Desde mi aseladero, como gallo viejo de rala pluma y torcido espolón, he visto cambiar y poner patas arriba infinidad de cosas, aunque sin perder del todo, a Dios gracias, la capacidad de asombro. Una de las realidades que no ha perdido vigencia, y que sentaré como premisa para lo que sigue, es que en las casas en que la madre era la depositaria y administradora de los ingresos de la familia, la economía iba bien; se gastaba según necesidades, sin lujos innecesarios y se ahorraba -en las de los agricultores, obligatoriamente- para tiempos difíciles; pero en las que cada cual tenía su propio bolsillo y lo gestionaba a su aire, eran un desastre. En lo económico, España (perdón: este país) se parece mucho al segundo caso. Diecisiete bolsillos-gobiernos (con algún presidente cobrando más que el nacional) para gastar y robar a pajera abierta algunos afiliados al gremio de “¡Señor, no me des; ponme donde haya!”, fueron el resultado del “café para todos”, mala solución elegida en vez de afrontar el problema para evitar que la tarta y el café fueran a unos pocos y nada al resto. Fernando Vizcaíno Casas, de feliz y jocosa memoria, retrató con acre y certero humor en su novela “Las Autonosuyas” el panorama que se avizoraba en lontananza. Especial gracejo tuvo la adopción del farfullo a falta de idioma propio distinto del castellano. Tres años antes, en Febrero de 1978, apareció en el extinto diario LÍNEA de Murcia un desternillante opúsculo en verso titulado “Manifiesto panocho sobre la Autonomía Murciana”, de Diego Ruíz Marín. Desgraciadamente, muchas de las absurdas y esperpénticas situaciones descritas en ambos textos han sido superadas sobradamente por la realidad.
Para justificar tan insólita desmembración del territorio nacional, que en la práctica ha ido más allá de lo federal, se argumentaba insistentemente el “hecho diferencial” como quien descubre algo nuevo. Pues claro: Si entre los hijos de un mismo matrimonio hay diferencias, ¿no van a existir entre los territorios de un mismo país, acentuados por diverso clima y orografía? Entre Villaburros de Arriba y Villaburros de Abajo hay diferencias, como mínimo, barométricas. ¿Quién no ve entre su pueblo y el del al lado hechos diferenciales? Esto, bien aderezado, da para mucho. Hasta para no preocuparse de las cosas importantes y dedicarse por entero al “hecho diferencial”: ¡Qué se habrán creído los del otro Villaburros! En lo político-territorial, los del Norte dicen “lo mío no se toca: somos otra raza, incluidas nuestras gallinas”; los del Noreste, “somos una nación” -nunca lo fueron: formaron parte de otro reino-; los del Sur, convertidos en cortijo de voto cautivo, “¡olé, mi arma”; y los de muy al Sur, agua por medio, amenazando con romper relaciones con el gobierno de España (sí: España, sin perdón), gobierno del que forman parte, a cuenta de consultas sobre si buscar o no petróleo, mientras el sátrapa de enfrente se frota las manos esperando sacarlo todo él desde su orilla y mandarles con viento del Este las mareas negras si se producen. Me recuerdan al perro del hortelano, pero dejando comer a otros y él no.
En cuanto a los llamados tres poderes, el legislativo, a despecho de unos y agrado de otros, según pinta el color, algo legisla. El judicial, pese al zarandeo político tipo batidora al que está sometido, aunque con pasmosa lentitud, juzga. Pero el ejecutivo falla estrepitosamente, pues no ejecuta, no obliga a cumplir las leyes ni las sentencias judiciales cuando se le pone gallito el condenado por la justicia (salvo que seamos usted o yo), especialmente en aquello que nos debiera identificar a primera vista como españoles: La bandera y el idioma. Es vergonzoso que haya españoles que rechacen su bandera y malconozcan su idioma. Viví tiempos en los que algún exaltado patriotero increpaba a su vecino de gallinero diciéndole: ¡canta la lengua del imperio!, y me sentí mal, pues cada cual lo hace en la que aprendió de su madre, pero mayor indecencia hay ahora, si cabe, en obligar a nadie a hacerlo en la tribal y privarle de la común, la universal que nos une y usan para entenderse más de 400 millones de personas aparte de nosotros.
¿Acaso no tenemos memoria histórica más allá de lo vivido en este siglo? A diferencia del burro, que no tropieza dos veces con la misma piedra, nosotros, sí, las que hagan falta. Las Autonomías, incluso con sus costosas embajadas en el extranjero, que entonces adoptarían otras formas, no son un invento reciente. Los árabes las llamaban taifas, y así les fue, pues las propias divisiones internas de estos reinos más el pillaje y peleas entre vecinos hicieron que cayeran como castillo de naipes cuando Jaime I de Aragón asomó el casco por estas tierras (Murcia se rindió previamente sin disparar una flecha a su yerno, el príncipe Alfonso de Castilla), y tengo para mí -que alguien me contradiga si sabe- que las inventaron nuestros antepasados iberos, acreditados y bien armados guerreros según la Arqueología, que cojeando del mismo pie se dedicaron a reñir entre sí mientras Cartago y Roma les invadían y convertían sucesivamente en servidores de sus respectivos imperios.
Y lo peor, como resumen, es que en los gallineros normales, cuando canta el gallo principal los demás gallos enmudecen, pero en este se desgañitan y le plantan cara.