EL CASTILLO DE COX: COMENTARIOS SOBRE SU OBRA Y SUS CONDICIONES DEFENSIVAS COMO FORTALEZA. Rafael Moñino Pérez
EL CASTILLO DE COX: COMENTARIOS SOBRE SU OBRA Y SUS CONDICIONES DEFENSIVAS COMO FORTALEZA.
(Nota previa: Este trabajo se publicó el pasado mes de Julio en la revista de fiestas locales de Cox, pero el autor ha decidido enviarlo, para general conocimiento, a La Crónica Independiente de la Vega Baja)
MARTES 02-12-2024
Aunque en otras ocasiones he tratado de asuntos de nuestro castillo en esta revista de fiestas, quiero hablar este año sobre un tema no abordado hasta hoy, al menos con la profundidad que merece: sus elementos y condiciones defensivas como fortaleza.
Que nuestro castillo fue una fortaleza dotada de las condiciones necesarias para serlo es algo que salta a la vista, aunque haya quienes no lo quieran ver. Y lamentablemente no han parado ahí, pues modernamente ha sido maltratado, casi con ensañamiento, de palabra y de obra. Rafael Azuar Ruiz le endosó, en 1980, el remoquete de “palacete del siglo XV”(1); Santiago Varela Botella, sin devolverle sus almenas en 1992, lo asemejó a lo más parecido a un búnker, cambiando además las puertas de madera y el arco de medio punto que tuvo por otras de barrotes de hierro, con jambas y dintel del mismo metal; en la ermita puso una moderna cubierta de teja plana y puertas de vidrio, lo mismo que en el acceso a la torre del homenaje; y en las estancias del interior pintó las paredes de colores chillones tipo discoteca, pinturas hoy felizmente desaparecidas; y finalmente, en 2015, en el libro “Guardianes de Piedra”(2), entre otras tonterías –que, aunque dichas en latín, lo siguen siendo-, se cae en el ridículo de confundir sus aljibes con una bodega, precisamente en un castillo de origen musulmán, cuyo credo prohíbe el alcohol.
UN POCO DE HISTORIA
Para situarnos mejor en la cuestión que nos ocupa, veamos primero unos cuantos datos cronológicos sobre nuestro castillo, erigido probablemente en época almohade entre los siglos XI y XII.
1430: En esta fecha, Bartolomé Togores y Brizuela figura como señor de Cox y su castillo. Por entonces se hallaba en estado ruinoso.
1450: Juan Ruiz de Ávalos (o Dávalos) compra Cox y su castillo a los Roca de Togores.
1466: Para proteger el flanco Oeste del territorio oriolano de las incursiones, tanto de moros granadinos como de correligionarios castellanos de la vecina Murcia, el señor de Cox restaura el castillo con permiso del rey Juan II de Aragón, obras que comenzaron y acabaron ese mismo año (3 y 4). Puede parecernos lejano el peligro desde Granada, pero lo teníamos muy cerca porque el territorio almeriense formaba parte del reino nazarí, y la cristiana Lorca era ciudad fronteriza.
1605: En la Real Audiencia de Valencia se prueba, en una sentencia, que en el castillo de Cox existía el cargo de alcaide, expresándolo así: Testigos fueron presentes a todas las dichas cosas: Joan Morales, Alcaide del castillo de Coix y Andreu Carbonell y yo Marco, todos habitadores del dicho lugar de Coix (5).
1702: En un documento parroquial se cita la ejecución de obras en el Via Crucis, lo que revela la apertura de ese camino para subir al castillo, el más utilizado en la actualidad.
1778: Fray Pablo Manuel Ortega, dice: Tiene –Cox- un castillo, que se conserva muy entero, con la particular circunstancia de ser uno de los que se exceptuaron, de orden especial del monarca –Felipe V- de ser arruinado y demolido en el reino de Valencia (6).
