“LA RAMBLA DE COX”. Rafael Moñino Pérez
“LA RAMBLA DE COX”
Rafael Moñino Pérez
MIÉRCOLES 03-02-2021
Comenzaré diciendo que aunque nací y viví permanentemente en Cox hasta bien entrados los veinte años, como norma habitual entre hijos de agricultores me crié prácticamente en la huerta, lo cual fue una suerte para el posterior ejercicio de la profesión que tuve, y también lo fue el que a aquella circunstancia se uniera la cualidad innata de ser un chiquillo bastante observador de la naturaleza que me rodeaba. Por eso recuerdo que el bancal aledaño a la parte Sur del cabezo del Salar, ocupado entonces por olivos jóvenes, tenía más piedras de las que se veían en otros bancales, y también que bastantes de ellas eran redondeadas -lo que en lenguaje local llamamos cheroles-, semejantes a los guijarros propios de orillas y lechos de ríos y ramblas. Pero habiendo una mole rocosa junto a este bancal, el zagal de diez a doce años que yo era consideró que en el lugar más próximo a un monte era lógico que abundaran las piedras, y la reflexión, por falta de conocimientos, no pasó de ahí. Años más tarde, este recuerdo me hizo pensar que la forma de los guijarros podía tener otro origen, así que, ya jubilado, decidí volver al lugar, estudiar el terreno -algo que en mi caso es casi una diversión por mi afición al campo y los montes- y consultar mapas, tanto de papel como electrónicos, hasta entrever la posibilidad de que esa zona, en un pasado remoto, pudo haber sido realmente un lecho de rambla. Está suposición fue tomando cuerpo, por así decirlo, al ver la similitud de los guijarros redondeados que recordaba desde niño con los de la figura 1 –recogidos hace unos meses con bastante dificultad por el estado actual de la parcela, parte de ella cubierta de vegetación silvestre- y comparar éstos con la clase de rocas que forman el cabezo del Salar, constituidas por finas diaclasas parecidas a losetas para piso de viviendas, lo que indica claramente que las piedras redondeadas del bancal no son depósitos coluviales a pie de monte sino material desgastado por una corriente aluvial ajena al cabezo. A partir de ahí nació la idea de estudiar mejor el caso por si valía la pena dar a conocer el descubrimiento, algo por lo que finalmente me decidí. Como título se me ocurrió nominarlo La rambla de Cox, nombre quizá algo pomposo para un cauce de poco más de cuatro kilómetros desde donde se supone su nacimiento, pero que debía mantener para distinguirlo del diminutivo Rambleta (topónimo vigente todavía y del que hablaremos a continuación), con el que se denominó el cauce de riego abierto a partir de 1467 por el señor feudal de Cox un poco más al Norte, cuando la supuesta rambla de Cox hacía milenios que desapareció.
Otra pista de la probable existencia de esta rambla en el pasado me la dio el estudio de las cotas de nivel del terreno desde el paraje Las Puntas hasta llegar a Cox. Esta zona está dividida longitudinalmente de Oeste a Este en dos partes por una elevación lineal, apenas perceptible, sobre la que el señor feudal de Cox hizo coincidir a mediados del pasado milenio con el antedicho cauce de la acequia que, procedente de Benferri, regaba el campo de Cox con las avenidas intermitentes de la rambla de Abanilla, cauce que acabó llamándose Rambleta y que en buena medida coincide con el actual camino de Las Puntas hasta llegar a Granja de Rocamora (ver figura 2, arriba a la izquierda, y seguir la línea azul hacia la derecha) por la calle del mismo nombre y siguiendo por la del Obispo Rocamora hasta rebasar el casco urbano en dirección al camino de Las Fuentes, dejando al Sur, a unos 400 metros, el cabezo del Salar. Las aguas de este cauce -que funcionó hasta que los frailes dominicos, propietarios de Redován, consiguieron mediante largo pleito iniciado en 1723 que toda el agua de la rambla fuera hacia Redován- bajaban regando, a la izquierda, las tierras de La Callosilla y otras cercanas a la actual autovía, y a la derecha, las cercanas a Cox. La prolongación hacia el Oeste de la calle Rambleta desde Granja de Rocamora todavía coincide en su trazado con el camino de Las Puntas en un tramo de 1.570 metros hasta el cruce con el camino de Enmedio, distancia lineal marcada en verde sobre el mapa entre dos flechas del mismo color (ver figura 2). Como puede verse en la figura de este mapa, el cauce de riego procedente de Benferri discurría al Norte de la cota 36, y desde allí pasaba por las cotas 34, 28 y 22, regando las tierras de ambos lados hasta rebasar Granja.
