PREGÓN DE LAS FIESTAS PATRONALES DE COX .JULIO 2015

Rafael Moñino Pérez

Foto pregonero revista fiestas Cox

 

Reverendo señor cura párroco; señor alcalde y concejales del consistorio municipal; señor presidente y miembros de la Comisión de Fiestas; señora presidente y miembros de la Junta Central de Comparsas; reinas y damas de fiestas mayores; reinas y damas infantiles; señor presidente y miembros de la Mayordomía de Nuestra Señora del Carmen, y señor director y músicos de nuestra querida banda “La Armónica de Cox”: Recibid todos mi saludo en la solemne celebración de este acto de apertura de las fiestas cívico-religiosas de Cox en honor de nuestra santa Madre la Virgen del Carmen.

            Queridos paisanos y asistentes en general: El presentador del acto ha dado algunos datos de mi biografía. Cuando se viven largos años, como va siendo ya en mi caso, hay tiempo sobrado para hacer pequeñas cosas que al sumarlas parecen grandes, pero en concreto habría que preguntarse: ¿Quién es en verdad el pregonero de este año? La respuesta es sencilla: Soy uno de vosotros, y en términos agrícolas, por que hablaré seguidamente de la huerta, un humilde árbol trasplantado durante más de cuarenta años a otro lugar, pero que dejó aquí sus raíces, por que los árboles, cuando son arrancados, parte de su raigambre queda bajo tierra, y yo he vuelto para reinjertarme en él y recibir nuevamente su savia. Aunque bien es verdad que nunca me fui del todo, por que Cox siempre estuvo presente en mi pensamiento, y desde la distancia me ocupé muchas horas en investigar todo aquello que se relacionara con el lugar donde nací.

            Aunque personalmente me siento ciudadano del mundo por encima de fronteras, como buen hijo amo especialmente a mi tierra, a mi patria chica, y solo tengo la pena en mi regreso a ella de la falta de continuidad de mi descendencia, pues aunque el presentador del acto ha citado mi situación familiar, ninguno de mis hijos, Mario, Pilar y Rafael, ni por supuesto mis cinco nietos, vivirán seguramente aquí. Solo mi mujer, Pilar, y yo, después de tantos años fuera, permaneceremos en estos lares hasta que Dios y la Virgen nos llamen.

             También habéis oído decir que fui poco a la escuela. En mi caso, por raro que parezca, seguí el consejo de mi primer maestro nacional. Mi madre, como suelen hacer las madres, un día en que vio al maestro por la calle, le dijo más o menos así:- “Don Francisco, tómese usted interés por mi chico, para que aprenda bastante”. Y éste le respondió:- “Bienvenida: Para ir a cavar a la huerta, con que tu hijo aprenda el camino de ida y vuelta a la escuela, le sobra”. La respuesta del maestro suena mal, eso es evidente, pero os aseguro sinceramente que no le guardo rencor, y que me hizo un gran favor encauzando mi vida en esa dirección, por que a los once años dejé la escuela y fui a la huerta. A esa edad sabéis que se juega más que se trabaja, y para mí todo aquello que se moviera, nadara o volara se convertía en juguete, y a veces con la crueldad de diseccionarlo para verlo por dentro. Era, además, un curioso observador de lo que me rodeaba. Y de esa observación hecha siempre con espíritu crítico, unida a la constante pregunta de las causas de los fenómenos naturales que observaba, nació en aquel niño el deseo y el talante investigador que me acompañó siempre. Por eso, cuando años más tarde tuve la suerte de estudiar de modo reglado asignaturas como Botánica y Zoología encontré en los libros la explicación teórica de muchas cosas que ya conocía por la práctica, y eso me lo enseñó la huerta. Y también, gracias a la huerta,  cuando llegué a la prueba oral de las oposiciones al Servicio de Extensión Agraria, pude salir airoso fácilmente, pues cuando uno de los miembros del tribunal examinador me pidió que explicara lo que era un semillero de cama caliente, me reí un poco por dentro, por que cualquiera de vosotros, queridos agricultores de Cox, sabéis lo que és eso, ya que bajo ese concepto técnico se oculta una vulgar almajara de ñoras o de tomates, donde lo primero que se pone en el fondo es una capa de estiércol crudo para que el calor de fermentación de esa especie de cama proteja del frío al semillero y favorezca su desarrollo.

