Antonio Hernández “El Mengolero” y las cuevas del Rojales.
Por Hilarión Pedauyé Armengol
ROJALES 11-09-2015
En los cerros de la margen derecha del río Segura, la gente humilde que vivía en Rojales construyó su vivienda a golpe de pico y pala. En función de las necesidades familiares se fueron ampliando habitáculos, profundizando todavía más en el laberinto subterráneo. Las cuevas se desarrollaron como una trama urbana que adaptaba el medio al ser humano, formando un conjunto unido por calles, escaleras y caminos. En su interior, los muros cubiertos con capas de cal, hacen resplandecer el sol, acentuando el blanco que contrasta con el azul luminoso de puertas y ventanas. Esta arquitectura troglodita permitía que se abriera a la entrada, un terraplén formado por la tierra extraída de la roca donde se tendía la ropa, florecía algún geranio y trepaba alguna buganvillea, como en un sueño de huerto.
No obstante, a mediados del S. XX, la población comenzó a emigrar a las grandes ciudades y al extranjero quedando estos lugares como abandonados y marginales. Aunque el protagonista de esta historia nunca quiso abandonar su pueblo natal. Vivía en una casa a las afueras de Rojales donde tallaba figuras de madera con su afilada navaja. La misma con la que cortaba los pelos de su perro para colocarlos en un toro o en otras figuras.
En la década de los 90 el barrio de las cuevas del Rodeo comenzó un proceso de rehabilitación que culminó con la puesta en marcha de un zoco artístico y artesanal. Antonio Hernández que era un hombre cabal, veía con orgullo la transformación de este barrio. Mostrándose abierto a la colaboración en la promoción de la artesanía, contribuyendo activamente al desarrollo humano-artístico de este entorno.
La puesta en marcha de un movimiento artístico supuso para Antonio un nuevo impulso en su vida que fue apoyado por quienes trabajaban en el hábitat subterráneo. Las primeras exposiciones en el subsuelo fueron llevadas a cabo por los artistas y artesanos que disponían por vez primera de un taller de trabajo y un espacio expositivo. Durante la navidad de 1994 se quiso rendir homenaje a Antonio por su trayectoria y apoyo incondicional al colectivo de las cuevas del Rodeo, quien junto con la escuela de artes plásticas y diseño de Orihuela organizaron esta muestra que recogía sus obras. Este evento fue patrocinado por el ayuntamiento y contó con la colaboración del banco de Alicante. La exposición supuso para Antonio un reconocimiento en su trayectoría. Pero falleció días después de su retrospectiva. Algo que nadie imaginaba y que conmociono tanto a los artistas y artesanos como a todo aquel que le conocía.
Fue entonces cuando surgió la idea de un nombre para aquella sala de exposiciones que todavía era Nomen nescio. Mengolero fue más que nunca una denominación apropiada. Se preparo un bajo relieve para la entrada y sus obras se guardaron con afecto, constituyendo un símbolo gráfico del ecomuseo del hábitat subterráneo. La siguiente exposición marcó el punto de partida de su trayectoria artística, la sala fue bautizada así en honor al agricultor y artesano Antonio Hernández “Mengolero” Antonio Hernández Sánchez nació el día 15 de marzo de 1925 en San Miguel de Salinas. Hijo de agricultores se crió entre la huerta y el campo. Su madre era de Rojales por lo que solía frecuentar el pueblo a pesar de vivir fuera.
Aquí en Rojales le apodaron el “Mengolero” porque sus padres tenían una finca en los Altos de Lo Mengol, situados en el parte término entre los Montesinos y Almoradí, acrónimo que proviene del apellido Armengol. Aquí conoció a su mujer María Dolores Guirao donde finalmente se casó con ella y acabaron afincándose en Rojales. Antonio era feliz en la casa de la Finca Inquisición Grande propiedad de su esposa donde criaba gallinas, patos y otros animales, trabajaba la tierra y realizaba sus famosos inventos. Su vocación inventora siempre estuvo presente en su cotidianeidad, llegándole a llamar entre los suyos el “ideático”.
Casualmente fue una sequía la que permitió que en el interior de Antonio se desarrollara, por vez primera, su faceta artística. Los cítricos que habían sido arrancados se disponían a lo largo del huerto y Antonio comenzó la talla de aquella madera con su cuchillo de injertar. Al principio comenzó tallando guardias civiles, siempre todos con bigote pero ninguno igual que otro. Prosiguió con carriolas efectuadas de forma que se rememoraban sus recuerdos que de manera indeleble se mantenían en su memoria. Cada herraje y cada particularidad eran reproducidas de manera fiel en figuras pintadas a mano con sumo detalle.
El Mengolero era muy conocido en el pueblo por ser una persona entrañable y generosa que regalaba todo tipo de cosas a la gente que apreciaba. Era feliz haciendo feliz a los demás. Era un auténtico inventor, según Marta Ruiz Hernández, su nieta “Martuja”, a la que le había sacado este nombre y que todavía mucha gente continua llamándola así.
Este creador de inventos siempre podía apañar lo mismo un roto que un descosido. Se hacía las sandalias con neumáticos y trozos de piel, cuando se le habían roto la montura de las gafas enseguida tenía una solución con alambre y trozos de cuero que arreglaba a tal efecto. Fabricaba cestos y utensilios caseros con esparto o cualquier materia prima a su alcance.
La vida en integrada en la naturaleza supuso para Antonio una plena adaptación a su entorno. Se lavaba los dientes con sal y bicarbonato, haciéndose posteriormente un enjuague bucal con la infusión de los frutos del ciprés. El peinado lo realizaba a base de zumo de limón. Su creatividad y su conocimiento sobre la cultura popular eran extraordinarios. Era un gran conocedor de plantas, ungüentos y recetas. Incluso llegó a poder amaestrar un mochuelo como si se tratara de Zacarías con su “Milana Bonita”, en la novela de Miguel Delibes titulada los Santos Inocentes. Para sorpresa de muchos paseó durante algunos días con dos lagartos ocelados atados como si fueran perros. Su inventiva era imparable, nadie recuerda con exactitud cómo funcionaba un sistema que había colocado para el cierre del corral de gallinas una vez que todas habían vuelto para conseguir así, cerrar el gallinero ante la posible entrada de alguna zorra. Pero muchos en el pueblo si recuerdan su “sistema antirrobo” que delataba al que intentaba traspasar los límites de la casa de campo mediante la explosión de carbón de carburo.
Su reconocimiento en el barrio del Rodeo así como su acogida por parte de artistas y artesanos que se asentaban de nuevo en aquel lugar mágico fue para Antonio un revulsivo vital. Como diría él mismo en una entrevista realizada en el primer encuentro de arte alternativo en Rojales “No había pensado en exponer jamás. Es una gran alegría que me ha rejuvenecido”.