1795: El clérigo José Montesinos dice “que es grande, con sus almenas garitas y miradores, con fuertes calabozos, construidos sobre peña viva, donde se colocan los reos de consideración y peligro”. (Montesinos se confunde, y llama calabozos a los aljibes, aunque en una ocasión, que sepamos, sirvieron para eso, naturalmente, estando vacíos) (7).
Pese a la precedente información -al alcance de cualquier estudioso aficionado-, llegamos a nuestros días y vemos, en un libro alicantino, calificar como residencia palaciega y domus maior a nuestro castillo, además de llamar bodega a sus aljibes (2), lo que demuestra el desconocimiento o el escaso interés en ciertos ambientes por Cox y su historia, lo cual podría haberse evitado con solo echar un vistazo al libro ANALES DE LA VILLA DE COX, SIGLOS XIII-XIX, de nuestro cronista Patricio Marín, publicado en 2009, siete años antes. Porque –añado yo- no tenía necesidad el señor de Cox de habitar, en 1466, una residencia a casi 80 metros de altura, de difícil acceso y sin un camino practicable, teniendo ya un palacio, una auténtica domus maior en este caso si la comparamos con el austero castillo, en el llano, junto a la ermita de Nª. Sra. de Las Virtudes, ermita ya existente cuando compró el Lugar de Cox en 1450. Este palacio, hoy moderno Ayuntamiento que ocupa parte de su antiguo solar, lo conocimos los actuales octogenarios como Ayuntamiento, cárceles y escuelas públicas, cuya fachada se prolongaba hasta la esquina de la actual calle Doctor Fleming; palacio y ermita que otro Juan Ruiz Dávalos, descendiente suyo, cedió en 1611 a los carmelitas calzados para que fundaran su convento; hecho lo cual, se construyó otro palacio en la antiquísima calle de Cox Viejo (hoy Santa Inés), donde la casualidad quiso que, de su misma estirpe, naciera en 1780 el ilustre cojense Don Joaquín José Melgarejo y Saurín, duque de San Fernando y prohombre de España (8).
EL CASTILLO: SU OBRA Y DEFENSAS
Un castillo es un arma militar ofensiva y defensiva, aunque con la tecnología armamentista actual sirva poco más que como monumento identificativo local. Es ofensiva porque desde sus atalayas se puede observar directamente un gran espacio de terreno, ampliable en su caso mediante señales con otros puntos de vigilancia, dando la alarma y actuando rápidamente, en caso necesario, con los efectivos disponibles; y es defensiva porque si el peligro avistado se estima superior a los medios de que se disponen para neutralizarlo, la población puede refugiarse en él para protegerse tras sus muros. En este caso, a los medios defensivos propiamente militares y armamentísticos, ha de sumarse lo que podríamos llamar defensa pasiva contra el asedio en forma de alimentos, agua y combustible, especialmente si el castillo se halla en lo alto de un roquedal, caso del de Cox, lugares estos donde se prefería, en vez de atacarlos, rendir a sus defensores por hambre y sed, pues los intentos de conquista rápida por las armas acarreaban demasiadas bajas entre los atacantes. También, la obra de un castillo de llanura, o de lugar de escasa elevación, debía ser más consistente y con muros de mejores materiales y mayor espesor para que aguantaran mejor los impactos artilleros de las catapultas, armas que, aunque podían alcanzar distancias superiores a los 300 metros, como su arco parabólico es poco elevado, eran prácticamente ineficaces contra objetivos situados en crestas o cimas de montes.
A tenor de lo dicho, el castillo de Cox, pese a sus débiles muros, se puede considerar inmune frente a dicha artillería, pues aún en el hipotético caso de contar con una catapulta capaz de disparar a pie de monte casi verticalmente desde las calles Mayor, Portichuelo, o la plaza de San Roque hasta alcanzar el castillo, el gran gasto de energía impulsora para elevar el proyectil haría que éste impactara con poca fuerza contra ellos. Pero en este contexto, la favorable posición de sus defensores supondría que, sin gastar otro material que pequeñas piedras, unos cuantos honderos descalabrarían fácilmente a los artilleros y servidores de las catapultas, dejándolas inservibles; e incluso podrían incendiarlas haciendo rodar hacia ellas bolas de paja ardiendo. Por eso, tanto la muralla y sus contrafuertes, como los muros del castillo, solo tienen una base de mampostería de piedra y cemento, y a partir de ahí todo era tapial. Trataremos primero de las defensas de la muralla, y después de las del propio castillo.