Por pura lógica, y con las debidas reservas, pienso que el cauce de la prehistórica rambla que nos ocupa debió discurrir, desde Las Puntas, por la actual vaguada entre el Sur de la Rambleta y el piedemonte de la sierra de Callosa, y siguiendo la imaginaria línea formada por las actuales cotas 36, 31, 25, 24 y 18 (que pueden haber variado en el tiempo), atravesaba lo que hoy es casco urbano de Cox por entre la calles Lepanto-Reyes Católicos, El Ruiseñor-Severo Ochoa, plaza de La Bolarina y Norte del Instituto de Enseñanza Media hasta llegar a la cota 14, situada a piedemonte del cabezo del Salar, y desde ahí, extendiéndose por la llanura de cotas inferiores hasta los cabezos de Las Fuentes. También, al piedemonte del cabezo del Salar llegarían por la cota 16 las aguas pluviales de la parte derecha del camino de Las Puntas cercanas a Granja, sumándose al cauce final de la rambla (figura 3). El cabezo, en cualquier caso, en posición Norte-Sur y transversal a la corriente, por su forma de ese invertida retendría las aguas y les daría salida por donde se indica, en la figura 3, la parcela situada al Sur. Por la margen derecha, la rambla recibiría la descarga de los barrancos de la sierra de Callosa desde su principio, siendo el último de estos afluentes el de la cara Suroeste de la sierra del Palacio y barrancos de La Campana hasta el collado de La Hoya por la calle de los Ángeles, pues las aguas de la cara Norte de la sierra del Palacio y del cerro del castillo irían directas hacia el cabezo del Salar por la cota15 a encontrarse con el final de la rambla. Toda esta área, cuya superficie es de 956,15 hectáreas incluyendo la escorrentía de la sierra de Callosa que le es propia, se destaca en la figura 4, superficie bastante importante para comprender, si hacemos unos sencillos cálculos, los caudales que pudieron llegar hasta el citado cabezo. Para hacernos una idea que entendamos todos, supongamos una lluvia de 50 litros por metro cuadrado, equivalentes a 500 metros cúbicos por hectárea, de lo que se deduce que sobre la superficie o cuenca de arrastre lloverían nada menos que 478.075 metros cúbicos. También sabemos que si la lluvia es mansa no pasa nada porque la mayoría se filtra en el suelo, pero si fuera torrencial y el suelo no absorbiera más del 20% del agua caída, el caudal que se dirigiría al cabezo sería de 382.460 metros cúbicos, agua que llegaría con picos máximos y mínimos de caudal que naturalmente desconocemos, pero que serían importantes dada la fuerte pendiente de los barrancos de la sierra y su confluencia en el cauce hacia el cercano cabezo.
Hasta aquí, todo lo anteriormente dicho se basa, naturalmente, en suposiciones y cálculos apoyados exclusivamente en los datos que hoy tenemos a la vista. Pero no es suficiente. Quedan cosas por aclarar y preguntas que responder. La supuesta rambla ya no existe pese a que las escorrentías de la zona Norte de la sierra de Callosa y del terreno adyacente siguen dirigiéndose laminadas por la llanura hacia el cabezo del Salar, por lo que tiene que haber una explicación que nos diga cuándo y por qué se colmató esta rambla, colmatación que sería difícil de explicar considerando exclusivamente factores locales, pues el subsuelo del terreno actual, tanto por donde suponemos el paleocauce como el espacio contiguo a ambos márgenes, es una zona de blanca arcilla caliza de varios metros de espesor como se pudo ver cuando se excavó la llamada Balsa de Navarro, de 50.000 metros cúbicos de capacidad, a comienzo de los años 40 del pasado siglo, balsa que llegaba desde el camino de Enmedio hasta el cementerio, y que por la fuerte compacidad arcillosa del terreno no necesitó impermeabilizarse tras la excavación del terreno para evitar pérdidas por infiltración. Esta palpable realidad, aún admitiendo que el paleocauce pudo haber variado algo en la prehistoria, se corresponde más con la hipótesis de acción de factores externos además de locales, pues el resultado es que el terreno es más propio del que se forma en zonas lacustres que el que se genera donde circulan corrientes de agua más o menos rápidas, como en el caso de las ramblas. No obstante lo dicho, aún dando casi por segura la existencia de esta rambla en el pasado remoto de este lugar, seguía con la preocupación de no tener suficientemente claras las causas de su colmatación y desaparición.
