APORTACIÓN AL CONOCIMIENTO SOBRE LA EDAD, DESARROLLO Y CRECIMIENTO DE LA PALMERA PHOENIX DACTILIFERA
Rafael Moñino Pérez. Agente de extensión agraria
El presente trabajo consiste en una recopilación de datos sobre el particular desarrollo de esta especie botánica, pero con la singularidad de que la principal fuente de ellos proviene de la observación personal a lo largo de los años. La avanzada edad del autor y su particular afición por las palmeras son factores que ayudan bastante en esta cuestión, pues permiten contrastar la información de distintas procedencias y tamizarla con la criba de la propia experiencia en el caso del crecimiento de la palmera datilera, planta que, comparada con muchas especies de porte arbóreo, por su peculiar forma y estructura vive menos años. También puede ser que influya en esta afición el recuerdo del aspecto general que hace años presentaba el lugar que le vio nacer, Cox: un extenso palmeral con algunas calles y casas de por medio, en el que conoció y recuerda la presencia de hasta seis huertos de palmeras en su casco urbano.
LA EDAD:
Empezaremos diciendo que, aunque de modo general y por su tamaño llamamos también árboles a las palmeras, en realidad no lo son por su clasificación botánica. La composición del tallo de nuestra palmera datilera, denominado estípite, pero al que llamaremos tronco por costumbre, es herbácea, fibrosa en vez de leñosa como el de los verdaderos árboles, por lo que vulgarmente podríamos decir que se asemeja a una mata de hierba perenne venida a más. En su tronco, hojas y raíces, a simple vista o con ayuda de una lupa se observa al corte una amalgama de fibras libero leñosas. Exteriormente, el tronco se cubre de una especie de corteza protectora formada por un tejido reticular envolvente al que llamamos localmente mantellina, del que sobresalen las bases de abscisión de donde se desprendieron las hojas, por lo que, al carecer de anillos de crecimiento como los troncos leñosos de la mayoría de los árboles, no podemos contarle los años si lo cortamos para saber su edad. Lo único que he podido constatar es que las palmeras de esta especie es raro que alcancen o sobrepasen los dos siglos de vida, no porque no sean capaces de seguir multiplicando sus células y continuar viviendo, sino porque cuando alcanzan determinada altura, su propio peso, pese a la extraordinaria flexibilidad de su tronco y la resistencia de sus fibras, las rompe cualquier día de fuerte viento. Pero la edad, aunque la palmera no caiga y esté sana, siempre es un factor ralentizante del crecimiento como en cualquier vegetal. Esta altura máxima, por referencias, suele rondar los 25 metros o poco más. Otras palmeras, como las del género Washingtonia, alcanzan mayores cotas, pues sus troncos, menos gruesos y con diferente estructura interior, son más resistentes que nuestras datileras y aguantan mejor los embates del viento -hará ya unos cuarenta años que le medí 25 metros de altura a una Washingtonia robusta de las cuatro mayores que hay en la glorieta de Callosa de Segura, y todavía está en pie, por lo que supongo andará cerca de los treinta metros, si no los sobrepasa-. Pero volviendo a las datileras, el pasado mes de Julio se desplomó la valona y parte del tronco de una palmera de Orihuela, llamada “Carmen”, que tenía 180 años y 24 metros de altura, según noticias de prensa. También se ha publicado que la palmera de mayor altura de Elche en la actualidad, llamada “Centinela”, alcanza los 25 metros, y que hasta el pasado año 2015 otra palmera llamada “Golondrina”, hoy desaparecida, alcanzó los 28 metros y la edad de 220 años.
Pero como en tantas cosas, en esto de la edad hay excepciones. La palmera llamada “Culebra”, de Cox, de la que hablaremos luego, precisamente por la especial forma de su tronco supera, sin duda, ampliamente los dos siglos, y pudiera ser que los duplicase.
