“LA BIBLIA, CON HUMOR: TOBÍAS”

Rafael Moñino Pérez

MIÉRCOLES 13-12-2017

DIOS ES ALEGRE es el título de un delicioso libro de José Luis Martín Descalzo. A nuestro actual Papa le he oído decir alguna vez que seamos alegres, y no recuerdo dónde leí u oí que un santo triste es un triste santo. En esta línea van los párrafos del texto que sigue, así que si no le interesan los relatos bíblicos vistos bajo mi particular visión, no pierda el tiempo leyendo.

            Como consta en la firma, me llamo Rafael, uno de tantos nombres del amplio santoral cristiano. Este santo, arcangélico por más señas, es citado en la Biblia a través del llamado Libro de Tobías, Tobit para los amigos, hijo a su vez de Tobiel, y padre del Tobías protagonista de nuestra historia (la T, ya ven, domina como inicial nominativa; en mi familia, casualmente, pasa lo mismo con la R).

            Tobías padre, junto con el pueblo judío fue llevado cautivo por los asirios a Nínive, pero tuvo la suerte de caer bien al rey Emenasar y se dedico a viajar oficialmente por la Media –posiblemente con el lucrativo empleo de recaudar impuestos a los medos (supongo, no estoy seguro)-, pero debía cobrar un buen sueldo para juntar unos ahorrillos, ya que en uno de sus viajes le prestó como si nada diez talentos de plata a un tal Gabael, a quien por mor de paisanaje o amistad no exigió intereses.

            Al rey Emenasar le sucedió su hijo Senaquerib, y se acabaron para Tobías las prebendas y los viajes por la Media. El nuevo rey resultó ser un bicho raro, pues una de sus aficiones -cosa normal en muchos reyes antiguos-, era matar a quien le parecía, a lo que se añadía la fea costumbre en este caso de dejar los cadáveres al raso; y por su parte, a Tobías, que demostró sobradamente su vocación de enterrador dedicándose por las noches a cavar fosas y enterrar las víctimas, le sucedió una noche que, cansado de la faena, se tumbó boca arriba junto a un muro y unos pájaros defecaron sobre sus ojos, dejándolo ciego.

            En vista (más bien ceguera) del problema, para solventar la economía familiar decidió mandar a su hijo Tobías a Ragues de Media, donde vivía Gabael, ciudad que estaba más o menos donde hoy está Teherán, la capital de Irán, en la antigua Persia, a cobrarle los citados diez talentos de plata, y de paso visitar a un primo llamado Ragüel que vivía en Ecbatana, localidad que estaba en el camino de Ragues.

            Para que se hagan una idea de la caminata que esperaba al mozo, desde Nínive a Ecbatana donde vivía el primo de su padre hay 500 kilómetros, más otros 250 desde Ecbatana a Ragues. Esto suponía hacer 1.500 kilómetros entre ida y vuelta, e invertir por lo menos un par de meses en el viaje, mas como la gente de entonces se tomaba las cosas con tranquilidad y buena plática, no parecía largo. Pero sucedió que en este caso la duración del viaje fue mayor de la prevista, pues en el trayecto, además de entretenerse pescando con un compañero en el río Tigris, Tobías se casó, y el jolgorio de la boda duró nada menos que catorce días por capricho del  suegro, quien tiró la casa por la ventana ante la alegría de ver casada a la hija (tenía el hombre sus motivos, como veremos). Digamos de paso que el compañero pescador de Tobías, bajo el supuesto nombre de Azarías, no era otro que el arcángel San Rafael, quien se había ofrecido a acompañarle en el viaje desde Nínive, y que además de hábil pescador resultó ser un santo muy casamentero y capaz de solucionar grandes problemas.

            Porque que el asunto del casorio tenía bemoles. Ocurrió que el primo de su padre, residente como se ha dicho en Ecbatana, tenía una hija muy guapa llamada Sara, cuya mala suerte, sobre todo para los maridos, era la de haber enviudado nada menos que siete veces sin comerse una rosca, o sea, con la virginidad sin estrenar, ya que en la noche de bodas se metía en la alcoba de los recién casados un demonio de malas pulgas llamado Asmodeo, al parecer celoso, que se cargaba al novio. Esto, naturalmente dio lugar a comentarios y habladurías de las vecinas que no beneficiaban en nada la fama de la moza, quien, pese a su belleza y a lo que le relucía la espalda, tenía cada vez más problemas y menos novios cuando se corrió la voz. Pero Rafael resolvió la cuestión aconsejando a Tobías que se llevara un brasero a la alcoba nupcial y en él quemara el hígado y el corazón de un gran pez que habían pescado semanas atrás. Obvio es decir que con semejante sahumerio el demonio salió despavorido para no volver jamás, cosa nada extraña si tenemos en cuenta lo que ya de por sí debía oler el remedio sin quemar. Naturalmente, una vez ido el demonio, los recién casados abrieron la ventana para ventilar y se dedicaron a lo suyo.

            Tobías demostró también ser un hombre práctico, pues a la vista de los catorce días de juerga que por al casamiento y deseo de su suegro le esperaban, pidió a su amigo que, mientras tanto, fuera él solo a cobrar la deuda a Ragues, cosa que el santo hizo diligentemente. Para los amigos de las cifras aclararé que los diez talentos de plata a que ascendía la deuda sin intereses pesaban nada menos que doscientos dieciocho kilos y setecientos gramos, por lo que Rafael tuvo que agenciarse un par de camellos para no llamar la atención cargando tanto peso a sus espaldas.

            Concluidos los fastos de la boda, y de vuelta a Nínive, los esponsales se reanudaron y se prolongaron durante siete días más en la casa paterna, lo que elevó a veintiuno los días de juerga, número difícil de superar incluso por familias pudientes y voluntariosas.

            Solo falta añadir que al regreso de Tobías y Rafael a casa de Tobías padre, éste recobró la vista solo con frotarse los ojos con la hiel del mismo pez con cuyo hígado y corazón se espantó al demonio matamaridos de Sara, lo que demuestra sin dudas que fue un pez de los más aprovechado, pues les abasteció sobradamente de comida y aún sobró para medicinas.

            De Tobías padre dice la Biblia que vivió 158 años, y de Tobías hijo, 127. De su mujer, Sara, no dice nada, pero ya nos dice la estadística que las mujeres duran más que los hombres.