Pero la suerte acude a veces en ayuda de la ignorancia, porque en Geología, como en otras ciencias, el que suscribe es un aficionado que estudia solo por placeres de conocimiento, así que consulté al caso con un buen amigo de Villena, D. Juan Antonio Hernández Bravo, geólogo, el cual, además de orientarme en la mejor dirección del trabajo me hizo el impagable favor de enviarme la publicación Formación y desecacióndel sinus ilicitanus (Sur de Alicante) en los últimos 15.000 años (1), obra que desconocía, pues aunque con el sinus ilicitanus (seno ilicitano), golfo que existía al Sur de Elche en época romana ocupando buena parte de la Vega Baja ya había tenido algún contacto a través de la Arqueología y de la Ora maritima (Costas marítimas) de Avieno cuando, a principios de este siglo, reconstruí a mi manera el posible entorno geográfico de la comarca en tiempos de Roma como escenario para el desarrollo de la acción de un personaje novelesco (2), la lectura de Avieno, del siglo IV, no me sirvió de mucho, pues como obra poética es bastante imprecisa y farragosa mezclando lugares, y cargada además con el peso del simbolismo y lenguaje figurado propio de los poetas (al río Alebus –Vinalopó- ya lo señala como endorreico diciendo que para sí mismo fluye sonoro (verso 462), y del Segura, al que llama Theodorus (verso 451), dice que es un río que se arrastra con lentitud (verso 454). Pero la publicación recibida de mi amigo villenense aclara y aumenta enormemente el conocimiento de la zona y, lo que es más importante, su posible evolución durante los últimos 15.000 años para entender cómo pudo ser la colmatación de la rambla de Cox.
Imaginemos, 15.000 años atrás, coincidiendo más o menos con la última glaciación, la costa desde Alicante hasta Torrevieja con el mar a 70 metros por debajo de su nivel actual, y los ríos Vinalopó y Segura descargando sus aguas hacia el Mediterráneo por estrechas gargantas y cascadas una vez rebasada la llanura de la Vega Baja, terreno compacto y sin lagunas importantes destacables. El mar, con ligeros altibajos en los milenios siguientes, durante el deshielo elevó su altura y se estabilizó aproximadamente en el nivel actual hacia el 4.000 a. C., pero como a partir de ahí comenzó la subsidencia (hundimiento) del conjunto de la Vega Baja hasta llegar a Elche y Santa Pola -fenómeno geológico que duró un millar de años-, el mar penetró lo suficiente para crear lo que se conoce como sinus ilicitanus, cuya máxima extensión se produjo hacia el 3.000 a. C., de manera que, por citar solo las ciudades más próximas, los lugares que hoy ocupan Orihuela, Callosa y Cox debían ser terrenos costeros, situación que naturalmente haría que el paleocauce de la rambla, habitualmente seco entre lluvias, se convirtiera parcialmente en un brazo de mar, y hasta es posible, pese a tratarse de una rambla y no de un río, que se formara un pequeño estuario en la desembocadura producido por el pequeño oleaje y leves mareas del Mediterráneo en esta zona lagunar. Esto, claro, pudo ser así realmente si damos plena credibilidad al hecho de que el mar llegara 3.000 años a. C. hasta la inmediatez de las ciudades citadas (figura 4), algo que difiere bastante de los datos que aporta la Arqueología sobre el que estas ciudades no fueran costeras en esa época, pero, en cualquier caso, la proximidad de una zona lagunar haría que las lluvias, fueran o no torrenciales, frenaran su velocidad en la rambla, y por disminución de flujo decantaran mansamente en el lecho los sólidos que portaran, así que la colmatación de la rambla fue solo cuestión de tiempo, como lo fue también la de la Vega Baja en su conjunto por la expulsión del mar al rellenarse poco a poco el sinus ilicitanus con las aportaciones materiales del Segura, del Vinalopó y de los arrastres de todas las sierras que vierten en ella, especialmente de los procedentes de la rambla de Abanilla. Esta pudo ser, o al menos así lo parece, la explicación de la colmatación de la rambla que produjo los cheroles que llamaron mi atención hace más de setenta años, algo que -permítaseme la broma- he tardado bastante en intentar averiguar.
Finalmente, creo conveniente terminar añadiendo una pincelada humanística y decir que estos 3.000 años antes de Cristo, en los que se supone la máxima extensióndel sinus ilicitanus, coinciden arqueológicamente con el Neolítico final en nuestra comarca, momento al que podemos llamar Edad del Cobre, durante la que grupos humanos habitaban permanentemente el cerro que ocupa nuestro castillo y otros lugares y llanos elevados de la comarca, viviendo de la ganadería, la agricultura, la caza y la pesca, que se supone abundante cerca de una laguna salada de escasa profundidad. Pero este es otro asunto.
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(1) José Enrique Tent-Manclús y Jesús M. Soria. Departamento de Ciencias de la Tierra y del Medio Ambiente de la Universidad de Alicante. Geogaceta, 55, 2014.
(2) R. Moñino. COX, EL IBERO, pág 3. Círculo Rojo. 2019.