EL DESARROLLO
El desarrollo, y también la velocidad de crecimiento en altura, de la que hablaremos después, están muy influenciados por la edad. En los primeros tres o cuatro años de vida el desarrollo es muy lento, pues la semilla produce una simple hojita el primer año, y no tenemos durante el resto de este periodo más que lo que el vulgo llama con bastante acierto “una palmerica”, dicho sea en lenguaje vegabajense. Luego, hasta los siete u ocho se entretiene, por así decirlo, en consolidar o cimentar el grosor uniforme del tronco que tendrá en el futuro si no cambian drásticamente las circunstancias que afecten a su forma, las cuales principalmente suelen ser periodos de sequía y mal sistema de poda, hecho este último que se da especialmente en palmeras integrantes de parques y jardines. Cuando la causa es la sequía o cualquier otro factor limitante, como la competencia por la luz (ver foto 1) o nutrientes con otras plantas, el tronco se curva, o disminuye de forma uniforme su grosor hasta que, superado el inconveniente, recobra la normalidad dejando grabadas la sinuosidad adquirida o la forma menguante y creciente de su diámetro (en las leñosas se puede comprobar esto en los anillos de crecimiento); pero cuando el origen es el mal sistema de poda por la corta excesiva de hojas hasta casi el degüello cada equis años en vez de hacerlo anualmente, el perfil del tronco se asemeja bastante a la forma de un cacahuete, y ahí queda pregonando para el futuro el error humano. Mejor sería no podar; la palmera no necesita podas, que ya lo hace ella misma desprendiendo sus hojas cuando envejecen, o en todo caso podarle solo las hojas colgantes cada dos o tres años para conservar su estética y evitar accidentes, aunque si se cultiva por sus dátiles sea necesario hacerlo anualmente a uso y costumbre, pues de no podar sería imposible recolectarlos desde abajo a través de una espesa barrera de hojas. Es, pues, su forma de desarrollo el causante de la corta vida de la palmera, pues su tallo crece solo en sentido vertical desde su base manteniendo prácticamente el mismo grosor establecido en los primeros años de su vida hasta que, por puras leyes físicas, su altura y peso la obligan a caer. Las plantas leñosas, por el contrario, engordan cada año sus troncos creando nuevas capas de madera y corteza para resistir mucho más tiempo de pie incluso con alturas que en algunos casos cuadruplican las de las palmeras, pero para nuestras datileras que crecen en libertad, la duración de sus vidas la establece la Física, no su incapacidad de multiplicación celular, como veremos después.
LA VELOCIDAD DE CRECIMIENTO
No he encontrado -puede que los haya, pero lo desconozco- ningún trabajo o estudio serio y documentado sobre el crecimiento de las palmeras; de existir, me gustaría conocerlos porque, en su carencia, todo lo que sigue a partir de aquí es exclusivamente fruto de la observación y opinión personal.
La palmera datilera crece muy deprisa cuando es joven y muy despacio cuando es vieja. Dicho así parece una perogrullada porque esta regla vale también para muchas clases de vegetales, pero como hablamos de la especie dactylifera, cualquiera que se interese por el tema podrá comprobar que, una vez formado el tronco, en los primeros diez o quince años siguientes crece a razón de 25 a 30 cm. por año, pero a partir de ahí, si somos observadores constantes veremos que el crecimiento se ralentiza a medida que pasa el tiempo. Como ejemplo de esto, y partiendo de palmeras con edades conocidas sobre suelo y clima semejante, la palmera más alta de las dos que se ven junto al edificio en la foto 2 en la Glorieta de Cox, que tiene 17 metros y 80 años, ha crecido a un promedio de 21’2 cm./año; la “Carmen” oriolana, con 24 metros y 180 años, a 13’3 cm./año; la “Golondrina” ilicitana, ya desaparecida, con 28 metros y 220 años, a 12’7. De la “Centinela”, la más alta de Elche por ahora, no sé su edad, pero su crecimiento anual con sus 25 metros debe andar por el estilo de las desaparecidas “Carmen” y “Golondrina”. La conclusión salta a la vista: a medida que nuestras palmeras envejecen, el crecimiento anual disminuye, y lo hace de modo muy notable si nos atenemos a los datos de sus últimos años de vida en vez de a los promedios citados.
