QUIEN DE JOVEN SE COME LA SARDINA …. Rafael Moñino Pérez Agente de Extensión Agraria
QUIEN DE JOVEN SE COME LA SARDINA ….
Rafael Moñino Pérez
Agente de Extensión Agraria
VIERNES 02-01-2014
Este es un refrán inentendible, por razón de edad, para los
jóvenes, aunque para los mayores tiene sentido, pues lo hemos oído a nuestros padres y nos lo explicaban si alguno no lo entendía. El refrán completo es: ”Quien de joven se come la sardina, de viejo caga la espina”. El refranero español también lo recoge de esta otra manera: “Cague la espina quien se comió la sardina”. El significado es el mismo en ambos casos, si bien el usual en la Vega Baja es más explícito. Este refrán dejará pronto de ser inteligible en toda su extensión cuando desaparezca el concepto que la sardina tenía para los antiguos, como ya lo es el de “a buenas horas, mangas verdes” si no investigamos, pues lo mismo se puede achacar a los guardias de la Santa Hermandad de los Reyes Católicos, a los soldados de Romanones o a la guardia rural del siglo XIX, pues todos estos cuerpos policiales tenían en común el color verde de las mangas de sus casacas y aparecer después de la tormenta como el arco iris; o sea, llegar tarde en caso de necesitarse su presencia, pero el concepto sigue claro: hacer algo a destiempo o llegar tarde a una cita.
Volviendo a nuestro refrán sobre la sardina y su espina, este humilde pez y su hermano mayor el bacalao eran un manjar en siglos pasados. Recuérdese la pregunta que dicen se les hacía a los niños: ¿Qué quieres, cabeza, cola o centro?, por que la sardina, aun siendo pequeña, había que repartirla entre tres. Y su aplicación al refrán significa que quien derrochaba la juventud con excesos llevando una vida licenciosa, pagaba las consecuencias en la vejez. Y si además de la juventud se derrochaba el capital, a los achaques propios de la vejez en un cuerpo enfermo y desgastado por el vicio se añadía la pobreza, pues no había, como hoy, ni seguridad social, ni hospitales (excepto alguno de beneficencia si te arreglaban los papeles), ni medicinas casi gratis, ni mucho menos pensiones vitalicias. No quiero ser moralista, pero ahí queda eso; las cosas eran así.
Y ya que hablamos de vicios, digamos que siempre los hubo, pero hoy hay algunos, por desgracia, en los que los jóvenes de antaño no caíamos, pues aunque la huerta estaba llena de cáñamo, se fumaba tabaco si había, que ya era malo, pero nadie se metía al cuerpo otros humos peores, pues en caso de probar otras cosas, la melopea que se agarraba y el mal cuerpo que se ponía hacía desistir radicalmente. Y si alguien se pinchaba él mismo con una jeringuilla, era, invariablemente, para inyectarse insulina por ser diabético, que los pobres se pinchaban ellos mismos o un familiar, porque a veces no había con qué pagar al practicante, y menos si el servicio era a domicilio en vez de en la clínica.
Siguiendo con las vicios, en este caso el del porro, en los últimos años hasta se han cantado las bondades del cáñamo convertido en humo vía pulmones. Los cantores no han sido los médicos, sino los viciosos para hacer ambiente y los que comercian con la salud ajena. La hoja de cáñamo, a la que llaman propiamente hierba, o Cannabis aunque no tengan ni la más repajolera idea de la lengua de Virgilio, se ha convertido en un icono impreso y reproducido hasta en metales y vidrios. Los científicos están tomando cartas en el asunto explicando con serios estudios lo que de verdad sucede cuando se fuman porros, que es muy malo para la salud y el correcto funcionamiento del cerebro, pues le produce cambios a peor incluso cuando solo se es fumador ocasional de fin de semana, pero no les hacen ni puto caso. Alguna vez se les hará, espero, por que el cáñamo también tiene otros alcaloides que pueden curar enfermedades si se administran científicamente y sin fumar como un carretero. Si lo comparamos con la historia del tabaco, que se puede comparar, y de cuyos efectos perniciosos hoy nadie duda, se les puede recordar a los empedernidos fumaporristas (a los traficantes de drogas no hace falta recordárselo, que viven de eso) que al tabaco se le atribuía en los primeros tiempos de su consumo en Europa la curación de más de cincuenta enfermedades, entre las que se encontraba el cáncer; naturalmente en opinión, por supuesto interesada, de los fabricantes de cigarros y los fumadores. Puestos a creernos cosas, también se dice que el whisky dilata las arterias y previene los infartos. Pues ahí queda eso también. Y no pregunte a su farmacéutico: En lo del porro seguramente le va a mandar a la porra, y en lo del whisky, a dormir la mona con las arterias bien dilatadas.