozco cual és ahora este dato, pero no me he molestado en averiguarlo, ya que lo considero irrelevante por lo que se dirá más adelante, y por que me preocupan mucho más los aportes químicos de vertidos industriales de todas clases sin la adecuada depuración, pues esto envenena sus aguas hasta convertirlo en una cloaca como sucedió no hace mucho tiempo cuando se veían carteles por sus riberas con lecturas como “el río nos mata”.

Pero volvamos al asunto que encabeza esta reflexión: El peligro de salinización: Que la huerta es hija del río no necesita explicaciones, pero sin remontarnos a edades prehistóricas, sino a un pasado bastante cercano y documentado, entre 1545 y 1879, o sea, ayer a efectos prácticos, el Segura obsequió a su vega con 136 riadas, es decir, una cada dos años y medio. Esto, prescindiendo de daños a personas y cosas -no se olvide que vivimos en territorio aluvial prestado por su dueño: el río-, en términos edafológicos significa que cada riada ha arrastrado hacia las capas freáticas del subsuelo el exceso de sales perjudiciales acumuladas tanto por el riego como por las que ascienden por capilaridad, y a la vez ha mejorado la fertilidad de la capa arable con el aporte de turbios (arcillas y limos) procedentes de las tierras donde descargaron las tormentas causantes de la riada, manteniendo de esta manera el suelo en su tradicional equilibrio.

Así las cosas, llega el siglo XX, se construyen los pantanos reguladores de la cuenca, se canaliza el río, y se acaban las grandes avenidas salvo contingencias de orden mayor como gotas frías extraordinarias, que casi siempre afectan a zonas concretas. Y al acabarse las riadas se acaba la acción histórica del río y comienza otra etapa, la de acumulación progresiva de sales sin posibilidad de lavado salvo precipitaciones de agua mansa que superen los 70 u 80 litros /m2, pues las torrenciales no son eficaces salvo en hondonadas o tierras llanas sin avenamiento. A esto se suma el que en muchos casos se ha sustituido, por economía de agua, el riego tradicional por el localizado o goteo, echando mano a veces de aguas de pozos cuya salinidad supera los cinco o seis gramos totales por litro.

Se me puede argüir que el riego localizado permite usar con ventaja aguas de peor calidad que el riego tradicional. Cierto, pero, con este sistema, en tierras fuertes o arcillosas la percolación de agua hacia el subsuelo es casi nula y es inevitable la acumulación de sales, aunque en el bulbo o zona húmeda del goteo la salinidad no adquiera grados alarmantes puesto que ésta se mantiene en una graduación próxima a la del agua de riego. Pero si se descuida la frecuencia adecuada del riego, sobre todo en tiempo seco y caluroso, las sales acumuladas en el llamado horizonte salino o zona de transición entre la zona húmeda y la seca buscan su equilibrio y acaban emigrando hacia el interior del bulbo donde se halla la mayor concentración de raíces del cultivo, que inevitablemente sufrirán daños o morirán por simple intoxicación. Un sencillo ejemplo aclara la cuestión: Si colocamos a la intemperie un recipiente con agua que tenga una concentración de solo un gramo de sales por litro, al evaporarse las nueve décimas partes del agua la concentración será equivalente a diez gramos por litro, puesto que lo que se evapora es agua pura. Por lo tanto, hay que tener mucho cuidado con el uso de aguas salinas y hacer bien las cosas, pues no es raro ver manchas blancas de salobre en las crestas de los caballones coincidiendo con el punto de goteo. Volveremos sobre este asunto y otros parecidos en otro momento cuando hablemos del manejo del riego localizado.

Posibles soluciones:

Partiendo de la realidad de que lo que se hizo durante el siglo pasado con el río y su cuenca, hecho está y no hay vuelta atrás, hay que decir que ni el Segura parió su huerta en una semana ni ésta se va a salinizar en otra. El agricultor tiene herramientas para defenderse y, por lo menos, si no evita a largo plazo el problema, puede mantenerlo a raya manejando bien el riego. Para ello hay que conservar en perfecto uso el tradicional riego de hila o “a manta” para regar siempre que sea posible y convenga al estado vegetativo de sus cultivos. Si no hay arbolado, no iría mal una nivelación a cero de la tierra para que el agua de riego “duerma” y se filtre sin escurrir hacia el final de la parcela. Dar por lo menos, si es posible, dos riegos al año con dotaciones de 1.500 m3 o mayores por hectárea para lavar el exceso de sales, y seguir fielmente el dicho de que “agua del cielo no quita riego”. Si hay instalado riego localizado, ponerlo en marcha mientras se riega de hila para evitar la entrada da agua sucia en las tuberías porta-goteros que los puedan obstruir. Si el agua es de mala calidad, lo aconsejable es regar de hila pocas veces con mucha agua que muchas veces con poca, para evitar acumulaciones salinas, aunque esto no es factible a veces, sobre todo en verano, con agua entandada y con límite de tiempo por tahúlla, sobre todo en arbolado con cosecha pendiente, en cuyo caso hay que regar con lo que venga. Pero, se pueda hacer o no lo ideal en cada caso, lo importante es tener las ideas claras.

Rafael Moñino Pérez

(Agente de ExtensiónAgraria jubilado)