NUEVO JUICIO AL OBJETOR DE CONCIENCIA ELECTORAL ADRIAN VAILLO, MIEMBRO DEL GRUPO ANTIMILITARISTA TORTUGA DE ELCHE
REDACCIÓN
ELCHE 17-05-2016
Desde Grup Antimilitarista Tortuga os informamos que uno de los miembros de nuestro colectivo será juzgado el próximo jueves 19 de mayo. En las elecciones generales del 20 de noviembre de 2011 fue requerida, por parte de la administración, la presencia de Adrián Vaíllo en una mesa electoral. Adrián se negó ante tal orden alegando motivos éticos y políticos: se declaró objetor de conciencia al sistema electoral.
Adrián, como tantas otras personas que han declarado su objeción electoral, considera que la democracia es incompatible con el parlamentarismo y con el capitalismo, pues esta exige que las personas participen en la toma de decisiones sobre los asuntos que les afectan. Esto actualmente no ocurre.
Cuatro años y medio después, Adrián será juzgado. Se enfrenta a una petición fiscal de ocho meses de multa a razón de diez euros diarios (2.400 euros). Si no la paga podría acabar, incluso, en prisión. Si bien es cierto que hace un año le ofrecieron pactar una condena inferior.
Hay convocada una concentración en la puerta de la Ciudad de la Justicia de Elche el próximo jueves 19 de mayo a las nueve de la mañana para apoyar a Adrián. El juicio será a las 9:30 h.
La libertad se juega la vida cada día
Escrito personal de Adrián, objetor electoral
El próximo jueves 19 de mayo me juzgarán por estos hechos. En 2011 el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero modificó la ley electoral. Desde entonces no presentarse a una mesa es un delito que puede acarrear pena de cárcel. De momento la fiscalía pide una multa de ocho meses a razón de diez euros diarios; es decir, 2.400 euros. Si no se pagan podrían cambiarse por cuatro meses de prisión. También he de decir que me ofrecieron pactar el año pasado una condena muy inferior a esta petición.
Lo cierto es que mi próxima cita ante la administración me empuja a explicarme de nuevo. Ya en su día expuse los motivos que me llevaron a obrar de este modo. En alguna de mis visitas a los juzgados durante estos años he vuelto a hacerlos públicos. Y, la verdad, uno se alegra cada vez que tiene la oportunidad de volverlos a exponer. Todo el mundo debería poder dirigirse alguna vez a un auditorio y expresarse. Cuando se te presenta esta oportunidad, si crees —aunque sea un poquito— en tu palabra, debes aprovechar. No hay que despreciar los regalos de la vida.
La democracia es incompatible con el sistema parlamentario. En democracia las personas participan en la toma de decisiones de los asuntos que les afectan, lo cual es imposible cuando 350 deciden por 47 millones como, al menos en teoría, sucede.
Tampoco puede convivir la democracia con el capitalismo, pues la desigualdad económica genera desigualdad social y política.
Tanto o más que todo esto me preocupan los mecanismos que emplea el poder para sostenerse, siempre consistentes en un ataque al desarrollo moral de las personas o, en su defecto, a las acciones que de él se derivan.
Comprender el comportamiento moral del ser humano es complicadísimo. En cualquiera de nuestras acciones interviene una cantidad de variables que condena a cualquier interpretación que hagamos a pecar de reduccionista. En cualquier caso, ahora mismo nos resulta útil la teoría de Lawrence Kohlberg.
Según Kohlberg, existen tres niveles de desarrollo moral. Cada uno de ellos se subdivide en dos etapas.
En el primero de ellos (moral preconvencional) los juicios de valor obedecen a castigos externos o a necesidades personales; en el segundo (moral convencional), a la aprobación de los demás y el respeto a una autoridad que mantiene el orden social. El tercer y último nivel (moral postconvencional) marca, en su segunda etapa, la orientación por principios éticos universales resultantes de un proceso personal.
El estado —máquina de poder donde las haya— hará siempre todo lo posible para que no alcancemos esa última etapa. Adoctrinará, manipulará, distraerá, atacará a cualquier espíritu crítico. Y cuando no lo consiga, castigará. Así intentará por la fuerza impedir acciones que le incomoden, querrá obligarnos a actuar como niños, como si viviéramos en la primera de las etapas, aquella en la que obedecemos al castigo. Una condena judicial, incluso un proceso, no es otra cosa que esto.
Me asusta ser débil ante un sistema organizado contra nuestro crecimiento ético, pues sin él la libertad muere. ¿Cómo podemos llamar a un sistema así democrático?
La tradición de la desobediencia civil es rica y sus enfrentamientos con el poder, lo suficientemente graves como para enfurecerlo. No en vano, son varias las personas que en cada cita electoral se niegan a formar parte de una mesa por motivos políticos y éticos. Mi caso es, por tanto, uno más entre tantos. Su relevancia práctica —aunque existente— quizá sea limitada, pero sus implicaciones humanas son trascendentes, como las que conlleva cualquier ataque a la libertad por mínimo que sea.
Todos los días, todas las horas, todos los minutos la libertad se juega la vida. Si no tomamos conciencia de ello quizá un día nos apliquen la ley antiterrorista por mostrar una pancarta burlona en una obra de cachiporra. Pero, bueno, no seamos exagerados…
Adrián Vaíllo