LA MURALLA
La muralla actual parece una barbacana, pero en realidad, como se ha dicho, es el zócalo o base horizontal de mampostería que sostenía el tapial construido sobre ella (figura 1), base que, desde el comienzo Noroeste, frente al Via Crucis, hasta la entrada al albacar, tiene una altura media de 1’83 metros sobre la irregular superficie rocosa del monte. En ese mismo comienzo hubo una torre albarrana de sección trapezoidal, desde la que se protegía, tanto la entrada al albacar como el tramo lateral que mira hacia la calle Portichuelo, tramo que iba desde dicha torre hasta la más lejana de las dos próximas esquinas del castillo, no a la más cercana como, erróneamente, aparece en el plano de planta de la página 25 del citado libro “Guardianes de Piedra”.
No sabemos la altura que originalmente tuvieron respectivamente la muralla y el castillo. Pero la del restaurado castillo en 1466 se puede averiguar ampliando la fotografía de 1904 y tomando como escala comparativa cualquier elemento cuyas dimensiones se conserven inalteradas, escala que nos serviría también para conocer las medidas del resto, almenas incluidas. En 1904 (figura 2), el castillo ya presentaba daños estructurales con visible rotura en lo alto del muro de la derecha de la fachada, y desconchados y otros deterioros en la torre del homenaje y en el muro saliente de la ermita. La puerta, gruesa y de recia madera, tenía dos hojas. Se aprecia perfectamente la de la derecha, que brilla al Sol, pero de la izquierda solo se ve el hueco oscuro del vano por encontrarse abierta en ese momento.
En cualquier caso, fuera cual fuese su altura, la muralla contaría con sus correspondientes almenas y adarve, aunque hay un tramo de poco más de veinte metros, el ya citado que va desde la citada torre albarrana hasta la esquina más lejana del castillo, que pudo ser sólo un muro defensivo como cierre de muralla, pues su anchura, por las marcas que quedan sobre el terreno, no debía ser mayor de un metro; y además, porque limita con un desnivel casi inaccesible desde el exterior, y fácilmente defendible desde el castillo.
Sobre la vertical de la puerta de entrada al albacar también hay que suponer un cadalso desde el que hostigar a los posibles atacantes. El acceso hasta llegar a la puerta, que hoy podemos ver, es un corto pasillo esquinado, en forma de ele tumbada, para evitar el uso de arietes. Este pasillo, de 2’50 metros de ancho, es posible que también tuviera algún obstáculo de quita y pon, como una antepuerta o cualquier otro artilugio para dificultar la entrada en casos de peligro. Y en el exterior de la muralla, nada de vegetación, sino un ejido libre de cualquier maleza o escondite para cualquier atacante.