            En la huerta, además de cavar como dijo el maestro, hice toda clase de trabajos, absolutamente todos. Aprendí también de mi padre el oficio de arriero, muy necesario entonces. La huerta, que hoy está llena de asfalto, tenía entonces solo dos caminos radiales llenos de baches: Las veredas del Cabezo y del Mojón; el resto, sendas de herradura por donde tenían que entrar y salir de los bancales toda clase de mercancías a lomos de bestias, y para labrar con bueyes, había que circular por las sendas en fila india con los animales desuncidos y el gañán portando su arado al hombro, para uncirlos de nuevo en la parcela y hacer el trabajo. Y al terminar, vuelta a desuncir los bueyes y a cargar con el arado hasta la vereda.

           En cuanto a los arrieros, estos hombres de oficio antiguo con quienes el cervantino D. Quijote tuvo tantos problemas, os diré que la última cuadrilla estuvo capitaneada por José Santacruz (Pepito), formando parte de ella Joaquín Quirante, Trinitario Maciá, Luís Bernabeu, y mi padre, Rafael Moñino Ballesta, a quien relevé con diecisiete años mal cumplidos. De todos ellos, el único superviviente aparte de mí, es Joaquín Quirante, cuya ceguera total le tiene recluido en su casa. Desde aquí, querido Joaquín, mi sincero afecto y homenaje.

            Cuando llegaron los tractores y otros vehículos a motor, los primeros caminos se crearon intubando azarbes y brazales, sumando su espacio al de las sendas y costones adyacentes hasta lograr la anchura necesaria para motocarros y furgonetas. La huerta cambió, y llegaron nuevos cultivos, entre ellos algodón, kenaf y maíz híbrido. Los hacendados huertanos fueron los primeros en comprarse motos y coches, y las chicas de los pueblos en edad de merecer dejaron de mirarles por encima del hombro: nuevos tiempos, nuevas oportunidades.

            Pero claro, el salir de la escuela normal significó buscar instrucción en otras partes, y comenzar a asistir a clases nocturnas de maestros particulares, empezando por José Rives Gambín y siguiendo con Carmelo Simón Marín, D. Fernando García Ferrándiz, que vivía en lo que fue el palacio del Obispo, y el último fue D. Antonio Ferrández Rives a punto ya de hacer el servicio militar, y de modo esporádico asistí a la academia de D. Filomeno Ferrándiz Pérez y tomé clases de matemáticas de un particular que sabía bastante de ellas, Antonio Soriano García, fabricante de alpargatas.

Llegados a este punto, queridos paisanos, quiero centrar el resto de mi intervención respondiéndome a las siguientes preguntas sobre nuestro pueblo: ¿De dónde venimos; quiénes somos, y por supuesto, cómo fueron y son nuestras fiestas? Respecto de nuestro origen, somos un pueblo muy antiguo. Como entre mis aficiones está también la Arqueología, era lógico que la prehistoria de Cox ocupara un lugar destacado en esta afición, por que la parte histórica ya la ha contado el hombre que mejor la conoce, nuestro Cronista Oficial Patricio Marín Aniorte, que plasmó en su libro Anales de la Villa de Cox lo más florido del conocimiento escrito de nuestro pueblo en los últimos siete siglos.

            Del prólogo que hice para este libro, he sacado estas breves notas sobre el lugar que pisamos. La cima del monte que ocupa nuestro castillo de origen árabe es uno de los lugares más interesantes de nuestra prehistoria. Este monte, que se eleva unos setenta escasos metros sobre los tejados del pueblo, es la zona de Cox donde se han hallado los restos de mayor antigüedad. Hacia 1978 recogí unas muestras de tiestos cerámicos en la superficie del monte, los cuales mostré a mi amigo José Mª Soler, arqueólogo de Villena y descubridor del famoso tesoro de dicha ciudad, el cual constató la presencia humana en Cox desde la transición del Calcolítico o edad de los metales (3.000 años a. C.), a la Edad del Bronce, coincidentes con la cerámica campaniforme existente en el museo arqueológico comarcal de Orihuela procedente de Cox y otros pueblos. Y a partir del Bronce, José Mª Soler, con los materiales puestos en orden como fichas de dominó sobre su mesa de despacho, hizo la secuencia completa hasta nuestros días, o sea, Edad del Bronce, época griega, ibérica, romana, visigoda, árabe y medieval, terminando en los humildes tiestos de botijos y lebrillos contemporáneos de nuestras abuelas. Esto quiere decir, ni más ni menos, que la presencia de nuestros antepasados en este lugar se ha mantenido hasta llegar a nosotros, sin interrupciones, desde el Calcolítico hasta hoy; es decir: durante cinco mil años.

