“EL HECHO DIFERENCIAL”

Rafael Moñino Pérez

JUEVES 09-01-2020

Esto del hecho diferencial, principal argumento esgrimido por nacionalismos separatistas de todo tipo para justificar que cada uno vaya a su aire, asoma de vez en cuando como un simbólico Guadiana, y ahora lo está haciendo de nuevo de modo especial, aunque creo que para mejorar, pues de las diecisiete autonomías reconocidas por la Constitución –y que algunos llaman también naciones (por llamar que no quede)-, alguien dice que solo ve ocho, menos mal. Los árabes llegaron a tener treinta y tres, a las que llamaban taifas –corríjame quien mejor lo sepa si yerro el número -, y así les fue hasta que los Reyes Católicos completaron la reconversión del puzzle medieval en una sola nación y recuperaron para ella el nombre de España (para algunos de ahora, Este País). 

            Antes de seguir quiero aclarar que, aunque alguien piense lo contrario, este escrito no lleva tinte político alguno; no es lo mío; nunca quise meterme en política, aunque, naturalmente, a la hora de votar haya partidos políticos que me caigan más mal o más bien que otros. Me da igual quien gobierne si lo hace bien, respeta las libertades y derechos personales y promueve leyes justas que fomenten la convivencia de la multidiversa familia española -aunque en la forma de gobernar debo dar mi opinión sobre lo de las autonomías, y es la de que me parecen un disparate por lo que desunen y un despilfarro por lo que cuestan, pues son diecisiete gobiernos con toda la parafernalia ministerial y sus adláteres, algunas hasta con embajadas en el extranjero, y cuyos presidentes, en algunos casos, cobran sueldos superiores al del presidente del gobierno nacional-.

            Aclarada esta cuestión, volvamos al título que encabeza esto. Lo difícil del hecho diferencial no es ver dónde está, sino dónde no. Porque si usted, que vive en cualquier pueblo o ciudad mira al lugar de al lado, lo raro es que no vea enseguida alguna diferencia entre ambas partes, no solo en el territorio (al que ahora en los medios se le llama obstinadamente Geografía, que solo es la ciencia que lo estudia y nada más), sino también en sus gentes, su habla, sus costumbres, su economía, y muchas más cosas que verá si se sigue fijando. Y si a esto le añadimos algo del pasado histórico de cada pueblo, todavía veremos más diferencias. Pues bien: de ese pasto, digno de Pero Grullo pero a mayor escala, se nutren los nacionalismos, y ya sabemos el resultado de la digestión. Pero esta no es la única manera de ver las cosas, que se pueden ver con otros ojos y otros puntos de vista, y como ejemplo, para no ir más lejos, me voy a quedar en el entorno más inmediato: la Vega Baja del Segura, mi Vega Baja, donde ejerzo de vegano de verdad, nada parecido a esa rara corriente alimentaria que también se llama así, pero que desprecia gran parte de los ricos productos que produce nuestra vega.

            La Vega Baja es hija del Segura; él la hizo a lo largo de milenios, y los pueblos que la ocupan, como los hermanos en una misma casa, tienen, naturalmente, sus diferencias. Geográficamente, el río, aunque a todos beneficia (y perjudica seriamente a veces con sus avenidas) discurre más cerca de unos que de otros, y con sus acequias sucede otro tanto, que en algunos casos ni les llegan. La orografía regala altas y medianas montañas a unos y se las niega a otros, y también reparte desigualmente llanuras, puertos, playas marinas y recursos pesqueros. Cuando sus habitantes hablamos, aunque compartimos el seseo en nuestra cháchara doméstica, a poco que nos fijemos observamos palabras cuya peculiaridad se asocia más a unos pueblos que a otros, como varios autores vegabajenses, algunos de ellos filólogos, y otros aficionados –de Orihuela, Almoradí, Catral, Cox, Callosa de Segura, Formentera del Segura (perdón si me dejo alguno)- así lo han hecho patente en sendas publicaciones, pero, por si esto no bastara, también hay pueblos como Guardamar donde el hecho diferencial se acentúa con el uso del valenciano sobre el castellano. La economía, con su base tradicional agrícola milenaria, también ofrece diferencias entre poblaciones, y otro tanto ocurre con la industria y el comercio.

            Volviendo a la geografía propiamente dicha, la foto que ilustra estas líneas nos muestra una curiosa particularidad orográfica de la Vega Baja, que no es otra que lo que sobre el mapa parecen ser individualmente las sierras de Orihuela y Callosa, más los afloramientos rocosos del Cabezo Negro en Benferri, Salar y Pallarés en Cox, Mos del Bou en Albatera –de Pallarés y Mos del Bou solo quedan los solares-, y los cabezos de Las Fuentes próximos a San Isidro no son tales individualidades orogénicas, sino relieves visibles de un mismo cuerpo o base rocosa cuyos espacios entre sí ha rellenado el Segura con sus aportaciones, formando así gran parte del territorio al que llamamos Vega Baja, o sea, que la propia geología desmiente y une físicamente por debajo lo que en apariencia es un hecho diferencial a vista de pájaro.

            Podría seguir el relato, y ustedes también, señalando diferencias y agrandando “el hecho diferencial”. Pero estas cosas, ¿separan o unen? ¿enriquecen o empobrecen el conjunto?  Creo que unen y enriquecen, porque si me quedo solo con lo mío y renuncio a la parte de los demás tengo muy claro que me empobrezco, por lo que estimo que el hecho diferencial es tan bueno y enriquecedor para los pueblos de nuestra vega –y resto de España- como lo son los diferentes miembros y órganos de un mismo cuerpo. Otra cosa muy distinta es que lo utilicemos para decir que somos más guapos y más listos –o más ricos- que los demás, y pongamos fronteras en el ombligo.