La capacidad defensiva de la muralla se complementa, como ya se dijo, con la torre albarrana cuya cimentación es visible frente al Via Crucis, pero creo que también debió haber otra torre de esta clase que protegiera la parte Sureste, hacia el Trinquete, aunque no se aprecie la cimentación de ella –habría que excavar para salir de dudas-, y me afirmo en esta creencia porque la subida natural al castillo, aunque incómoda, es por esa parte, ya que el resto del relieve del monte es altamente protector para el conjunto de la fortaleza que corona su cima, o sea: inaccesible por el Oeste y Sur; muy difícil por el Noreste, (puerta de acceso a la muralla); bastante difícil por el Norte (Via Crucis), y regular o incómoda por el Sureste, como se ha dicho, pero con el inconveniente, en este caso, de tener que rodear parte de la muralla por terreno quebrado y pasar luego por un estrecho y peligroso sendero junto a un precipicio hasta llegar a la puerta; por lo cual, una torre albarrana situada en el punto señalado en el plano de la figura 3 hubiera sido muy disuasoria y efectiva. También avala la posible existencia de esta torre el hecho de que la muralla se corta bruscamente frente a la esquina exterior de la ermita, donde termina la fachada, pero en ese punto, y en ángulo recto, unos tres metros más arriba continua paralelamente para seguir ininterrumpidamente hasta el final; y ante esto, sólo hay que imaginar dos ángulos rectos donde se cortan los muros para dejar en medio una torre de sección rectangular, con un espacio útil interior de casi tres metros cuadrados. De no ser por esta causa, no tendría sentido cambiar la dirección de la muralla sin que el terreno presentara dificultades para continuarla hasta su final, pues parecería un capricho de los constructores; pero en cuestiones defensivas, donde se juega con las vidas de todos, hay que pensar que lo que cuenta es la lógica y no los caprichos.
A partir del punto donde se supone esta segunda torre, la muralla pierde unos 30 centímetros de grosor, quedando entre 1’15 y 1’20 metros. Esta economía constructiva se justifica por lo dicho antes sobre el precipicio contiguo, por donde es imposible atacar sin peligro de caer. Al final de este tramo de poco más de 20 metros, da un giro de 2’60 metros hacia la derecha para encontrarse con una elevada mole rocosa, sobre la cual, o paralelamente a ella, regresaría en sentido contrario hasta la esquina posterior de la ermita al Sureste del castillo, cerrando así completamente el recinto defensivo con una longitud total estimada de 127 metros.
EL CASTILLO
De modo parecido a la muralla, sus muros de tapial descansan sobre una base de mampostería. De tapial eran también sus almenas, cuyas dimensiones, tomando como escala comparativa la longitud de la fachada -que es de 33’75 metros- con la imagen ampliada de 1904, miden 1’25 metros de alto por 0’75 de ancho. La parte más alta del castillo, o torre del homenaje, donde se ven las almenas, es prácticamente igual a la pésima reconstrucción de 1992 sin sus almenas, pues tiene 12 metros.
Hago aquí un inciso para recordar que en el actual número 8 de la calle Mayor hubo, hasta bien rebasada la mitad del siglo pasado, una casa de época árabe con los mismos materiales que los del castillo, es decir, tapial y terrado en paredes y techo. La habitaba una mujer llamada Teresa Arronis Bernabeu, más conocida como Teresa la Martina. No sabemos la fecha de su construcción, pero, lógicamente, tuvo que ser antes de 1609, año de la expulsión morisca, pues después de esa fecha, los moriscos que quedaran en Cox dispondrían de suficientes casas con las que dejaron vacías los que se marcharon.
LAS DEFENSAS DEL CASTILLO
Ya hemos dicho lo peligroso que sería tomar por la fuerza, con las armas de la época, una fortaleza como esta en la cima de un cerro de difícil acceso. La orografía del monte hace casi innecesaria, por su pronunciada pendiente, la defensa de la parte orientada hacia la garganta del Portichuelo. En su fachada, dos muros laterales (el de la torre del homenaje y el de la actual ermita, que pudo ser otra torre) protegen la puerta de entrada, y desde la misma torre se podría batir todo el ejido a la vista por encima de la muralla, la cual, aunque se elevara seis o siete metros sobre su base de mampostería, todavía quedaría otros ocho o nueve metros por debajo de la torre, debido a que su base está a un nivel entre dos y tres metros inferior al de la torre.
Desde la propia torre, dada su prominencia sobre el contorno, se lograría causar grandes daños a cualquier grupo atacante con sólo una pequeña catapulta, cargando su bolsa, bien con una sola piedra para distancias largas, o con varias piedras de regular tamaño para batir el piedemonte y laderas del cerro, pues tendrían un efecto semejante a lluvia de metralla. Y ya dentro del castillo, sobre la vertical de la puerta de acceso a sus dependencias, la torre del homenaje también cuenta con un matacán de obra para defender la entrada.
