LÍRICOS, GEOGRAFOS, MEDIEROS, COLILLISTAS, PUNTOYFINALISTAS…Y DEMÁS PALABROS DE MAL USO

Rafael Moñino Pérez

A modo de preámbulo, se advierte al lector (suponiendo que alguien quiera leer esto) que en el título que encabeza estas líneas hay una falta de ortografía intencionada, puesto que geografos es palabra esdrújula y se escribe acentuada: geógrafos. Lo hago así porque me gusta distinguir entre los titulados en Geografía, a los que aplico la palabra correcta, y los otros; ya verán por qué.

También quiero añadir que no es la primera vez que escribo sobre las patadas que nuestros medios de comunicación sonorovisuales dan a nuestro idioma. Ya dí la batalla -más bien la guerra- por perdida, como la dio Lázaro Carreter pese a la inmensidad de conocimiento del idioma que, a su favor, nos separa, y decidí no volver sobre el tema. Pero es tan desastrosa la clase de verano que llevamos con los incendios forestales, y, debido a ello, la profusión de palabros que se oyen para describirlos sin que nadie les ponga coto, que ha decaído en mi ánimo la guarda de silencio, así que daré un nuevo repaso al asunto aunque no sea más que por tranquilizar la conciencia.

LOS LÍRICOS:

Según el Sistema Métrico Decimal, una hectárea (diez mil metros cuadrados) son cien áreas de cien metros cuadrados cada una, y con la hectárea aplicada al caso medimos las superficies quemadas de nuestros montes. Hace pocos años, la aleatoria unidad de medida que usaban algunos locutores era el campo de fútbol, sin especificar si era con gradas o sin ellas. En esto hemos mejorado algo: ya no se oye tal estupidez. Pero entre los del micrófono hay un grupo que podríamos llamar líricos -y líricas, que también haylas- los cuales, machaconamente, pronuncian claramente hectárias. En este caso, por similitud, una hectária serían cien arias, pero, ¿de qué? Porque un aria, tanto para los melómanos, entre los que me cuento, como para el Diccionario, es una pieza musical para voz solista, que no tiene nada que ver con las extensiones de montes quemados salvo para líricos y líricas, que ellos sabrán cómo se compaginan ambas materias, así que, con su tontuna se lo coman.

LOS GEOGRAFOS:

Dejemos sentado en primer lugar que se llama Geografía a la ciencia que trata de la descripción de la Tierra, es decir, la que estudia la corteza o territorio sólido y acuoso sobre el que nos movemos; y geógrafo es quien profesa la geografía o es perito en ella. Pero para otra gente, “geografos” y “geografas” -que ya son plebe-, la Geografía, pese a ser inmaterial e intocable como cualquier ciencia, es la que padece los incendios, inundaciones, huracanes, terremotos y cualquier calamidad que ocurra, mientras el territorio, lo físico y material, al parecer no se entera, pues jamás lo nombran. En consecuencia, deberían explicarles a los damnificados por qué sus bienes particulares y comunes se han perdido cuando, según dicen ellos, solo es la Geografía quien sufre los daños.

LOS MEDIEROS:

Un medio es, aritméticamente, la mitad de una cosa. También cabe la acepción de considerarlo como un conjunto de objetos y acciones de los que valerse para lograr resultados, de lo que se desprende también usar una heterogénea variedad de cosas no sumables (por eso, en primaria nos enseñaron que no se pueden sumar peras con manzanas). Pero estos medieros y medieras no están para finuras, y te dicen, por ejemplo, que en tal o cual acción contra el fuego han intervenido diecisiete medios aéreos, o sea, ocho cosas voladoras y media (17:2=8’5). Con decir simplemente aeronaves, sin especificar clases, sería suficiente y entendible para el oyente. Y especificando, si se quiere, sumar después por separado hidroaviones y helicópteros, que son los tipos de aeronaves que intervienen, al menos por ahora, pues se dice que para el año próximo habrá aviones de carga adaptados para combatir incendios, con lo cual se espera mejorar los resultados, pues por su mayor capacidad serán auténticas cisternas voladoras echando agua. Esperemos que el gremio medierista, al ver su gran tamaño, no los parta también por la mitad, ya veremos, pero les creo capaces.

LOS COLILLISTAS:

Esto viene de lejos, pero por mucho que insistan los que lo vienen diciendo desde generaciones anteriores sobre provocar incendios forestales tirando colillas, no es verdad. Una colilla no incendia nada, salvo la pólvora o la mecha de un cohete festero, que de pólvora está hecha, y quien diga lo contrario es porque nunca ha intentado hacer fuego con ella. Por mi profesión, en otros tiempos tuve que recorrer bastantes caminos forestales, y en uno de ellos encontré una brigada de limpieza forestal cuyo capataz resultó ser un conocido. Charlamos, salió casualmente el tema de las colillas, y me aseguraron haber intentado varias veces hacer fuego, incluso soplando sobre ellas pegadas a la hojarasca, sin conseguirlo. Yo les dije lo mismo, y que lo había intentado hasta con colillas de puros sin lograr producir llamas.

Hay, no obstante, maneras de hacer fuego con colillas o brasas similares, puesto que nuestros mayores lo hacían -quien esto escribe lo ha visto- encendiendo una mecha de algodón con chispas de pedernal golpeándolo con un eslabón de acero. Con esta mecha encendían, soplando, un poco de yesca para producir la llama, y el fuego estaba servido. Los montes también producen yesca de modo natural, pero hay que buscarla; y si no se la encuentra, también ofrecen materiales para fabricarla, pero los pirómanos no se entretienen con esto: les basta con su mala hiel y una cerilla; y si quieren perfeccionar su delito, cualquier artilugio que retrase la aparición del fuego para cuando ellos estén lejos.

