Este asunto no es nada nuevo. Lo vengo oyendo –y padeciendo a veces por lo reiterativo- desde hace cincuenta años o más. La tecnología ha progresado bastante, pero el tema lleva enquistado en lo mismo todo ese tiempo, y sin variar un ápice se sigue oyendo que no llueve porque cuando se esperan lluvias pasan unas avionetas que hacen no sé qué y las nubes se van o se deshacen, y si llueve solo caen cuatro gotas.
No se trata de un asunto local de esta o aquella comarca, ni provincia: el tema es nacional, comentado incluso de pasada y sin entrar en detalles en algún medio radiofónico. Se quejan especialmente los agricultores de la España seca, pues aunque de la lluvia nos beneficiamos todos directa o indirectamente, en el agro es esencialmente vital, como también lo es la forma en que llueve, porque el agua puede caer en forma de pedrisco y llevarse la cosecha.
¿Y quién hace pasar volando las avionetas? ¿Quién tiene interés en que no llueva? Siempre se dice que hay una mano negra, aunque no sepamos cual ni dónde. Pero uno de los chivos expiatorios más recurrentes son las compañías de seguros, que con su bien o mal ganada fama de ser prontas en cobrar y tardas en pagar, no quieren que llueva por si además lo hace en forma de tormenta de viento o pedrisco y tienen que pechar con los daños asegurados.
Hasta aquí, el panorama, el cuadro tantas veces contemplado que más parece una sesión de magia: llegan las nubes, pero también la avioneta, y se van. La magia (arte que por espectacular que sea tiene truco) está bien como diversión, y mejor para los magos que viven de ella, pero dudo que el escenario de una o varias avionetas volando sea el adecuado para practicarla, por lo que, razonablemente, habrá que recurrir a manejar algunos datos reales, o sea, cuestiones elementales de física, ciencia que, como tantas veces se dice, tiene leyes de cuyo cumplimiento no escapa nadie. Y como mis conocimientos en esta ciencia no van muy allá, recurriremos a la consabida gramática parda y pondremos un par de ejemplos fáciles de comprender para ver si nos entendemos todos. Primero: Si hiciéramos chocar dos camiones iguales, del mismo peso y a la misma velocidad uno contra otro, las fuerzas de ambos se anularían mutuamente en el punto de encuentro, y los daños estarían en función de la energía liberada por el choque. Pero si un camión cargado chocara contra un turismo que pesara cuarenta veces menos, éste, además de salir malparado con daños mayores que el camión, sería arrollado y arrastrado en dirección contraria por la desigualdad de fuerzas entre ambos vehículos. Este ejemplo, estimo que lo entendemos todos: hasta yo mismo que sé poco de física. Segundo: Si no estoy mal informado, en cualquier tormenta medianamente decente, de esas que asustan algo, se libera una energía bastante superior a cualquiera de las bombas atómicas que destruyeron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, con la importante diferencia de que allí se liberó la energía de forma casi instantánea, es decir explosiva, y en las tormentas se hace de forma gradual, o sea, poco a poco. Este segundo ejemplo, aunque con energía nuclear de por medio, muy superior a la de los camiones del primero, creo que también se entiende. Y también se entienden las soluciones previsibles: que en ambos casos se necesitaría oponer energías iguales y con la misma intensidad para que mutuamente se anularan. Y es de suponer en su caso que si los americanos pudieran detener o aminorar los efectos que un año sí y otro también sufren por culpa de las grandes tormentas llamadas ciclones, lo harían sin duda alguna.
Volvamos ahora a la avioneta: ¿Qué papel hace en medio de todo esto, de la energía generada por una tormenta, una mosca como la avioneta estorbando la lluvia, salvo el papel de mosca cojonera por los años que lleva apareciendo? Pues eso: Nada. Ya les gustaría, no solo a las compañías de seguros, sino a los gobiernos del mundo, controlar la meteorología a voluntad. Los reiterados intentos de algunos países importantes a lo largo de los últimos cincuenta años están plagados de fracasos.
Otra cuestión es el pedrisco. El hielo, en condiciones especiales, se forma por sucesivas capas de agua alrededor de núcleos de condensación como partículas de polvo o substancias químicas suspendidas en el aire. Si por medio de aviones o con emisores a nivel del suelo se consiguieran sembrar, en los lugares y momentos oportunos de formaciones nubosas, las corrientes de aire ascendentes con el suficiente número de núcleos de condensación, en lugar de pedrisco se podría formar granizo de pequeño tamaño que no causaría grandes estragos. Pero esto, que se ha intentado, y se sigue intentando, no siempre funciona. Y así estamos.