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VIERNES 29-05-2015

Serafín Castellano es, posiblemente junto al ya condenado por corrupción Rafael Blasco, el prototipo de político del PP en el Comunidad Valenciana al que siempre persiguió la sospecha de la corrupción pero a quien esta circunstancia no le impidió estar siempre cerca de dónde había más poder. Lo fue casi todo con Zaplana, Camps y con Fabra, pero ironías del destino ha tenido que ser Rajoy quien lo haya tenido que cesar tras ser detenido hoy por corrupción.

Y es que el hasta hoy delegado del Gobierno en la Comunidad Valenciana, Serafín Castellano es, tras Rafael Blasco, posiblemente el ejemplo de político más influyente, camaleónico y mejor adiestrado para la supervivencia en territorio hostil que ha dado esta tierra, la Comunidad Valenciana, en el último medio siglo. Solo alguien como él, a quien la sombra de la corrupción siempre acompañó, podía llegar tan lejos, durante tanto tiempo y con el aplauso de casi todos.

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Tan es así, que es publico y notorio que Castellano ha sido capaz de salir bien parado de todas las crisis de su partido y de las guerras fratricidas que han jalonado de cadáveres políticos los relevos presidenciales. Frente a los muchos que fueron arrojados por la borda, Serafín tuvo siempre la habilidad de saber surfear todas las crisis políticas y partidarias para lograr quedarse siempre arriba de la ola más prometedora. Su olfato de cazador empedernido debió jugar lo suyo.

Pero si algo supone su detención de hoy es una (otra más) enmienda a la totalidad a los gobiernos de Eduardo Zaplana, José Luis Olivas, Francisco Camps y Alberto Fabra, los cuatro responsables que, pese a las continuas sospechas de corrupción que desde muy temprano sobrevolaron la gestión de Castellarno allá por donde pasó, prefirieron siempre tenerlo de su lado en el Gobierno y en el partido. Y es que si el único responsable penal de las fechorías que investiga la Fiscalía es él y su panda de presuntos malhechores, quienes decidieron confiar tercamente, una y otra vez, en él deberían correr con la parte alícuota de las explicaciones que se deberían dar y que a buen seguro no tendrán lugar.

Casi no hubo consejería por la que Castellano no transitase y en la que no dejase tras de sí un tufo maloliente de corrupción. Pero a cada denuncia seguía un archivo. Fue zaplanista a pie firme conEduardo Zaplana; campista conmilitón con Francisco Camps yfabrista de primera fila con Alberto Fabra, quien en otro gesto de cazatalentos decidió hacerle secretario general del partido.

Es bien conocido que no ha habido cargo orgánico o de partido que se le resistiera desde que el PP decidió tomar por asalto la Comunidad Valenciana y utilizarla mayormente para su propio fin y beneficio. Y todo, y como decíamos, pese a las larguísimos sombras de corrupción que ha salpicado toda una oscura gestión allá por dónde ha ido pasando, con sospechas de amaño de contratos, de colocación a dedo de personal, de trocear concursos, de aceptar regalos…

Pero siempre, hasta ahora, había logrado salir indemne. Bien pensado nada extraño en una Comunidad donde una buena parte de la Justicia y de parte de los medios de comunicación también decidieron durante años dormitar y tomarse unas largas y concupiscentes vacaciones que allanaron el camino a los muchosserafines que, como ya es más que evidente, la poblaron e hicieron posible que este hombre en particular lo haya sido casi todo y durante todo el tiempo para vergüenza nacional.

La paradoja final que resume la perversión de esta enésima historia de la podredumbre y cenagal en el que hemos vivido es que quienes le nombraron ni siquiera se han tenido que manchar las manos para forzar su dimisión cuando la Policía lo ha detenido y registrado su casa. Esa operación se la han endosado nada más y nada menos que al presidente del Gobierno de España, Maríano Rajoy, otro visionario cuando de hablar de esta tierra se trataba. En twtiter @plopez58