La verdadera historia de Roma por el Cojense
LAS VERDADES DEL BARQUERO
LA VERDADERA HISTORIA DE ROMA
Después de consultar varios libros de historia antigua me asaltaron en singular emboscada las dudas sobre los comienzos fidedignos de este gran pueblo, así que me puse a bucear meticulosamente, ora con escafandra, ora a pulmón libre, en los profundos arcanos de eso que llaman noche de los tiempos, y hallado lo que buscaba paso a revelarles a ustedes la verdadera historia de Roma, aquel gran imperio que nos legó tantas cosas útiles, entre ellas los fundamentos del lenguaje y del Derecho, aunque a veces lo hiciera a tortazos, como sucede entre gente bruta.
Al principio fue así: Primero se llamó Broma, nombre a todas luces griego, y que los mismos griegos le pusieron aconsejados por sus arúspices después de examinar las vísceras de unos cuantos gallos que mandaron preparar para la cena, pues temiendo futuras rivalidades inventaron este singular nombre para fastidiar y para que no les hicieran la competencia histórica, pues de golpe convirtieron a los habitantes de tan futuro gran pueblo en bromistas o bromanos, que tanto da. Y ahí fue el gran duelo, pues espoleados por unos cuantos infiltrados se dieron, a veces con verdadera sevicia, a tal clase de chuflas, cuchufletas, vayas, burlas, zumbas, befas, mofas, chanzas, bullas y algazaras que convirtieron a la noble, la preclara, la futura madre y abuela de tantas naciones en algo totalmente ingobernable. El mismo Rómulo, a quien en unión de un supuesto hermano llamado Remo se atribuye la fundación de Roma, no pasó de ser un destacado bromista, de oficio barquero del río Tiberis, como siglos después lo fue Curro Jiménez antes de ejercer de bandolero al servicio de la televisión española. Una de las bromas predilectas de Rómulo era la de mojar a los pasajeros de la barca golpeando las aguas con el remo, y el uso reiterado de este primitivo medio de propulsión naval fue lo que degeneró, andando el tiempo, en el nombre de un hermano que nunca existió, puesto que Rómulo era hijo único, y por tanto predilecto, de padres pobres pero honrados, como tampoco existió la loba, ya que Rómulo fue amamantado por su madre como lo fuimos todos los que nacimos antes de inventarse los pelargones y otras leches. Pero Rómulo, desgraciadamente, acabó mal. La propia broma, esta vez en forma de molusco lamelibranquio, se cebó en la madera de su barca y terminó por horadarla como un queso de gruyere y le envió al paro tres mil años antes de inventarse las jornadas teóricas, el subsidio de desempleo y la jubilación anticipada.
Para colmo de males, descubrieron un raro metaloide llamado bromo, que no fue casualidad por que se lo reveló astutamente un espía griego, como su nombre indica. Como todos ustedes saben, el bromo huele fatal, y pronto se dedicaron a fabricar bombas fétidas y a dejarlas caer con disimulo en toda clase de reuniones sociales, políticas y religiosas, que eran las únicas que se hacían entonces, pues el circo romano y los conciertos de rock no se habían inventado todavía. Algunos varones preclaros, que siempre los hubo, viendo que peligraban los pilares fundamentales de la sociedad, se dedicaron a la investigación y estudio del bromo para librarlo de sus maléficos y desagradables efectos, y lo más que lograron fue inventar el ácido brómico, que como todos ustedes, sin excepción, saben, está compuesto por una combinación de bromo, oxígeno e hidrógeno, y responde a la fórmula empírica Br O3 H. Pero no consiguieron, ¡oh, desgracia!, otra cosa que agravar más la situación de desastre nacional, pues inventado el ácido brómico, que por cierto también huele mal, ¿cómo evitar la formación casi espontánea de sus sales, los bromatos y bromuros? Imposible: Hacer bromatos y bromuros fue coser y cantar, y aplicarlos y sufrirlos colectivamente fue un todo. Las tiendas de Broma se llenaron de artículos de broma; el lenguaje de Broma fue, pues eso, falto de toda seriedad, y hasta los asuntos más graves, incluidas las defunciones de los bromanos y los funerales que se hacían en Broma participaban de esta desagradable singularidad, pues nunca se estaba seguro de si las cosas iban en serio o en broma.
