UNA OPINIÓN DIFERENTE

Entre los deportes de masas hay uno que, por sus características, y usando eso que llaman libertad de opinión, me permito definir y llamar, a secas, como el de la patada, y especificando un poco más, como el de la patada, el codazo, la zancadilla y la embestida de cabeza, aclarando que el codazo y la zancadilla, aunque se prodiguen con profusión, los prohíbe el reglamento. Para su práctica se necesita un terreno o campo de forma rectangular de alrededor de una hectárea, con dos grandes rectángulos de madera o hierro cerrados por una red, enfrentados y colocados en el centro de los lados menores del campo. Completa el conjunto una esfera de cuero hinchable de poco más de un palmo de diámetro, la cual, impulsada por los pies o las cabezas de los deportistas, se procura hacer llegar hasta las redes de los rectángulos de madera o hierro citados. Cuando esto sucede, como si se tratara de un portento el que una esfera del tamaño antedicho pueda pasar por un agujero de unos dieciocho metros cuadrados, los asistentes a este deporte aplauden la hazaña, patalean y producen sonidos guturales (algunos, de evidentes connotaciones asnales), y si entre los espectadores hay algún señor provisto de micrófono, por los altavoces suena el grito de una palabra monosílaba, bien de forma entrecortada y repetitiva cual si llevara clavada en la garganta una molesta espina de pescado, o también a modo de nota tenida semejante a sirena que avisara de inminente bombardeo, o de salida de fábrica. Dirige la actuación de los deportistas un señor vestido de negro que, portando un silbato, recorre continuamente el terreno acompañando a los que patean y cabecean la esfera, auxiliado en su tarea por otros dos que solo corren por las orillas con una banderita, pero sin pito. Al señor del pito, aunque no esté recogido en el reglamento, los espectadores pueden insultarlo impunemente, no solo a él, si no a su esposa y a su madre en particular. Entre los epítetos más corrientes menudean los alusivos a la dudosa honestidad de la esposa, naturalmente con su consentimiento marital, y a la de su madre, a la que se acusa de haberle parido en la ocupación de una de las profesiones más antiguas. En cuanto al resultado de la disputa deportiva, gana el grupo que más veces consigue pasar la pequeña esfera por el enorme hueco del rectángulo de madera o hierro contrario.

Por practicar este deporte, o sea, por dar patadas y embestir la esfera, los deportistas de élite cobran cantidades astronómicas de dinero (ya les gustaría cobrar así a los que son premiados con el Nóbel por usar la cabeza solo para pensar), y es tan importante que aunque el evento tenga lugar a miles de kilómetros de distancia, algunas veces, ministros, jefes de gobierno y de estado se desplazan hasta allí para verlo, y además, en cualquier calle de pueblo te pueden cortar el tráfico, impedirte el acceso a la cochera, colocarte un montón de sillas y una pantalla con altavoces atronadores para ver el espectáculo, y terminar explotándote una traca debajo de la ventana por si no te has enterado, amén de recorrer luego las calles en coches provistos de banderas y altavoces hasta altas horas de la madrugada, mientras otros aficionados se dedican con entusiasmo a destrozar el mobiliario urbano y hasta apedrear a las fuerzas del orden si llega el caso, que llega con bastante frecuencia.

De lo anterior se desprende, obviamente, que no soy aficionado al deporte cuyo resultado se dirime a patadas y cabezazos. Y ello me lleva a la siguiente reflexión: ¿En qué estaría pensando don Antonio Machado cuando dijo aquello que, de cada diez cabezas españolas, nueve embisten y una piensa?

Pero, reflexiones propias y pensamientos machadianos aparte, hay algo que llama poderosamente la atención a tenor de lo que está sucediendo estos días en la directiva de un importante club de la patada (perdón: más que un club, según declaración de uno de sus anteriores presidentes), pues el presidente de turno ha dimitido sin esclarecer dónde han ido a parar la minucia de cuatro o cinco docenas de millones de euros de nada, pues en estos clubes –que no será seguramente el único dado el apoyo masivo que ha tenido de parte de varios colegas en el oficio cuando un juez se ha hecho eco del caso- se maneja el dinero con singular largueza y más singular opacidad. Y siendo esto lamentable, más que lamentable es sangrantemente injusta la patente de corso de que gozan estas sociedades para no tributar a hacienda, ni pagar la seguridad social, ni devolver los préstamos a la banca como cualquier hijo de vecino. Pruebe –mejor, no lo haga- a hacer usted lo mismo y verá como las gasta eso que dicen que somos todos –unos más que otros, claro-: hacienda; la flagelación se la aplican, seguro, y si el montante lo requiere, la crucifixión sin anestesia.

El Cojense