Dejando atrás la prehistoria, hablaré de otra época mucho más reciente, tan actual en el tiempo como la primera mitad del siglo pasado, espacio durante el cual acabó definitivamente el poder feudal en nuestro pueblo. De ello fui testigo presencial, aunque como niño que era no comprendía su alcance simbólico, por que vi realizar esta función señorial al último de los marqueses que ejerció como tal, ya que cuando venía a Cox, a su huerto llamado del Marqués, que estaba allá enfrente como sabéis, era recibido en servil actitud por muchos de sus inferiores, es decir, a sombrero “quitao” en lenguaje vulgar. Le recuerdo como un enjuto y venerable anciano que algunas tardes se rodeaba de niños de seis a ocho años como yo y nos contaba cuentos. Así, pues, nuestro querido Cox tuvo que esperar al nacimiento del siglo XX para liberarse de este yugo, cuyas secuelas para el pueblo fueron, lógicamente, analfabetismo y pobreza. Y como ejemplo de lo que digo os leo el final de una carta de 1802 dirigida y no firmada por el alcalde de Cox al gobernador de Orihuela, solicitando las medidas de ancho de una curva de la carretera para que pudieran pasar los carruajes de los reyes Carlos IV y María Luisa junto con su séquito en dirección a Orihuela. Nótese que he dicho “carta dirigida y no firmada”, por la sencilla razón de que el alcalde no sabía firmar, pues la despedida de la carta dice así: “Dios guarde a vuestra señoría muchos años. Cox y Noviembre 19 de 1802. Por el señor Alcalde (aquí su nombre, que omito) que no sabe escribir, y de su orden como su escribano Juan López de Gálvez, rubricado. Pero no importa, por que a pesar de este hecho lamentable, somos otra cosa, pues por las venas de Cox, pueblo agrícola como tantos de la comarca, corría la savia además de la sangre, y la savia hizo crecer el árbol. Rotas las ataduras del oscurantismo y la ignorancia feudales, Cox pasó pronto -yo diría que se disparó como un muelle comprimido- a la ilustración y el progreso, pues del analfabetismo secular de los padres nació una pléyade universitaria que hoy brilla con luz propia en todas las ramas de la ciencia y las bellas artes, y de la agricultura rutinaria y el comercio apoyado en carros y caballerías brotó una generación de hombres y mujeres cuyo tesón e iniciativas convirtieron a Cox en un emporio comercial. No se explica de otro modo el hecho de que a finales de los años sesenta del pasado siglo, Cox fuera el primer pueblo de la provincia de Alicante en vehículos a motor por cada mil habitantes, de los que gran parte eran camiones ligeros cuya marca no quiero publicitar, pero que sabéis muy bien. Recuerdo que en cierta ocasión, cerca de Cox adelanté con cierta dificultad a uno de estos camiones cuyo conductor era mi vecino Carmelo Marcos Pelegrín (Carmelo el de La Cartera), y cuando ya en el pueblo le pregunté por qué iba tan deprisa con el camión, me dijo: “Es que llevo detrás de mi cincuenta letras de mil duros cada una que corren más que yo”, o sea, las doscientas cincuenta mil pesetas de aquellos tiempos que costaba el camión, una fortuna entonces. 

            De aquella época del despegue económico y comercial, del que se partió casi de cero, existen hoy 29 almacenes mayoristas, la mayoría de frutas y verduras, algunos de ellos especializados en unos pocos productos y otros en frutos exóticos, y centenares de vendedores en mercadillos y puestos fijos. La actividad industrial también es importante en sus dos polígonos con una extensión de más de un millón de metros cuadrados, que para la población de 7.000 habitantes que somos es un buen activo de cara al futuro. Bien es verdad que la crisis general también hizo mella en Cox, pues la actividad disminuyó y aumentó el paro, aunque en menor medida que en otros pueblos, y es de esperar que la demostrada iniciativa y empuje de sus gentes, encuadradas en el comercio y la industria mediante sus respectivas asociaciones AVACOX y ASEMCOX, recuperen pronto el terreno perdido y establezcan nuevos mercados ofreciendo los productos naturales y transformados de calidad que demanda la nueva sociedad, haciendo permanente realidad ese acertado eslogan de “sabor todo el año” que campea por todas partes.

