OPINIÓN “MATAR POR MATAR”

Rafael Moñino Pérez

JUEVES 11-05-2023

A lo largo de mi ya avanzada edad nunca pensé que llegaría el momento de ver que las leyes facilitaran y aprobaran la muerte de seres humanos, porque para eso las leyes tendrían que ser absolutamente injustas, y lo son, en cualquier caso, cuando apoyan y favorecen al victimario frente a la víctima. La aberración de convertir el delito en un derecho legal se ha consumado (más bien perfeccionado, pues ya existía) con la nueva ley del aborto. Esta ley no solo autoriza el crimen sino que lo favorece, pues hurta al asesino –la madre en este caso- la información necesaria que pudiera hacerla desistir de su primera idea, cambiar su decisión, y rechazar la muerte de su hijo dejándole nacer. Así de clara y rotunda es la nueva y vergonzosa situación creada en nuestra sociedad, donde matar es un derecho; derecho que no acepto no solo por razones humanas y filosóficas, sino también por otras muy superiores que seguramente los promotores y autores de esta ley criminal tampoco aceptan, pero en las que no voy a entrar porque basta con las primeras para rebatir sus argumentos.

Las casualidades, en ciertos asuntos, suelen ser escasas, y algunas cosas no suceden de golpe. Lo mismo que el agricultor prepara previamente la tierra con labores y abonos, y luego siembra y cultiva para lograr la cosecha, la mente criminal prepara el asesinato. Y cuando además se pretende que la cosecha -el crimen- deje de ser legalmente delito, sea aceptado por el común, y pueda cometerse en masa sin miedo al castigo, la preparación del terreno ha de ser más larga, cuidada y minuciosa para lograr sus fines. Ya hace bastantes años que, con manifiesta falsedad, se empezó a hablar de la interrupción voluntaria del embarazo, y de paso, a decir que la mujer era dueña de su cuerpo. En cuanto a lo primero, no hay interrupción: hay muerte, porque sólo se interrumpe aquello que se puede reanudar, como, por ejemplo apagar y encender la luz con un interruptor. Lo segundo, el que la mujer es dueña de su cuerpo, es una verdad unida a la mentira anterior para despistar. La mujer es, sin duda, dueña de su cuerpo, pero sólo del suyo, pues lo que desde el primer instante de la concepción lleva en sus entrañas es otro cuerpo, el de otra persona distinta a ella, con su particular genoma, su sexo, y su propia personalidad: esto es lo que nos dicen a unísono la naturaleza y la ciencia, y no el quiste que nos quieren hacer creer para extirparlo como si fuera un tumor canceroso.

Seguro que alguien dirá que, legalmente, el no nacido no es una persona porque su nombre, sexo y filiación no constan en el Registro Civil. Es evidente, mas esto no cambia el hecho criminal, pues tanto el que va a nacer, como el recién nacido e inscrito, carecen de obligaciones, pero su derecho a vivir y a ser criados y educados es el mismo, puesto que solo les separan la función mecánica del parto, ya sea vaginal o por cesárea, y sus nombres en un papel: una cosa es la vida, y otra, las conveniencias inventadas.

Causa todavía más horror, si posible fuera, el negocio montado por los establecimientos abortistas, clínicas de la muerte para tantos inocentes. Las madres no necesitan en este caso empuñar el simbólico cuchillo que degüelle a sus hijos, pues habrá un equipo de asesinos al mando de un sicario que, faltando al juramento hipocrático, lo hará por dinero; luego pasará el objeto de su crimen, quizá vivo todavía, por una trituradora que lo convertirá en una masa irreconocible y, como quien descarga la cisterna de un inodoro, lo enviará al alcantarillado junto al resto de detritos que por él circulen.

Y por si esto fuera poco, los promotores y los partidarios de la muerte rematarán la faena presionando y desprestigiando socialmente a los médicos que, como tales, y por serlo, estén a favor de la vida en los establecimientos públicos.

Todo esto, y termino, me lleva a estas reflexiones: ¿En qué beneficia esta ley del aborto a una sociedad que también se lamenta de la baja natalidad y envejecimiento de la población? Creo que en nada. Como dice el título de estas líneas, no veo otra cosa en ella que el absurdo y criminal hecho de matar por matar, ¡qué vergüenza! Pero en la actitud de los abortistas sí veo un clarísimo fondo nihilista y egoísta de evasión de responsabilidades, pues, “muerto el perro, se acabó la rabia”, aunque el perro, que hoy está súper protegido, sea en este caso un ser humano.