Vistos ya sus principales elementos defensivos de carácter bélico, conviene, como se dijo más atrás, destacar otros que podríamos llamar de defensa pasiva en caso de asedio, como son la comida, el agua y la leña para cocinar y hacer pan. Justo al entrar a la planta baja de la torre, a la derecha, hay un enorme hueco rectangular de forma vertical, con estanterías de nichos superpuestos, que se eleva hasta el techo de la segunda planta, y que usado como despensa sería capaz de almacenar miles de kilos de cereales, leguminosas, aceite y otras vituallas (este hueco, tanto si observamos fotografías aéreas como el plano de planta de F. J. Torres Salinas (fig. 3), veremos que es visible su situación en el saliente de la torre adyacente a la puerta de entrada). En la misma planta baja, bajo nuestros pies, hay dos aljibes, uno en cada estancia. Aunque no se ha podido entrar a ellos en esta ocasión (más adelante se entrará y se harán mediciones exactas), dada su profundidad y las dimensiones de las salas, al de la entrada se le calcula una capacidad de 75 m3., y al de la estancia de la izquierda, 57 m3., cuya suma equivale a 132.000 litros de agua, suficiente para resistir un largo asedio (el de la estancia de la izquierda, por no tener brocal, permite apreciar que su techo tiene forma de bóveda de arco rebajado, y aunque suponemos del mismo estilo el del otro, no se ha podido verificar).
El tercer elemento, la leña, que la habría en abundancia, es indiferente, pues valdría cualquier sitio donde no estorbara.
Hasta aquí, las condiciones que, como fortaleza, observadas a simple vista, tuvo originalmente nuestro castillo árabe. Para terminar, veámoslo someramente ahora tras la restauración de 1466, ya en época cristiana.
LA RESTAURACIÓN
Para la reconstrucción de 1466, Ruiz Dávalos aprovechó todo el material terroso disponible para los muros, es decir, el que hubiera dentro y fuera del castillo más el tapial que quedara sin derruir de la muralla. Debido a esto, en los muros se encuentran tiestos arqueológicos de todas las civilizaciones que habitaron el cerro, especialmente ibéricos y medievales, incluso clavos hierro. La tierra que le faltó, sabemos que la tomó del comienzo del camino que sube al Trinquete desde la carretera de Callosa, en su parte derecha y junto a las actuales construcciones, como demuestran los análisis químicos hechos en 1993 (9). También, en esta reconstrucción se cristianizó el castillo edificando la ermita de Santa Bárbara, dando de paso, con toda probabilidad, este nombre al castillo a partir de entonces. No sabemos qué hubo en ese punto antes de construirse la ermita; probablemente el alojamiento de la guardia, un almacén, o tal vez esto más una torre defensiva del lado Sureste, por ser esta la vía natural de acceso.
Ruiz Dávalos no reconstruyó la muralla por considerarla innecesaria, ya que para los fines propuestos bastaría, por entonces, con la presencia del castillo, su alcaide, y una guarnición compuesta por un reducido grupo de hombres armados que se irían turnando en la vigilancia, pues las posibilidades defensivas de esta clase de fortalezas frente a un ejército eran casi nulas desde que, más de un siglo atrás, empezó a usarse la pólvora, con la cual, las primitivas bombardas y cañones pedreros de la época comenzaron a lanzar bolaños capaces de destruir cualquier defensa. Y así, nuestro castillo, que como los demás de su clase en esta zona perdieron toda importancia tras la rendición de Granada en 1492, llegó, quizá con alguna que otra reparación de mantenimiento, motivada tal vez en mayor manera por prestigio personal que por necesidades guerreras, hasta el siglo XX, como nos lo muestra la popular instantánea de 1904, donde ya se le empiezan a ver muestras de abandono.
