“CUADRILLA DE SEGADORES” Rafael Moñino Pérez
CUADRILLA DE SEGADORES
Rafael Moñino Pérez
Con doradas mieses
La Mancha le espera;
Después, Aragón,
menos tempranera.
Las hoces prepara
y el hato sencillo;
triste está su casa;
pobre, su bolsillo.
Sus hijos le besan,
le abraza su esposa:
cuidados le encarga
por él temerosa.
Que a su esposa fíe,
dijo al panadero;
también, otro tanto,
le encargó al tendero,
pues él, a su vuelta,
traerá los dineros
que paguen, y atiendan
tiempos venideros.
Doce segadores
forman la cuadrilla,
doce ganapanes:
zoqueta y corvilla,
fajas, alpargatas,
camisas, chalecos,
pantalones anchos
de raídos flecos,
zurrones repletos
de pan y tocino,
sardinas saladas
y botas de vino.
En la plaza aguardan
once compañeros,
dando, como él,
adioses postreros.
Hacia el tren caminan
pisando el sendero
que tantas cuadrillas
hollaron primero.
La locomotora,
estridente, chilla,
vomitando a chorros
humo y carbonilla.
-¡Qué portento –piensan-,
que el carbón ardiendo
empuje los trenes
y salgan corriendo!
Largo será el viaje.
Vagón de tercera;
de asientos, listones
de dura madera.
Incómodo asiento
sumado al sonido
por el traqueteo
del raíl herido.
La noche les llega,
por fin, relajados,
bullendo en quimeras
al sueño entregados.
Cualquier fantasía
que anide en sus mentes
provoca delirios
al gozo renuentes.
Surcan sus cerebros,
apenas dormidos,
ruidos de metales,
ayes y quejidos,
que en el duermevela
del cuerpo inestable
toda pesadilla
es inmensurable:
solo les alivian
de sus desazones
tediosas paradas
en las estaciones.
Por fin amanece.
Cerca está el destino.
Les espera un carro
con mulo zaino.
Lo conduce un mozo,
viejo conocido;
llevarles al tajo
es su cometido.
En él se acomodan
con el equipaje,
y al paso del mulo,
reanudan el viaje.
Del tren a la finca
hay más de dos leguas
por duros caminos
de baches y piedras.
Añoran el tren,
porque su rudeza
sus cuerpos trataba
con menos dureza.
Por fin, soportando
soles y fatigas,
se avista la casa
sobre un mar de espigas.
Comida ligera;
visita al pajar
a dejar sus cosas,
y luego, a segar.
Pese a estar cansados
y peor dormidos,
segando, se curvan
sus cuerpos dolidos.
La mies, correosa
por estar tumbada,
dificulta el corte
de la hoz dentada.
Mas no importa el caso:
que al buen segador
le sobra experiencia,
y abunda en valor,
pues sabe que, haciendo
sus poros sudar,
vendrán la fortuna
y el pan a su hogar.
La tarde amortece.
Refresca el ambiente
y alivia sudores
el Sol a Poniente.
Pronto, el mayoral
con su voz tonante
dirá: -¡Dad de mano!
¡Por hoy, ya es bastante!
Regresan a casa.
Hora es de la cena.
De varias cuadrillas
la estancia se llena.
Potaje les sirven,
vino generoso,
chacina de cerdo
y pan esponjoso.
Corriendo la bota
entre tiento y tiento,
platican lanzando
faroles al viento.
Lían sus pitillos
después de cenar;
luego, sin tardanza,
marchan al pajar.
De tela de saco
colchones de paja,
y por cabecera
la doblada faja.
El sueño les llega,
que, cuerpos cansados,
lujosos colchones
los dan por sobrados.
Cuando el gallo canta
y el lucero brilla
dan voz imperiosa:
¡Arriba, cuadrilla!
Se levantan prestos,
pues en la cocina
esperan las migas
con vino y chacina.
Salen hacia el tajo
clareando el día.
A lomos del mulo
el mozo les guía,
y en amplias alforjas
de pleita forrada
transporta el avío
para la jornada,
que en pleno rastrojo,
a soles y vientos,
trabajo y comida
tendrán sus momentos.
Cuando Febo asoma
su faz por Levante
comienzan la siega
besana adelante.
Larga es la mañana
hasta el mediodía;
el Sol en su cenit
rigores envía,
fustiga sus lomos
con rayos hirientes;
sus poros chorrean
cual si fueran fuentes.
Hora es de comer.
El mozo, el cocido
tiene preparado,
y va bien servido
de carne, patatas,
garbanzos, tocino,
dejando a la bota
cumplir su destino.
Por mesa, la tierra;
por asiento, el suelo;
por sombra, el sombrero;
comer, el consuelo.
Y así, la constante
rutina acontece:
disciplina el cuerpo
y el alma embrutece.
Solo los recuerdos
de los familiares
mitigan tormentos
y alivian pesares.
Tras varias semanas
la siega es finada;
duró demasiado;
de Aragón, no hay nada.
Fue buena cosecha;
bien aprovechada.
El amo, contento,
dio buena soldada.
Tiempo es de volver
hacia el pueblo amado,
otra vez en tren,
al hogar soñado.