Pero hay otra cuestión. Hasta ahora hemos hablado de la velocidad de crecimiento natural libre y vertical. Pero, ¿cuál es, o podría ser, el crecimiento en posición horizontal? Porque no nos valen los ejemplos de palmeras que por cualquier motivo se tumbaron y después reiniciaron, formando un codo, su crecimiento vertical, que esto se da accidentalmente en muchos de los huertos que conozco, sino de ejemplares que de modo artificial hayan sido obligados a crecer horizontalmente pegados al suelo hasta alcanzar casi veinte metros de longitud, y dejados luego en libertad para que crezcan a partir de ahí en posición vertical. Si poco más arriba he afirmado desconocer cualquier estudio serio sobre crecimiento de las palmeras, estoy casi seguro –ojalá me equivoque- de que no hay ninguno que se haya ocupado de calcular específicamente el crecimiento horizontal. Y aquí entra en escena un caso muy singular: el de la citada palmera “Culebra” de Cox.
LA PALMERA “CULEBRA” DE COX
De este ejemplar de palmera no se saben ni su edad ni el método seguido para guiarla artificialmente durante su crecimiento a ras del suelo, aunque podemos suponer con bastante fundamento (yo, al menos, así lo creo) que todo empezó a partir de una palmera muy joven tumbada por la fuerza después de un riego abundante del terreno para facilitar la operación. Una vez logrado esto, debió serle colocado encima un artilugio curvo con sección de media caña, o angular, que cubriera totalmente la valona y hojas de manera que a la yema terminal solo se le permitiera recibir la luz desde un determinado ángulo de entrada. Conociendo el efecto fototrópico de la luz sobre las plantas, algo que se sabe desde muy antiguo (véase en la foto 1 un ejemplar de Washintoniarobusta con el tronco curvado buscando la luz entre una gigantesca Euphorbia candelabrum y un viejo olmo), no es difícil imaginar la respuesta de la palmera cojense, la cual, engañada de esta forma, creció siempre buscando la luz que le llegaba con efecto túnel, luz a la que nunca pudo llegar porque el artilugio se le adelantaría periódicamente cada cierto tiempo, tal vez cada año. Solo así pienso que se pudo conseguir la forma de circunferencia casi perfecta que tiene su tronco hasta lograr hacerla volver al punto de nacimiento tras recorrer los 19’80 metros que creció tumbada. Entonces, liberada del engaño, a partir de ahí adoptó la posición vertical que hoy contemplamos. Y pienso que tuvo que ser así porque los casos vistos hasta hoy, incluso el de palmeras peruanas con un conglomerado de troncos nacidos o plantados en el mismo lugar y forzados a tumbarse total o parcialmente, de manera anárquica y en todas direcciones sin ningún orden establecido, no tienen nada que ver con la uniformidad de asiento sobre el suelo y el casi perfecto círculo que muestra el tronco de la “Culebra”.
Dicho de esta manera lo concerniente al resultado del efecto curvante de la luz sobre el tronco, parece fácil, pero, ¿cuánto tiempo llevó la paciente operación de doma de este ejemplar por este método? Porque si su crecimiento hubiera sido normal como el resto de palmeras, sus casi 25 metros totales de tronco (19’80 metros tumbados más 5 metros en posición vertical) le hubiera llevado lograrlos entre 180 y 200 años por comparación con las singulares palmeras de Elche y Orihuela citadas más arriba. Solo los 19’80 metros de su tronco horizontal apoyados en el suelo, si hubieran crecido en vertical representan un siglo en cifras redondas si la comparamos con la de la foto 2, que ha tardado 80 años en crecer 17 metros. Pero volvamos a las preguntas clave: a) ¿Cuánto crece de promedio cada año un tronco de palmera tumbado? b) ¿Cuántos años llevó su formación en el suelo? c) ¿Cuántas generaciones humanas fueron necesarias para dar continuidad a semejante proyecto hasta llegar a las postrimerías del siglo XIX o primeros del XX, momento en que, libre del engaño, pudo crecer y elevarse en vertical? d) ¿Y en qué circunstancias se pudo dar semejante continuidad generacional? Difícil es responder a tales preguntas, aunque la más fácil sea la última, pues en la época en que debió comenzar su formación, lo