            Quiero acabar, en esta especie de canto al futuro después de haber hablado del pasado, refiriendo una de las razones por las que creo firmemente en mi pueblo y en su demostrada capacidad. Se ha dicho, aunque la mayoría lo sabéis, que he vivido la mayor parte de mis años en Villena, excelente ciudad y parecida a Cox en lo acogedora. Hacia los años setenta del pasado siglo, Villena era una importante plaza hortofrutícola donde el cultivo del manzano, el frutal más importante, rondaba las 2.000 hectáreas (unas 17.000 tahúllas de las nuestras). Era un lugar muy visitado por los comerciantes cojenses en frutas y hortalizas, donde a veces compraban la cosecha de fincas enteras, y os diré, con una anécdota personal, el concepto generalizado que se tenía de los de Cox en dicha ciudad, lo que decían de nosotros y nuestro carácter los agricultores villenenses, con las palabras que me dijo uno de ellos: “Rafael: Los de tu pueblo regatean y aprietan como nadie en el trato, pero una vez hecho, meten la mano en el bolsillo del pantalón como quien busca el pañuelo, y en vez del pañuelo sale un fajo de billetes y te pagan hasta la última peseta”. Es decir, gente dura en lo comercial, pero sana y cumplidora en lo personal, lo cual me llenaba de orgullo.

            Hablemos ahora de las fiestas. Desde la distancia de los años se ven las cosas con mayor perspectiva. Mis recuerdos de las fiestas se remontan a los tiempos en que éstas se pagaban con aportaciones voluntarias que los miembros de la comisión recogían casa por casa. En cada calle había una familia encargada de este menester. Los preludios festivos, como embajadores tostados por el Sol, eran los segadores de La Mancha anunciándose con aquellos cohetes de tres explosiones que decían de Sigüenza, y los finales, la Fiesta del Segador del 25 de Julio, instituida para que pudieran disfrutar algo de ellas los que volvían de las tierras altas de Aragón y no habían podido estar con nosotros. Era emocionante ver los abrazos y lágrimas de los segadores y sus familias en el reencuentro después de uno o dos meses sin verse. Durante la ausencia del segador, en muchos casos el tendero y el panadero fiaban los alimentos a la familia hasta su regreso. La soldada que traía a casa el segador por tan duro trabajo fluctuaba entre mil y dos mil pesetas de la época, o sea, de seis a doce euros actuales pero con alto poder adquisitivo. La vida, en lo económico, sin duda ha cambiado tanto o más que yo en lo físico, que no me reconozco en las fotos de esas calendas cuando esperaba impaciente a que terminaran de montar la rueda de los caballitos y las casetas de la feria.

            Un detalle con referencia al comercio ambulante, que no solía faltar ningún año al comienzo de las fiestas, era un puesto de venta de sandías casi al final de esta calle, que ahora se llama Alameda y que siempre hemos dicho del Convento. Eran las primeras sandías del año que se veían en Cox. Entonces tenían sentido refranes como el “de uvas a peras”, por que entre las primeras frutas del otoño y las últimas del verano mediaba casi un año. Ahora, aludiendo de nuevo al eslogan, los cojenses ofrecemos multitud de sabores de toda clase de frutas y verduras durante todos los días del año, aunque haya que ir a buscarlas al fin del mundo para traerlas a los mercados.

            El plato fuerte de la fiesta para los jóvenes era la vaca, nombre que se daba a la suelta de vaquillas, y a veces toros, con la singularidad informativa -no sé si por problemas de permiso gubernativo o por censura- de que en el programa de festejos no se anunciaba en términos taurinos, sino con nombres tan pintorescos como “Pies para qué os quiero” o “Llamad a cualquier puerta”. El festejo tenía lugar siempre en el triángulo formado por el principio y final de la actual calle Vicente Aleixandre, plaza de abastos y parte de Alameda. Y es una lástima que de algunas carreras huyendo de los cuernos rozando el trasero de los corredores no existan registros oficiales, ya que algunas hubieran batido algún récord mundial, pues la adrenalina que se produce en un corredor con un toro a sus espaldas hace esta clase de milagros.

