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Un minuto de silencio, 24 años de caciquismo

Pepe López, Periodista

Nunca un minuto dio para tanto. Sesenta segundos de silencio convertidos en el gran debate nacional entre partidarios y detractores de Podemos. Que quede claro que el problema no era, no es, Rita y su mundo de corrupción generalizada, de rapiña institucional amparada, consentida y negada durante casi tres décadas. Eso ya no importa. Lo relevante era, es, aprovechar el óbito para re-cargar la artillería contra el ominoso tiempo que aún no ha llegado pero ya dibujado en los rostros de quienes se atreven a romper las viejas reglas del juego de cartas marcadas, bien que sea solo en la hora del reparto. 

Con ella, con Rita, todo fue excesivo, puro espectáculo. Con su inesperada muerte lo ha seguido siendo. El principal y más lamentable, el bochornoso comportamiento impulsado y seguido como un ejército por el Partido Popular. Nada nuevo. Un grupo político que se ha comportado como lo que en realidad es y casi siempre ha hecho en momentos como de sacudida. El manual de buscar un enemigo externo a quien cargar su propia responsabilidad, sus errores, su culpa. ETA, en el 11-M; el 15M, si venía al caso; Cataluña, desde hace un tiempo; y Podemos, ahora.

Haciendo lo que han hecho con Rita Barberá hacen honor a quienes de ellos mismos dicen en privado que lo suyo no es ser ni actuar como un partido político al uso, sino como una agrupación de intereses personales. Privada, sí, pero mirando siempre a lo público. Partido Popular S.A. en sus siglas más auténticas, reales.  

De ahí sus constantes cambios de dirección. De ahí sus repetidos volantazos, sus giros bruscos, su esquizofrenia intelectural, su búsqueda constante de la amenaza externa como manera de evitar deserciones y cementar la unidad en las propias filas. Va en su ADN responsabilizar a los demás de sus errores y de su mala conciencia. Ahora, con la muerte de Barberá, los causantes indirectos del fallecimiento de la exregidora valenciana ya sabemos, porque ellos lo han repetido hasta la saciedad, quienes son: las “hienas” de alguna prensa en boca de Rafael Hernando; las conciencias intranquilas que deberían tener algunos, para el  expresidente del Congreso Jesús Posada… Son, somos, periodistas, jueces, tertulianos, opinadores, todos ellos presuntos responsables de homicidio en grado de tentativa. Todo aquel que piense diferente, es para el PP de forma automárica declarado presunto culpable en el manual de este partido. La mafia, ya se sabe, no perdona nunca el desliz ni la infidelidad. 

Rita Barberá ha muerto en la soledad de un hotel como metáfora de su propia última e íntima soledad. Abandonada por los suyos, los más cercanos, esos mismos que, ya muerta, han querido cínicamente (Mariano Rajoy, anoche mismo, en su funeral) volver a ensalzar su trayectoria, los mismos quienes hace dos días como quien dice se negaban incluso a compartir cubierto y café con ella en el comedor del Senado por miedo a ser contaminados.

Pero, para el PP, casi siempre dispuesto a rebuscar al enemigo exterior, su muerte es causa directa de los empujones de la prensa cainita hacia el precipicio, de los malvados informes de la policía, de las decisiones prevaricadores de los jueces. Ellos, el PP, pura inocencia, solo pendientes de la cuenta de resultados. La Agrupación de Intereses S.A. El conteo de caja. Y de votos, según gire el viento, pues hubo un tiempo en el que el aire de la corrupción hacía aumentar su caudal y se miraba para otro lado y hoy, al parecer, lo resta y facilita gobiernos. Ese es el alcance del cambio y de sus palabras cuando dicen luchar contra la corrupción.

Por eso debe ser que no tuvieron inconveniente en forzarla a que pidiera la baja en el partido del que era la militante en activo más antigua. Alguien se acuerda ya de Javier Maroto acusando a Rita Barberá de “falta de dignidad al final de su carrera” o del “lo que pasa en Valencia me da asco”; de Pablo Casado negándose a responder a preguntas de los periodistas sobre Rita (“Esa señora ya no es del PP”); o los maternales consejos de Andrea Levy (“Yo, en su caso, ya me habría ido”), de las no muy lejanas palabras de Cospedal, de Villalobos, de Alfonso Alonso(“Si no se va, el partido tomará sus decisiones”)… marcando distancias y doctrina.

Y sí, pocas veces en la historia política reciente un minuto de silencio sirvió para esconder tanta miseria moral. Pocas veces la hipocresía y el fariseísmo de un partido –el PP- superó tantos límites, derribó tantas barreras. Si tanto la querían debían de haberle evitado este postrero sufrimiento. Ni siquiera eso quisieron hacer. Ya saben, la cuenta de resultados. Prefirieron imponer el minuto de silencio por orden del jefe Rajoy (aquí en este enlace se explica bien cómo sucedió todo), el trágala de una decisión insólita en el Congreso de un minuto de silencio cuyo único objetivo era lavar su propia culpa y su mala conciencia (Ignacio Escolar se extiende sobre ello en el diario.es), antes que actuar con serenidad, con templanza, con respeto a la discrepancia. Esa misma que no le tuvieron en vida a la fallecida.

Y así, ciertamente, es que han logrado que Rita Barberá ni así, muerta, pueda D.E.P. De modo que todo su pasado (el negro y el blanco) esté siendo ahora expuesto públicamente y con fiereza periodística y ciudadana en los medio y en las redes sociales justo en el tiempo y las horas debidas al duelo. Que sus familiares hayan renegado de todo acto institucional en su funeral de ayer tarde debería hacerles reflexionar. No lo harán. Iría contra sus principios.  

Rita Barberá, es cierto, levantaba pasiones. Eso es innegable. Pero pasiones a favor y pasiones en contra. Eso también es innegable. Eso debería haber sido tenido en cuenta antes de forzar decisiones. Sus defensores hablaban de ella apasionadamente –la alcaldesa de España; Valencia en el mapa…, decían-. Sus detractores lo hacían con no menos énfasis. Gobierno caciquil, altanería, madrastra de la corrupción, despilfarro… no eran las peores descripciones y/o calificativos que pueden oírse sobre sus 24 años de alcaldesa a quienes sufrieron sus formas de gobernar y sus decisiones (aquí también se explican algunas de ellas).

Pero nada de eso importaba ya. Lo importante era que siguiera el espectáculo. Y que un minuto de silencio tapase casi treinta años de oscurantismo y, en parte, caciquismo político. Que el juicio no fuera a un tiempo en el que más allá de los logros conseguidos por Barberá como casi alcaldesa perpetua de Valencia, sino si en democracia los fines logrados por la exalcaldesa (que, lógicamente, los ha habido) pueden justificar los medios utilizados para ello, si el caciquismo y la corrupción se pueden disculpar si se logra mejorar la imagen de una ciudad como Valencia y como evidentemente se ha conseguido. Es este el auténtico debate que se ha querido ocultar con este otro lamentable e interesado espectáculo del minuto de silencio con el que se ha querido seguir haciendo caja. DEP Rita Barberá.