EL RULO “CHAFATERROSES”. Por Rafael Moñino Pérez
EL RULO “CHAFATERROSES”
Rafael Moñino Pérez
MIÉRCOLES 14-04-2021
Empiezo pidiendo disculpas por el entrecomillado del título a los jóvenes, pues seguramente no habrán identificado que detrás de él se halla un apero que en su día fue muy importante en las tierras de la Vega Baja. Los mayores seguro que lo han comprendido perfectamente porque además de recordarlo está escrito tal cual se hablaba en lenguaje huertano, ya que en castellano correcto se escribiría chafaterrones. La faena de chafar o deshacer terrones era un trabajo obligatorio después de labrar, sobre todo si esta labor se hacía con arado de vertedera cuando el terreno estaba apelmazado y seco. Para muchos cultivos de siembra, especialmente en los de semilla pequeña como alfalfa, cáñamo, trigo, cebada y otros, la tierra tenía que estar desmenuzada para que la semilla no cayera muy profunda y pudiera nacer. En cultivos de planta, especialmente, ajos y cebolla, se plantaban a mano cuatro hileras de dientes de ajo o plantas de cebollino en pequeños caballones, y para ello la tierra debía ser especialmente fina para poder clavar los bulbillos y cubrirlos ligeramente y que el agua de riego no los arrastrara. Para conseguir esto se daban las suficientes labores de labra, pases de rulo y atablado hasta que la tierra quedaba en las condiciones requeridas por el cultivo a instalar.
Pero este utilísimo apero no se podía usar siempre en cualquier bancal. Muchas parcelas de la huerta no tenían, como también se decía entonces, entrada de carro, pues si no había camino para que un carro pudiera entrar en la parcela, el rulo tampoco entraba, ya que su anchura no permitía transportarlo por sendas de herradura sin peligro de que cayera a un brazal, por lo que no había más remedio, para desterronar, que encomendarse al dios celta Sucellos y recurrir al mazo, utensilio de madera de largo astil, y de cuyo manejo tenemos amarga memoria los más viejos, pues no solía bastar con una sola pasada sino que, a veces, era necesario dar dos o tres tras las correspondientes labores de arada. El uso del mazo era el precio a pagar por no haber caminos de entrada a las parcelas, pues para muchos agricultores la tierra era demasiado valiosa para dedicarla a caminos en vez de a cultivo, algo que suena extraño hoy cuando vemos tantos bancales convertidos en carrizales.
Pero todo esto cambió cuando llegó la mecanización. Los vehículos a motor sustituyeron al carro y las yuntas de animales, y necesariamente hubo que hacer caminos. Pero esto, paradójicamente, también significó la muerte del rulo como apero agrícola, ya que el rotovator lo hace innecesario porque desmenuza la tierra mucho mejor, así que fue principalmente este apero de azadas rotativas movido por la toma de fuerza del tractor quien le dio, por así decirlo, la puntilla. El rotovator se incorporó a las labores de la huerta hacia los años cincuenta del pasado siglo, y fue toda una revolución, pues resolvió los problemas de rastrojos y restos del cultivo del cultivo anterior para instalar el siguiente, pues los trituraba e incorporaba a la tierra como materia orgánica sin necesidad de quemarlos o sacarlos fuera de las parcelas para que no estorbaran.
Volviendo al tema principal, el rulo, que hoy se encuentra abandonado y a veces roto en las fincas de la huerta, las medidas y pesos de los que he visto se hallan entre 1’06 y 1’33 m. de largo, de 0’41 a 0’48 m. de diámetro, y un peso entre 402 y 471 kilos. El más pesado de los que conozco, 594 kilos, está en el museo etnográfico de Cox, pues tiene 1 m. de largo y 0’55 m. de diámetro. El motivo de su escasa longitud se debe a que se construyó especialmente para trasladarlo, con muchísimo cuidado, por una senda de herradura hasta dejarlo en una parcela que distaba menos de 100 metros del camino. El material de fabricación, salvo raras excepciones, es piedra caliza natural, aunque alguno vi hace tiempo fabricado con un tubo de hierro relleno de cemento, y también los hubo de aglomerado de guijarros con cemento como se ve en una de las fotos. Algunos rulos se salvaron del olvido gracias a una original forma de reutilización para soporte de estaciones de Vía Crucis, como puede verse en el barrio de Los Dolores, entre Callosa y Catral. El ejemplar de la foto es de piedra aglomerada.