Como si el corazón del bueno de Forges hubiera vislumbrado la realidad de nuestro país y se diera cuenta de que no iba a dar abasto, decidió dejar de latir hace unas semanas. Al igual que a veces pareciera que algunos pretenden que nuestra libertad de expresión deje de latir también. Esa que durante tantos años nos fue arrebatada y que tanto costó recuperar. El problema es que ese “a veces” ha dejado de ser tal para hacerlo con demasiada frecuencia.
Unas semanas atrás vimos cómo en solo tres días el rapero Valtonyc era condenado a tres años y medio de cárcel por las letras de sus canciones. Repito, canciones. Cómo se arrestaba un libro por recordar en una nota a pie de página las relaciones con el narcotráfico de un exalcalde de AP, hechos por los que fue imputado. Y por último, cómo se retiraba de la feria de arte contemporáneo más importante de este país una obra porque al parecer lo que se denunciaba en ella había puesto nervioso a más de uno. Pero la cosa no acaba aquí. Cassandra Vera fue imputada (o investigada que se dice ahora) por hacer chistes en Twitter sobre Carrero Blanco o Irene Villa. Que por cierto, esta última dijo que no le molestaban, que solo eran chistes, y el primero no se pronunció por razones obvias. El exconcejal Guillermo Zapata pasó por lo mismo por hacer humor negro en la misma red social. El humorista Dani Mateo también fue llamado a declarar porque alguien se sintió ofendido porque éste mostrara su opinión, y además en un contexto humorístico, sobre la Cruz de los Caídos. César Strawberry fue condenado a un año de prisión por seis tuits. Un joven fue condenado hace poco por hacer un fotomontaje de Cristo. Pablo Hasel también ha sido procesado por el tribunal por las verdades que denunciaban sus letras. Y podríamos seguir recordando casos y más casos como el de los titiriteros o el de la Drag Queen del carnaval de Las Palmas, pero la lista no acabaría jamás. Quizás deberíamos reflexionar tras ver que el Tribunal Europeo rectifica una sentencia de la justicia española que castigan a personas simplemente por expresarse.
Cada caso es diferente y cada uno daría para un artículo diferente, pero todos tienen un denominador común: alguien ha querido coartar la libertad de expresión de estas personas. Libertad de las expresiones de personas que suelen venir desde el mismo “lado” y siempre hacia unas determinadas personas o símbolos que simplemente son intocables en este país. Porque hay leyes que parecen hechas por y para estas personas y símbolos. Porque en las leyes que castigan los delitos contra la Corona o contra los delitos religiosos (por citar solo dos) cabe todo. Porque esas leyes son interpretadas siempre según interesen a los poderes establecidos (y no elegidos). Primero viene la interpretación subjetiva de esas leyes, y luego viene la habitual desproporción en las penas que castigan esos “delitos”, como los que hemos dicho antes. Pero, ¿qué pasa si Jiménez Losantos dice en la radio que dispararía a alguien de Podemos por la calle si llevara una pistola a mano? Nada. ¿Qué pasa si Alfonso Rojo insulta a Ada Colau en un debate televisivo? Nada. ¿Qué pasa si un obispo o un diputado del PP insulta al colectivo homosexual o a las mujeres por el simple hecho de serlo? Nada. Y… ¿Qué pasaría si fueran Jordi Évole o Jesús Cintora los que dijeran que le dan ganas de disparar a alguien de derechas por la calle? ¿Qué pasa si Ignacio Escolar denuncia verdades sobre su entonces jefe Cebrián sobre los Papeles de Panamá? ¿Qué pasa si Ana Pastor es crítica con su entonces RTVE? Creo que huelga recordar lo que sucedió. Cuando algo molesta a los poderes, los poderes se encargan de silenciarlo y apartarlo. Y si no lo consiguen, para eso existen leyes y jueces a su servicio.
Y todo esto me preocupa. Me preocupa mi país. Pero no mi país como tal, como ente abstracto. Me preocupa la libertad de expresión de las personas que forman parte de él. Porque siento miedo de expresar una opinión contraria a la de los que mandan. Tengo miedo de ser crítico con el sistema, con la monarquía o con la religión en público y que pueda ser castigado por ello. Tengo miedo de contar un chiste satírico o poner humor negro en una red social y que alguien me pueda llevar a los tribunales. Y tengo miedo porque sé que existe una alta probabilidad de que éstos me declaren culpable. Hubo un tiempo no muy lejano en el que cada persona podía expresarse libremente, podía demostrar sus opiniones o sus creencias sin que pasara nada más allá de las discrepancias lógicas con otras personas. Un tiempo en el que se podía estar de acuerdo, muy de acuerdo, en contra o muy en contra con lo que decía el de enfrente, pero eso no significaba tener que acabar multado, cesado de tu puesto de trabajo o incluso penado con la cárcel. Pero parece que a unos pocos muy poderosos le preocupa mucho que exista diversidad de opiniones y echan de menos esa uniformidad de pensamiento que a la fuerza existió durante 36 años del pasado siglo.
Lo que pasa es que las personas de mi país ya no se callan. Las personas ya se han cansado de ser controladas y súbditas. Se han cansado de que puedan hacer con ellas lo que quieran, pero que ellas no tengan el mismo derecho. Y aunque todavía poco a poco, el pueblo se rebela. Cuando vemos que algo injusto ocurre, lo detectamos y ponemos el grito en el cielo. Ya no permitimos más injusticias. Nuestros mayores y las mujeres de este país han dado auténticas lecciones de dignidad estas últimas semanas, y son el ejemplo a seguir. Han demostrado que que si se unen y luchan por una causa, se les escucha a la fuerza. Y creo que eso es lo que hemos empezado a hacer en este tema, ya no permitimos que coarten nuestra libertad de expresión. Y así debe seguir siendo. No podemos permitir que en pleno siglo XXI nos roben lo que ya nos robaron hace casi cien años y que tanto costó recuperar después.
La libertad de expresión es un derecho fundamental, no un privilegio. Y por cierto, si lo que quieren es silenciar, apartar, censurar, prohibir o callar, creo que estos grandes estrategas lo que están consiguiendo es el efecto contrario. Así que gracias. Porque una persona no lucha por sus derechos hasta que no le demuestran a las claras que se lo están arrebatando.