habitual es que solo se dieran estas condiciones de larga permanencia y continuidad generacional en propiedades o dominios de tipo monacal o feudal, y, precisamente, Cox fue un señorío de corte alfonsino hasta casi, o ya entrado, el siglo XX, y la palmera “Culebra” estaba en el llamado Huerto del Marqués, huerto en el que siendo niño todavía pude ver al último de los Barnuevo ejerciendo como tal en sus últimas visitas a esta finca, donde era recibido casi ceremonialmente. El huerto se vendió y urbanizó en los años 70, pero la palmera se salvó por la coincidencia de quedar incluida en el jardín de un patio particular hasta que en 2006 se trasladó al lugar que hoy ocupa. En cuanto al resto de preguntas, trataremos de responder con la lógica comparativa que aporten lo datos conocidos; es lo más racional, pienso, que puede hacerse. Veamos:
a) Crecimiento anual de un tronco de palmera tumbado: No hay datos, o mejor dicho, no los conozco. Pero una característica del desarrollo de las plantas, que conocen bien los agricultores, y mejor todavía los fruticultores, es que el crecimiento de los órganos vegetales es mayor cuando apuntan directamente al cielo que cuando lo hacen inclinados, y que cuanto mayor sea el grado de inclinación, menos crecen, resultando que, por regla general, las ramas verticales se convierten en chupones y las horizontales en fructíferas. Las palmeras, como vegetales que son, no deben ser ajenas a este principio universal, por lo que a falta de datos contrastados me inclino a pensar que el desarrollo anual horizontal no sea superior a la mitad del vertical.
b) Años necesarios para su formación en el suelo: Si diéramos por bueno que en este caso el crecimiento se reduce a la mitad, en los 19’80 metros recorridos en posición tumbada -por comparación con la palmera de la foto 2 (17 metros en 80 años)- se habrían invertido al menos dos siglos.
c) Generaciones humanas necesarias: Si asignáramos estos dos siglos a la formación de la palmera sobre el suelo, para la época en que teóricamente debió formarse (1700-1900), calculando a tres generaciones y media por siglo serían siete generaciones.
Hasta aquí, los argumentos teóricos. Pero nos falta considerar la edad de la parte vertical, y en este caso concreto, a diferencia de los supuestos datos precedentes (tan opinables y contradecibles como se quiera), la información existente es muy precisa porque quien esto firma la conoce por propia experiencia, como la conocen otros vecinos del pueblo de mi edad o mayores (en mi caso, tuve la suerte de nacer y crecer frente al citado Huerto del Marqués, ver la palmera desde muy pequeño y jugar con otros críos corriendo sobre su tronco).
La parte vertical de la palmera “Culebra” -a quien los lugareños dimos en llamarla así por su parecido con una culebra que levanta la cabeza-, tenía en los años 40 del pasado siglo tan escasa altura que sus dátiles (es hembra) se apoyaban en el suelo, por lo que debió ser liberada del engaño luminoso en las fechas apuntadas arriba, o sea, finales del XIX o principios del XX. En la foto 3, tomada en la primavera de 1978, la vemos muy poco desarrollada pese a haber transcurrido casi cuarenta años desde que sus dátiles tocaban el suelo. Conserva todavía algunos frutos, y acota con su tronco un parterre de rosales. El tronco, en primer término, que ha crecido en sentido contrario a las saetas de un reloj, ya ha perdido parte de su corteza y empieza a agrietarse, lo que nos dice que si no está muerto le falta poco, y que la palmera vive de la cabellera de raíces adventicias emitidas bajo la curvatura donde el tallo adopta la posición vertical. Digamos de paso que la emisión de raíces adventicias es una solución económica de aprovisionamiento que adoptan muchas plantas en situaciones propicias, pues reduce la distancia del transporte de agua y nutrientes entre raíces y hojas en ambos sentidos. Cuando este hecho ocurre, o bien funciona como complementario de las raíces principales o se convierte en sustitutivo total de ellas, provocando entonces la muerte del sistema primigenio, como ha sucedido en esta palmera, cuyo tronco tumbado murió hace ya bastantes años.
