CUANDO LA NORMA ES INJUSTA

Rafael Moñino Pérez

Banda militar

DOMINGO  04-02-2018

Tengo para mí que cuando las normas o reglamentos de una institución se aplican de modo indiscriminado en todos los casos, pueden llegar a ser injustas, ya que al establecerse desde su principio es difícil, más bien imposible, prever todas las situaciones y circunstancias que pueden presentarse en el futuro. De ahí el título asignado a este relato.

            Hace dos semanas, los medios de comunicación dieron la noticia del fallecimiento del último combatiente defensor del Alcázar de Toledo durante la guerra civil del 36, el general de Brigada D. Federico Fuentes Gómez de Salazar, próximo ya a cumplir los 100 años de edad, por lo que durante el asedio al alcázar debía ser un joven de entre17 y 18 años. Descanse en paz.

             La luctuosa noticia, por el hecho añadido de sobrevivir al resto de sus compañeros militares, me recordó a uno de ellos que por entonces tenía su misma edad, y al que conocí durante mi servicio militar, motivo por el que redacto estas líneas.

            Al parecer, tras la liberación de la fortaleza toledana por las tropas nacionales, como premio a los defensores por su heroicidad se dispuso por el mando nacional que los militares fueran ascendidos automáticamente de grado, según lo cual, el soldado pasó a ser cabo, el cabo a sargento, y así sucesivamente para el resto de empleos. Pero la realidad es que no fue del todo así; no todos los militares recibieron el premio del ascenso, pues hubo un grupo, que fue excluido: los músicos. ¿Y por qué? Pues por lo dicho al principio, por la aplicación indiscriminada de la norma, pues como los músicos militares, por lo menos hasta llegar al grado de suboficiales ascienden por oposición y no por escalafón, quedaron fuera. Y peor aún: Lo del sistema de ascenso de los músicos no es un coto cerrado, pues cuando se convoca una plaza de músico militar, no solo los del mismo o inferior empleo de los tres ejércitos pueden opositar, sino también los paisanos, por lo que cualquier ciudadano puede directamente, sirva el caso, pasar de la vida civil a sargento músico militar si gana ese concurso-oposición. Esta norma o reglamento la conocí cuando en 1956 ingresé como músico agregado durante mi servicio militar en la banda de música de la Academia General del Aire, pero lo dicho sobre la exclusión del ascenso de los músicos del Alcázar de Toledo lo supe, por casualidad, al año siguiente, cuando la guerra de Sidi Ifni entre Marruecos y España en 1957-58. Y digo por casualidad porque me tuve que hacer cargo temporalmente, por disfrute de permiso del titular, del puesto de auxiliar de oficina de la Música mientras duró su ausencia, y en ese lapso de tiempo sucedió lo que sigue.

            Aunque no estaba previsto que las tropas terrestres del Ejército del Aire intervinieran en las operaciones bélicas, como así fue, ya que solo hubo el apoyo de algunos aviones y paracaidistas a los que llevaron el peso de la lucha -que fueron La Legión y un regimiento de Tierra- se aprovechó la coyuntura para sondear la opinión de la tropa y mandos del Aire con la escueta pregunta de si, en caso necesario, estarían dispuestos a entrar en combate como voluntarios. A la pregunta debía contestar la tropa con un sí, o un no, sin más explicaciones, pero los mandos, como profesionales de la milicia, si la respuesta que dieran fuera negativa debían explicar razonadamente su postura. Como inciso, tengo que decir que el sentido patriótico general de entonces era bastante mayor que el que se respira hora, pues la tropa respondió afirmativamente casi sin excepciones, y, por supuesto, los mandos militares, salvo una excepción, la única que hubo en la Sección de Música, a la que yo pertenecía, y de la que hube de tomar buena nota porque fui el encargado de recoger y recopilar las respuestas que iban dando los militares, y de redactar y mecanografiar el correspondiente estadillo con el listado, oficios y demás papeles.

            El local que ocupaba la oficina era pequeño, de una docena o poco más de metros cuadrados, por lo que aparte del mobiliario solo cabían tres o cuatro personas de pie con cierta holgura, por lo que la mayoría de los que iban a responder a la pregunta estaban en el pasillo. La puerta permanecía abierta y el acto transcurría fluido, pues con la lista en la mano yo solo tenía que marcar a continuación de cada nombre y apellidos la cruz en la casilla correspondiente al sí o al no, según la respuesta, así que prácticamente era un entrar y salir casi sin detenerse, hasta que llegó un brigada que se acercó, casi pegado a la mesa tras la que yo estaba, y me dijo:- Soldado: Anote usted que mi respuesta es no. Y ahora escriba usted al dictado la causa.

            Extrañado, pero sereno, pues mi única obligación era manejar papeles, cogí un folio, lo metí en la máquina de escribir, y aunque algo despacio, pues el manejo del teclado no ha sido nunca una de mis habilidades, escribí lo que me dictó, que luego leí en voz alta a petición suya, y lo firmó.

            Lo que escribí al dictado de aquel hombre, obviamente no puedo recordarlo al pie de la letra, pero lo que esencialmente dijo fue esto: Que él, con 17 años, perteneció como corneta a la banda de música del Alcazar de Toledo; y que durante el asedio del ejército rojo, en vez de dedicarse a la música, pasó, como el resto de músicos, todo el miedo, hambre y privaciones que hubo que pasar con un fusil en las manos como los demás militares; y que cuando se liberó el Alcázar ascendieron de grado a todos los militares menos a los músicos; y que los que entonces fueron ascendidos, que fueran ahora, si querían ir, a la guerra, que él no iría voluntario.