¿Y quién separa la broma de la juerga? Como buenos bromistas, los habitantes de Broma acompañaban sus juergas y francachelas (las orgías no se habían inventado todavía) con frecuentes libaciones de tintorro, que ya estaba inventado. Bromano había que se bebía un congius de mosto fermentado sin perder la compostura, aunque no todos eran así, pues los hubo que con tomar dos simples quartarius eran incapaces de mantener la lengua destrabada.
Solo con lo dicho pueden hacerse ustedes una idea de lo ingobernable que resultó ser aquel pueblo. Cayó tan bajo que llegó incluso a tomarse a pitorreo a sus honrados y probos políticos, por que han de saber ustedes, por raro que les parezca, que en la antigüedad hubo políticos que no solo eran honrados y probos, sino que hasta cumplían sus promesas electorales.
Otra vez, los sesudos varones, esta vez más ideólogos y pragmáticos, se plantearon las posibles soluciones a adoptar para mejorar el curso de los acontecimientos que les desbordaban y resolver el problema de una vez por todas (hoy se diría estúpidamente que se reunieron para estudiar la problemática y la temática en profundidad y optimizar –se dice optimar, pero cualquiera baja del burro al arriero- los resultados, pero son otros tiempos, compréndalo ustedes). De entre ellos destacó un tal Severius Duodenus Ulceratus, acreditado preboste que no se distinguía por su buen humor ni por aguantar pullas, el cual se alió con Anco Marcio y un tal Numa, y entre los tres concibieron un detallado plan de actuación. Numa, más sesudo y con mayor numen que Anco, cuyo desarrollo zaguero estaba más en consonancia con su nombre que con su apellido, redactó un manifiesto justificativo de las nuevas directrices políticas a seguir, resaltando que estaba todo por hacer, el imperio por fundar, el pueblo por civilizar (de eso se encargarían los etruscos, que ya se habían ofrecido a invadirles), la Hispania, la Galia, la Germania, la Macedonia y Egipto por conquistar, los patricios por nombrar y la república por declarar. A modo de paréntesis hay que advertir que en lo de la Macedonia no hubo unanimidad y que las opiniones estuvieron bastante mezcladas.
El plan se desarrolló así: Para empezar, suprimieron en el incipiente foro y en toda clase de documentos, estatuas, lápidas, señales y piedras miliares la primera letra del nombre de la ciudad y lo transformaron, por tanto, en Roma a secas. Este paso fue decisivo, ya que atacó el mal en sus mismísimos fundamentos filosóficos, pues transformado en consecuencia el gentilicio se derrumbó con él el motivo principal de los exbromistas para seguir con sus perniciosas costumbres y aficiones, por que a ver quién se siente en vena de cuchufleta llamándose romista o romano. Seguidamente, y para pacificar a algunos revoltosos disidentes, que siempre los hay, gente que no atiende al orden ni a la moderación y que solo quiere vivir a su aire y hacer su santa voluntad, requirieron los servicios de un tal Tulio Hostilio, el cual, en unión de unos cuantos amigos, que los exbromanos llamaban matones y que andando el tiempo derivó en llamarles gorilas, se dedicaron a repartir derivados de su apellido hasta que las protestas cesaron, las opiniones se unificaron y cada cosa y cada cual volvió a su sitio. Y he aquí que, gracias a la visión de futuro de estos preclaros y sesudos varones, hacia cuya memoria nuestro agradecimiento siempre será poco, la historia de Roma y la de los pueblos que la sucedieron tomó el sendero más conveniente hacia su futura grandeza: las bromas se acabaron para el pueblo, que era el que entorpecía el buen curso de la historia, aunque quedó, que donde hubo siempre queda, alguna pequeña reminiscencia propiciada y apoyada solo por las clases cultas y gente de orden, como la costumbre de la crucifixión, y la broma –que ahora iba en serio- del arsénico en la comida del otro, o sea, cosas de relativa importancia.
Y a partir de este punto renuncio a seguir relatando la historia de Roma, dado que, por ser tan semejante a la que se puede encontrar en cualquier biblioteca podría ser tachado de plagio. Pero no me negarán ustedes que ha valido la pena leer hasta aquí para conocer sus verdaderos principios históricos y no caer más en los errores donde han caído tantos y tantos historiadores de buena fe y poco dados al buceo y al trabajo de campo.
El Cojense