Y como hemos citado la pólvora, necesario será añadir, como simple curiosidad, algo sobre ella: Lo que se cuenta de que la inventaron los chinos, más bien se trata de un cuento llamado de esa manera. No se sabe quién la inventó, pero es seguro que llegó a Europa con los moros españoles, y que, chauvinismos aparte, el primer país europeo donde se usó belicosamente fue en España, concretamente, en 1331, en Orihuela; luego, en 1340, en Tarifa; y después, en 1342, en Algeciras. Por su aspecto, como la mezcla de nitrato, azufre y carbón que la componían era en forma de polvo, en el latín elegante del Renacimiento se le empezó llamando pulvis catapultarius (polvo de catapulta) y nitratus pulvis (polvos de nitrato). También, a los proyectiles, ya se tratara de simples bolaños o de balas esféricas de hierro, se les llamó missiles ignes (enviados por el fuego) (10). Curiosamente, la palabra misil se recuperó en el siglo XX, y sigue vigente.
Adarve: Corredor o pasillo en lo alto de la muralla, junto a las almenas.
Albacar: Espacio entre la muralla y el castillo (del árabe al-baqqara=el ganado vacuno).
Albarrana: Torre que sobresale del trazado de la muralla para hostigar a los atacantes por sus flancos (del árabe al-barrani=exterior).
Barbacana: Muralla baja.
Bolaño: Piedra esférica usada como proyectil de bombarda o cañón pedrero.
Cadalso: Balconada, generalmente de madera, adosada a la muralla sobre la vertical de la puerta de entrada, para hostigar a los atacantes.
Contrafuerte: Obra adosada verticalmente a un muro para reforzarlo.
Ejido: Anillo de terreno yermo o despejado junto a las fortalezas para evitar emboscadas.
Matacán: Voladizo de obra que corona una fortificación, desde el cual se hostiga a los que intentan entrar.
Patio de armas: Espacio interior rodeado de fortificaciones.
Tapial: Mezcla de materiales terrosos amasados con cal, o sin ella, para construcción de muros sobre moldes de madera.
Torre del homenaje: Torre principal, la más alta de una fortificación.
BIBLIOGRAFÍA
1. Rafael Azuar Ruiz. “El palacete de Cox”, en “Castellología Medieval Alicantina: Área Meridional. Instituto de Estudios Alicantinos, 1980.
2. “GUARDIANES DE PIEDRA. Los Castillos de Alicante”. MARQ. Diciembre 2015-Febrero 2016.
3. Mosén Bellot. ANALES DE ORIHUELA.
4. E. Gisbert. HISTORIA DE ORIHUELA, tomo III, pág. 404.
5. Real Audiencia de Valencia, procesos, parte 1ª, letra S, nº 1.170, legajo 598.
6. Fray Pablo Manuel Ortega. “Descripción Corográfica de Murcia”, 1778.
7. Patricio Marín Aniorte. “HISTORIA DE COX SEGÚN MONTESINOS. TRANSCRIPCIÓN Y COMENTARIOS”. Ayuntamiento de Cox 1997.
8. Patricio Marín Aniorte. “UN SECRETARIO DE ESTADO NACIDO EN COX y Nª. SRA. DE LAS VIRTUDES, ANTIGUA PATRONA DE COX”. Diputación de Alicante y Ayuntamiento de Cox, 2019.
9. Rafael Moñino Pérez. “LOS MATERIALES DEL CASTILLO”. Revista de Fiestas de Cox, 1994.
10. J. E. Casariego. “TRATADO HISTÓRICO DE LAS ARMAS”. Unión de Explosivos Río Tinto, S. A. Editorial Labor, 1982.
Plano de la figura 3: Autor: Francisco J. Torres Salinas, arqueólogo. Sobre este plano de planta de 1992 se han incluido, en rojo, los tramos de muralla y la segunda torre albarrana que se suponen complementarios para el cierre protector y defensas del castillo. También se incluyen, para conocimiento general, los nombres de los principales elementos constitutivos del conjunto.