Todos los años, al principio de la Semana Santa en el Domingo de Ramos se rememora la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén entre palmas y olivo. Invariablemente, con escasísimas excepciones, se dice que Jesús entra humildemente a lomos de una borrica –burreta en valenciano-. También le suelen llamar el paso o el trono “de la burrica”. En el periódico Las Provincias -edición de Alicante- de hoy lunes, leemos en la portada: LA BURRITA DESBORDA EL FERVOR EN ALICANTE, y en la tercera página,”Alicante arropa a La Burrita”. Cierto es que la figura el animalito, sea cual sea el imaginero autor de la talla, presenta un aspecto asexuado, sin ningún tributo diferencial (al menos, por lo que a mí respecta, no lo he visto) que nos diga si es macho o hembra. Sin embargo, si recurrimos a las fuentes, no hay duda de cual era el sexo de la montura elegida por Jesucristo, y aunque luego ampliaré la información sobre esta especie equina, les traslado el párrafo dedicado al burro sacado de un extenso artículo escrito hace algunos años, a petición de parte, sobre la flora y la fauna que se cita en los Evangelios, y que se publicó en la revista de la cofradía de uno de nuestros pueblos. Dicho párrafo decía así:
Asno: (Mateo, 21, 1-11. Lucas, 13-15; 14-19). Como al buey, se le ha de dar de beber en sábado. En su entrada triunfal en Jerusalén, Jesús da un gran ejemplo de humildad entrando en la ciudad, como anunciaron los profetas, montado “sobre pollino hijo de borrica (en algún texto, hijo de asna”). Esta escena, clásica en nuestra imaginería, y de obligada presencia el domingo de Ramos por nuestras calles abriendo los desfiles de la Semana Santa, encierra un detalle circunstancial que pasa inadvertido para el común, y es el hecho de que la montura que mandó buscar Jesús por medio de sus discípulos tenía la especial condición de que nadie la había montado aún. Esto significa que el potrillo estaba cerril, y un burro así, conociendo estos animales por mi condición de arriero años atrás y haberlos domado, al primero que lo monte, con una cabriola lo hace salir invariablemente por encima de sus largas orejas si no está avisado, y si el asnillo aceptó mansamente el peso de Jesús, su primer jinete, hemos de ver, si no un verdadero milagro, al menos un pequeño prodigio que añadir a la lista.
Las fuentes evangélicas (Mateo, 21, 1-6) dicen textualmente: Cuando, próximos ya a Jerusalén, llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, envió Jesús a dos discípulos, diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente, y luego encontraréis una borrica atada, y con ella el pollino; soltadlos y traédmelos, y si algo os dijeren, diréis: El Señor los necesita, y al instante, los dejarán. Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta:
“Decid a la hija de Sión: He aquí que tu rey viene a ti, manso y montado sobre un asno, sobre un pollino hijo de borrica”. Fueron los discípulos e hicieron como les había mandado Jesús, y trajeron la borrica y el pollino, y pusieron sobre éste los mantos, y encima de ellos montó Jesús.
Lucas (19-30), precisa el detalle del estado cerril del animal, poniendo en boca de Jesús estas palabras: “Id a la aldea de enfrente, y entrando en ella, hallaréis un pollino atado, que todavía no ha sido montado por nadie; desatadlo y traedlo.”
Hasta aquí, los textos evangélicos alusivos, que no precisan comentario, salvo que pretender que la gente no le siga llamando burra al burro es, siguiendo los textos sagrados (Hechos, 26-14), como cocear contra el aguijón, aunque el profeta y hasta el mismo Jesús afirmen lo contrario.
El burro –permítaseme su defensa y me sume a los postulados de ADEBO, la asociación para la defensa del burro- tiene mala fama, pues de tal se llama tanto al zoquete como al iletrado, pero su inteligencia animal no tiene nada que envidiar al señor de los équidos, el caballo. Su carácter, por supuesto es distinto, y su doma, si se hace con el debido conocimiento del animal, le trasforma en un ser tan obediente a la voz y los gestos de su amo como el caballo. Su memoria es prodigiosa. Un ejemplar que tuvo mi padre, después de muchos años –puede que más de diez- de transitar una sola vez por un camino, al llegar a una bifurcación, tal vez dudando, se paró esperando la orden de tomar la derecha o la izquierda, pero como la única orden que recibió fue la de avanzar, esperó unos segundos antes de obedecer para tomar finalmente el camino correcto.
He señalado que su carácter es distinto. Junto a las virtudes de obediencia y memoria tiene el de su capacidad de trabajo y poca exigencia en la comida. Entre los carreteros de antaño, antes de llegar los camiones, solía haber un burro como guía del carro delante del mulo de varas o de otro mulo o mulos de tiro intermedio, pues había carros pesados que llevaban reatas de tres y cuatro bestias para subir empinadas cuestas como la Carrasqueta entre Alicante y Alcoy. En Murcia, muchos carreteros prescindían de mulos y mulas y formaban reatas en los carros solo con burros. Eran de ver –más bien de oír- los “conciertos” nocturnos en algunas posadas murcianas cuando el rebuzno de cualquiera de estos animales era imitado y coreado por el resto: todo un espectáculo para oídos acostumbrados. Como animal de carga es único por su fuerza y resistencia, y cuya mediana alzada o talla facilitaba su carga por una sola persona.
Entre sus defectos se puede decir que recuerda los malos tratos, y hasta puede coger ojeriza y aprovechar la ocasión de vengarse mordiendo o coceando, a veces con consecuencias trágicas. Su dentadura actúa como una tijera capaz de cortar limpiamente la cuerda de cáñamo que le mantenga atado y liberarse. De potrillo, algo que ya se ha dicho, hay que acostumbrarle progresivamente al contacto del aparejo y la carga, pues es muy hábil es deshacerse del jinete lanzándole por encima de sus orejas, sobre todo si se le monta a pelo, pues, no suelen faltarle cosquillas (palabra de arriero, lanzado alguna vez por los aires al primer descuido). Por cierto, el de arriero era un oficio común en tiempos en los que en la huerta escaseaban los caminos carreteros y abundaban las sendas de herradura.
Acabemos diciendo que esta especie es una de las más profusamente nominadas en español, pues aparte de burro se le llama propiamente también, rucio, jumento, asno, pollino, garañón (al semental) y onagro (al asno salvaje).