            Otro evento fuerte para aquellos tiempos era traer a Cox una prestigiosa banda de música. La Unión Musical de Liria fue una de ellas, y hasta una vez se trajo la Municipal de Alicante. En el centro de esta plaza donde ahora está la fuente se montaba la tarima. La gente tomaba posiciones para oír el concierto con mucha antelación, y los carruseles de la feria dejaban de funcionar a la hora convenida para poder escucharlo con nitidez. Los músicos se alojaban entonces en las casas particulares de mayor holgura económica. Yo, queridos miembros de la Armónica de Cox, que también fui músico de banda como vosotros aunque sin llegar a vuestro nivel artístico, he vivido esa experiencia en otros lugares y la recuerdo con nostalgia. Tener un músico en casa era un signo de distinción, y hasta había una especie de pugna en tratarlo más a cuerpo de rey. En relación con esto, os cuento una anécdota que seguramente muchos conoceréis, y de la que fui testigo presencial cuando la banda de Liria, ya casi de madrugada, estaba subiendo al autobús de regreso a su origen, porque se oyó el potente canto de un gallo, y uno de los músicos, dijo:-¡Che, encara queden pollastres! (¡Che, todavía quedan pollos!). No era para menos, queridos paisanos, por que aquellos pollos eran sabrosas aves de corral alimentadas con piensos naturales durante seis u ocho meses, y sacrificadas tan a porfía en honor del huésped de la casa que diera la sensación de se acabaran los pollos en el pueblo.

            Pero había en aquellas fiestas, como lo hay ahora, un acto central y multitudinario que congregaba a propios y extraños en torno a él, y era el homenaje procesional a la Reina de Cielos y Tierra, nuestra Madre del Carmelo, cuya imagen recorría a hombros de sus hijos entre vítores, aplausos y devoción las calles de su pueblo, de este pueblo que la continúa venerando externamente en este restaurado y magnífico santuario, y que con fervor a un tiempo la ama y venera interiormente en el mejor y más grande de los templos: su corazón.

            Desde entonces, las fiestas han cambiado mucho, y sobre todo en su aspecto participativo. De aquellos festejos tradicionales en los que la mayoría del pueblo era mero espectador, se pasó gradualmente a la formación de las comparsas de moros y cristianos actuales, modelo festero de altísimo protagonismo, de relaciones personales y de amistad entre sus componentes, y no solo en los desfiles y en la convivencia y diversión en las barracas festeras, sino también en la ardua y callada preparación de los ensayos y ropajes para mejorar cada año las exhibiciones de las comparsas y escuadras en sana competencia con las demás, por que la fiesta es siempre un suceso vertebrador y unitivo en cualquier sociedad, así que, dejando a un lado su dudosa base histórica y el manifiesto anacronismo de sus representaciones y atuendos, considero primordial la prevalencia de la ilusión por sentirse durante unos días caballero cristiano medieval, o rey moro, o sultana, u odalisca, o reina cristiana, o cualquier otro personaje que se nos ocurra, con cuyo atavío, movimientos y evolución escénica por las calles al son de la música realce la belleza personal, ejerciendo, como tales actores especiales, su papel en las cabalgatas y actos institucionales de la fiesta; esa, creo yo sin temor a equivocarme, es la esencia de la diversión festiva: la realización y manifestación pública de una ilusión año tras año soñada. Por ello doy vivas a las nuevas manifestaciones festeras, y hago votos por que cada año las mejoréis, las disfrutéis y os superéis en ellas.

            Y aquí termino, pues no quiero abusar de vuestra paciencia. Antes, al contrario, agradecer vuestra tolerancia y atención por escucharme hasta el final. Y también añadir, en el capítulo de agradecimientos, el debido a la deferencia de nuestro alcalde por ofrecerme la oportunidad de anunciar las fiestas de este año en honor de nuestra Señora la Virgen del Carmen, en este su monte Carmelo que es Cox, como le cantamos en el himno de su coronación.

            ¡Viva Cox, y su Patrona y Madre la Virgen del Carmen!