También se asocia a veces, en algunos comentarios, el calor ambiental con el mayor número de incendios en los montes, pero hay que aclarar que por mucho calor que haga los montes no arden, aunque, obviamente, una vez iniciado el fuego, favorezca su propagación. La combustión de la leña tiene tres fases: expulsión de agua, combustión violenta y combustión lenta. Naturalmente, en la leña seca -esto es Física elemental- la combustión violenta se produce antes y el fuego se propaga con mayor rapidez, y son los pirómanos, y accidentalmente otras causas, las menos, los que queman nuestros montes.

LOS CALCINADORES:

Para los calcinadores no suele haber gradación: nada se socarra ni se quema, todo se calcina, incluso los cuerpos humanos cuando un coche arde con personas dentro. Calcinar es fabricar cal viva, o sea, quemar piedras calizas hasta convertirlas en óxido de cal. También es, por similitud, reducir, por medio del calor, cualquier materia orgánica hasta que solo quede la parte mineral convertida en cenizas, como ocurre en la leña que se quema totalmente, y como también ocurre en los modernos crematorios de cadáveres.

Pero para que vean que esto no es tan sencillo sin las condiciones adecuadas, en cierta ocasión encontramos un amigo y yo el cadáver de un perro cerca de su casa de campo. El animal era de buen tamaño, y debía llevar varios días muerto porque ya olía bastante, y el problema se agravaría a medida que se descompusiera y el olor hiciera difícil la vida en la casa, así que entre arrastrarlo lejos o enterrarlo, como mi amigo tenía bien surtido el leñero, decidimos que lo más fácil sería quemarlo. Puestos a la obra, transportamos una decena de garbas de sarmientos de vid hasta el lugar donde estaba el perro y encendimos dos de ellas puestas sobre él. A medida que las garbas se consumían, añadíamos más, hasta que se quemaron las diez. Fuimos entonces por cinco garbas más (las últimas que quedaban) y las quemamos también. Pero el bicho lo aguantó todo sin quemarse totalmente. Al retirar la ceniza, sobre el terreno quedó una especie de gruesa y negra alfombra con huesos todavía a medio quemar, y todo ello rodeado de una enorme mancha de grasa empapando la tierra circundante, así que, señores calcinadores, consulten el diccionario y pisen más el campo, que la madera de los árboles que quedan en pie es aprovechable como tal porque solo está socarrada. Hubiera dado risa, de no ser por lo trágico de la situación, ver a una pertinaz calcinadora en la pantalla del televisor el día 4 del actual Agosto insistiendo en lo suyo, mientras, a su espalda, se veía un bosque quemado con desnudos troncos de todos los tamaños, pero enhiestos.

Y DE REMATE, PALABROS DE CADA CUAL A SU AIRE.

Termino, al margen de los incendios, aprovechando la ocasión de recordar la serie de palabros que, para su mal, ya están instaladísimos en nuestro idioma y lo estultician a diario, no solo de parte de los locutores sino también del común, como el innecesario alargamiento de palabras: concretizar por concretar; optimizar por optimar; preveer -con una e de más-con prever; confundir el verbo señalar, que solo es apuntar, con señalizar, que es poner señales; intercalar la y griega para decir “punto y final”, contrariamente a lo que nos enseñaron en la escuela; decir “punto álgido” para referirse a lo más elevado y caliente de una cuestión, aunque signifique lo contrario, porque álgido, del latín algidus,significa frío, helado o aterido de frío. También enervar, del latín enervatus, se interpreta como un subidón de nervios, pero lo que significa es estar sin nervios, debilitar y afeminar. Otro término de moda es puntual, que con sus derivados siempre se ha relacionado especialmente con lo que no sucede ni pronto ni tarde: la puntualidad, pero por su abuso ha sustituido casi por completo al adjetivo concreto en cualquier conversación, así que no será de extrañar que si el tren de las ocho sale a las ocho, se pueda decir que sale concreto, su puntual equivalente.

Otra de las pronunciaciones que da grima oír de vez en cuando es Tecsas, refiriéndose al Estado americano de Tejas, o Texas, que de ambas formas es correcto escribirlo, como sucede con su vecino Méjico, o México. La grafías Texas y México se le dimos nosotros, los españoles, porque la equis tenía sonido de jota en el castellano de la época, como Quixote (Quijote), Ximénez (Jiménez), Xavier (Javier), relox (reloj), baxar (bajar), Xacarilla (Jacarilla, Roxales (Rojales), Cox (Coj) y Sax (Saj), por citar unos cuantos ejemplos, pero no se extrañen si después de oír pronunciar mal el nombre de Tejas, al mismo individuo le oyen pronunciar bien el de Méjico sin explicar por qué, aunque sospecho que es porque ha logrado pasar por la escuela, incluso por la universidad, sin contaminarse. Es de esperar que estos zascandiles, cuando tengan goteras en sus casas, llamen al albañil para que les cambien las tecsas rotas por otras nuevas.

Y, a todo esto, nuestra RAE, de la que se dice que “limpia, fija y da esplendor”, ¿qué hace? En mi opinión -que no valdrá nada, pero es la de quien esto firma-, hace el ridículo, pues se lo traga todo sin quitarle siquiera el polvo.