Fotos.-Rafael-Moñino-Pérez

“MEDICINA ANTIGUA “

Rafael Moñino Pérez 

MIÉRCOLES 15-03-2017

Del análisis de los restos de ADN encontrados en la placa dental calcificada de neardentales asturianos que vivieron unos 50.000 años atrás (EL MUNDO, 8-3-17), se deduce que estos individuos aliviaban sus dolencias masticando hongos productores de penicilina y cortezas de árboles que contienen ácido salicílico, principal componente de la Aspirina, amén de otras plantas como milenrama y manzanilla. El ácido salicílico es un compuesto natural propio de la familia de las salicíneas, en la que se encuentran los géneros populus y salix y a los que pertenecen respectivamente los álamos y los sauces. La arqueología, por otra parte, nos muestra una larga lista de plantas medicinales usadas por nuestros antepasados, plantas que han llegado hasta nosotros sin grandes modificaciones y que podemos recolectar y estudiar sin dificultades, pero gracias a las modernas técnicas de análisis hoy se puede averiguar con certeza la composición de sustancias tan íntimas como el código genético de materia orgánica prehistórica que hasta ahora solo se conocía empíricamente, lo cual nos dice, en cierto modo, que la humanidad ha progresado al modo que el resto de los seres vivos (acierto – error) frente a la selección natural. Pero, aparte la grata sorpresa que nos pueda causar este descubrimiento que la ciencia nos ofrece, se me ocurre otro hecho constatable que seguramente sorprenderá al común de la gente, y es el de que el botiquín de remedios contra diversas enfermedades y heridas parece habernos llegado hasta hoy, por lo que toca al mundo rural, sin apenas modificaciones. Los ejemplos son abundantes, pero voy a citar tres que nos ilustrarán sobradamente, de los cuales, dos, sabemos el porqué -en mi caso, por experiencia propia-; y del tercero, al menos yo, desconozco la naturaleza del agente curativo, pero lo que es curar, cura.

            En los dos ejemplos conocidos se trata de hemostáticos. Hasta mediados del siglo pasado, cualquier lugareño -y yo, repito, soy uno de ellos- que sufriera una herida sangrante recurría a una de estas dos cosas que tuviera más a mano: telarañas del techo de una cuadra, o polvo del camino, cuanto más fino, mejor; y si no tenía cerca un camino arañaba si era preciso el suelo con cualquier objeto para recoger un puñado de tierra y cubrirse la herida. Analicemos ahora estas prácticas a la luz de la ciencia, pero pensemos, antes de sonreír conmiserativamente, que si la gente actuaba así era porque, como yo, lo había visto hacer a sus mayores, y no hay nada como la imitación generacional para la permanencia de costumbres y otras cosas a lo largo de los siglos.

Primer caso: Las telarañas. A cualquier persona medianamente formada le puede parecer una barbaridad desde el punto de vista higiénico-sanitario coger del techo de un establo -lugar de ambiente cálido y húmedo por el vaho animal y la fermentación de estiércol- unas negruzcas guedejas colgantes de medio metro o más de largas, sucias de polvo y otras desconocidas inmundicias -suelen ser aseladero habitual de moscas- para aplicarlas como hemostático sobre una herida sangrante. Estas telarañas, que en su día fueron trampas de caza, abandonadas a su suerte por perder efectividad se transforman y adoptan el feo aspecto que se ha descrito. Pero dichas telarañas, a semejanza del musgo que masticaban los neardentales asturianos (y que nosotros, los cromañones de entonces, también masticaríamos seguramente), resulta que, como el musgo, están pobladas de eficaces colonias de Penicillium, por lo que además del tapón hemostático que forman las telarañas, y que por compresión evita la pérdida de sangre, se administra de paso a la herida una dosis de penicilina en estado naciente de lo más eficaz.

Segundo caso: El polvo del camino (o la tierra, en su defecto). Desde el punto de vista físico-químico se puede observar a simple vista que la arcilla carbonatada del polvo, al humedecerse con la sangre agrupa sus partículas y se compacta sobre la herida, que deja de sangrar al momento. Lo mismo ocurre con la tierra por tener la misma composición, aunque por ser más gruesas sus partículas puede tardar más en taponar la herida. Sin embargo, la apariencia de insalubridad y peligro de infección persiste, y mayormente en el caso de polvo del camino, pues el continuo tránsito de caballerías -por entonces había pocos vehículos a motor-, cuyos cascos son reservorio de colonias de la temible bacteria del tétanos, podría haber traído fatales consecuencias. Pero aquí, como en lo dicho sobre las telarañas, existe la explicación salvadora, porque, ¿saben a qué huele especialmente la tierra mojada, ese perfume suave después de una lluvia que tanto gusta al común de la gente? Pues a terramicina, ya que entre la abundantísima microflora de las capas superficiales del suelo abunda el hongo Streptomyces rimosus, el cual, para fabricarla solo necesita un poco de humedad, y lo hace efectivamente dentro el apósito terroso evitando así posibles infecciones.

Tercer caso: Aceite de escarabajos. Este es más complicado, pues a diferencia de los anteriores no se da de modo natural y hay que fabricarlo. Lleva su dosis de crueldad, porque para su preparación hay que freír en vivo hasta chamuscarlos unos cuantos ejemplares de escarabajos del género Tentirya, muy comunes por los rincones de los corrales de nuestras casas. Este aceite, aplicado sobre las llagas de la boca es de efectos casi milagrosos. Nuestras madres y abuelas conservaban celosamente el medicamento en botellitas para aliviar el sufrimiento de niños y mayores curando esta clase de llagas. No conozco, como dije más arriba, el o los principios activos si son más de uno, de esta medicina, pero me consta personalmente su eficacia porque he visto sus resultados. Tal vez algún día lo sepamos, como hemos sabido ahora que los neardentales se curaban con aspirinas y penicilina en estado natural sin tener muy clara la diferencia entre analgésicos y antibióticos, ni suponer que los humanos de hoy, a cincuenta mil años de distancia, seguiríamos con lo mismo, pero envasado en cajitas. Seguro estoy de que muchos remedios curanderiles son burdas patrañas. Pero también estoy seguro de que en el campo de la medicina popular perderemos, como en otras tantas disciplinas del saber tradicional, un tesoro cultural transmitido de generación en generación.