En 2006 (ver foto 4), por ocupar ya un solar para construcción, fue traslada a su lugar actual. Puede verse, elevada, la palmera al completo sobre el arnés de hierro usado para su traslado, el cual fue, y allí permanece, enterrado debajo de ella y asegurando la parte vertical del tallo con una argolla que se aprecia con claridad en la foto 5. No estuve presente ese día, por lo que no me es posible dar detalles sobre el estado del sistema radicular, pero la palmera arraigó bien en su nueva ubicación y siguió su crecimiento hasta hoy sin manifestar anormalidades, como puede verse en la foto 5, hecha en Agosto de 2018. Desde hace unos años se le suprimen los racimos florales para evitarle pérdidas inútiles de energía produciendo cosecha.
Su altura vertical actual, medida hasta donde arrancan las hojas en la parte superior de la valona, es de cinco metros. Antes hemos dicho que la palmera debió ser dejada en libertad hacia las postrimerías del siglo XIX o primeros del XX. Estamos en 2019, o sea, prácticamente a un siglo de distancia, y esos cinco metros son el resultado correspondiente a este periodo, que traducido a promedio de crecimiento anual son 5 centímetros por año, exiguo crecimiento comparado con los promedios vistos más arriba, pero que podemos considerar dentro de lo normal si nos atenemos al crecimiento anual en los últimos años de vida de una palmera vieja, que sabemos que es escaso. Pero hay un hecho diferencial de gran importancia: en una palmera vieja de 25 metros que crece libremente, la savia bruta ha de ascender esos 25 metros hasta las hojas, y la savia elaborada en ellas ha de hacer el camino en sentido contrario para nutrir las raíces. Por algún lugar he leído que las palmeras no crecen más porque la altura limita el crecimiento debido a la dificultad de ascensión del agua y circulación de la savia, pero dudo mucho que sea por esto, porque las plantas cuentan con mecanismos, que no vamos a explicar ahora, para elevar el agua y nutrientes a alturas cuatro veces superiores, mas la palmera “Culebra”, que intercambia agua y nutrientes a solo cinco metros del suelo en posición libre, sin desgaste en producir cosechas, en un suelo fértil y abonado en el que una palmera joven de esa altura crecería por lo menos cuatro o cinco veces más por año, incluso dando cosechas, se empeña en crecer con lentitud exasperante. ¿Qué nos dice esto? Cada cual opine según su criterio, pero a mi me dice que, tratándose de un ejemplar sano, si no saca ninguna ventaja de estas condiciones tan favorables se debe a que es una palmera extremadamente vieja, que no crece más porque no puede, y que bastante hace ya con seguir viva, ya que si el crecimiento horizontal de las plantas es inferior al vertical, algo que no admite dudas, la actual progresión vertical de esta palmera en suelo y clima óptimos se puede considerar ridícula, así que, los tres siglos que ya empezaba a calcularle a la vista de los datos y razonamientos expuestos antes, podrían convertirse en cuatro, o tal vez más, lo que a su vez duplicaría o triplicaría el número de generaciones necesarias para guiarla (a tres por siglo si nos vamos más atrás del 1700), y también a su vez descartaría totalmente la intervención, salvo para liberarla del engaño, de los Barnuevo, herederos del marquesado de Cox mediante singular pleito tras la muerte de la ultima descendiente de los Ruiz Dávalos, doña María de las Virtudes Melgarejo y Saurín, muerta sin descendencia en 1845. Tuvo que ser forzosamente algún otro descendiente, bastante más antiguo que dicha marquesa, del primer Ruiz Dávalos (o puede que él mismo), dueño de Cox y su castillo desde 1450 por compra a los Roca de Togores, quien iniciara el proceso de formación forzada de esta palmera.
Lo viene a ser, en cierto modo, o quizá más largo, como lo que ocurría con la construcción de las catedrales: que ni los arquitectos que las proyectaban, ni los obreros que empezaban las obras, ni sus descendientes inmediatos, llegaban a verlas terminadas.