“UNA SOLA PALMERA” Rafael Moñino Pérez
UNA SOLA PALMERA
Rafael Moñino Pérez
Parecen muchas las palmeras de la foto 1, pero es una sola. Su número, quizá superior a cuarenta ejemplares, no es fácil de contar, y digo quizá porque es prácticamente imposible contarlas con exactitud sin destruir el conjunto, ya que todas ellas nacieron, por ahijamiento, a partir de un solo hueso de dátil germinado, por lo menos, cincuenta años atrás. En la foto 2 la vemos aclarada por eliminación de las menos desarrolladas, quedando solo cinco ejemplares, todos hembras naturalmente, con sus respectivas cosechas de dátiles.
Vive en un terreno ideal -hoy un solar de la calle Zaragoza, en Cox- cuya vegetación natural es la barrilla en sus diversas especies, terreno al que en el argot local llamamos campo, y cuyo grado de salinidad le es muy favorable (ver foto 3, Mayo de 2006, con la palmera en la parte superior derecha y el cabezo del Salar al fondo izquierda). La cercana acequia desde Cox a Granja de Rocamora -invisible, pero un poco más lejos-, separa estas tierras de las regadas y desalinizadas por las aguas del río Segura, a las que llamamos huerta, las cuales, a diferencia de las del campo, se pueblan de carrizo en vez de barrilla si dejan de cultivarse (foto 4, Mayo de 2006).
Bastantes ejemplares de datileras producen hijuelos en el tronco a poca altura del suelo cuando son jóvenes (la palmera Imperial de Elche tuvo este origen), pero este caso es distinto, ya que si la emisión de hijuelos ocurre por encima del nivel del suelo, las palmeras hijas solo tienen como base de supervivencia y desarrollo el tronco y el sistema radicular de la madre que las originó, y de él dependerán siempre, mientras que en el caso de ahijamiento múltiple que nos ocupa en las de Cox y Villena, cada palmera hija tiene sus propias raíces dentro del sistema común, que se va ensanchando con los años, y deberá vivir por su cuenta, dependiendo su futuro de la competencia con sus hermanas para destacar o no del grupo, aunque, obviamente, las últimas en nacer serán las que menos posibilidades tengan.
Esta clase de palmeras de gran ahijamiento desde la base es poco fácil de observar, puesto que no se da en abundancia. Quien esto escribe ha visto pocos casos semejantes en su ya larga vida. El de Cox que comentamos es importante por su tamaño, y en el más reciente de Villena en el parque Ruperto Chapí (foto 5), se cuenta con la suerte añadida de que se trata de una joven palmera en la que apenas empieza a destacar el futuro tronco principal, por lo que podemos ver, sin recurrir a la imaginación, cómo debió comenzar su desarrollo la de Cox hace cincuenta o sesenta años. Digamos de paso, para los ajenos a la Botánica, que este fenómeno, aunque raro en las palmeras, es propio de muchísimas familias de plantas, las gramíneas entre ellas, a las que, por ejemplo, pertenece el trigo, de cuya semilla nace primero una sola planta, pero que durante la fase de ahijamiento se divide en varios tallos que producirán otras tantas espigas.
El desarrollo vegetativo que vemos en la zona inferior de la de Villena es la respuesta a una poda reciente, pues las hojas de sus ahijamientos han crecido recortadas, y esto sucede así porque el crecimiento se produce en la base de las mismas, y no desde la yema apical o superior, como ocurre en otras plantas. Días después de fotografiarla fue podada nuevamente, pero volverá a rebrotar hasta que, por sucesivas podas, agoten su vigor las palmeras hijas y queden solo sus muñones como testigos.
La relación de Cox con la palmera datilera es especial, no solo por la presencia de la que hablamos ahora en la calle Zaragoza, más la singular existencia de la mucho más antigua que popularmente llamamos La Culebra, situada ésta en la confluencia de las calles de Narejos y Oviedo, de la que luego hablaremos, sino también por su abundancia en otros tiempos. En la foto 6, hecha a primeros del siglo XX, podemos ver que Cox era un palmeral casi uniforme, intercalado de calles y casas; y hacia mediados del mismo todavía quedaban cinco huertos en su casco urbano, por lo que dudo que hubiera en la península algún pueblo que nos superara en número de palmeras por habitante. En cuanto a la profundidad de sus raíces, por estas calendas, cuando se hacía un pozo doméstico se llegaba al nivel freático excavando hasta una profundidad de unos diez metros, por lo que con cavar dos o tres metros más se tenía suficiente reserva de agua permanente para el gasto familiar; y cuento esto porque por entonces trabajé en la apertura de uno de estos pozos, y pude ver que, hasta esas profundidades, las raíces de una palmera que había en el patio de una casa estaban presentes y las seguíamos cortando para excavar hasta finalizar la obra.
En otras ocasiones ya hemos dicho que las palmeras no son árboles, aunque por su tamaño lo parezcan, pues su naturaleza no es leñosa sino herbácea. En lenguaje vulgar podríamos decir que son como matas de hierba capaces de alcanzar, en el caso de nuestras datileras, algo más de veinticinco metros de altura y vivir unos doscientos años en posición natural, pero sin llegar a los treinta, resultando, en cierto modo prodigioso, que con unas raíces, aunque profundas como se ha dicho antes, pero tan delgadas como dedos humanos, se mantengan verticalmente con pesados troncos de más de veinticinco metros de altura, terminados a su vez en penachos de grandes hojas y pesadas cosechas de dátiles, siendo capaces, además, de curvarse sin caer en días de vendaval. Naturalmente, a partir de ahí, la Física impone sus leyes a la Biología, y aunque la palmera podría vivir mucho más de doscientos años (o doscientos veinte, y alcanzar los veintiocho metros en algún caso conocido), antes de llegar a los treinta se cae al suelo cualquier día de fuerte viento.
Pero si variamos la forma del tronco, el caso es distinto. Nuestra singular palmera Culebra -que no me resisto a citar cuando se trata de palmeras-, seguramente duplica la teórica edad de doscientos años que hubiera vivido de haberlo hecho en posición natural, pues los primeros 19’80 metros de su tronco han crecido horizontalmente a ras del suelo, formando una circunferencia casi perfecta hasta volver al punto de partida, donde se levanta adoptando la forma vertical con algo más de cinco metros crecidos en el último siglo. Sabemos con bastante precisión la velocidad de crecimiento medio anual de esta especie en su forma natural, pero no hay constancia -al menos que yo sepa- de datos de desarrollo en posición horizontal, el cual, como ocurre en casi todas las especies vegetales, es muchísimo más lento. Y por lo que respecta a la Culebra, puedo asegurar que en los últimos ochenta años solo ha crecido cuatro metros en vertical, pues recuerdo (ser viejo tiene sus ventajas) que sus cosechas de dátiles -es un ejemplar hembra-, todavía se apoyaban sobre el punto de nacimiento de su propio tronco hacia los años 40 del pasado siglo, lo que la convierte en un monumento vegetal único. Puede que Cox tenga (estoy convencido de ello) el ejemplar de Phoenix dactylifera más vieja del mundo. A día de hoy vive sobre raíces adventicias, y parte de su viejo tronco se halla descompuesto por falta de protección y conservación.
Pese a todo esto, en 2006, año de su trasplante hasta el lugar que hoy ocupa, estuvo a punto de ser destruida, aunque se salvó por casualidad. Pero este es otro tema.