“A OJO VOLANDERO: ¿LATINOAMÉRICA?”. El Cojense
“A OJO VOLANDERO: ¿LATINOAMÉRICA?”
El Cojense
JUEVES 03-11-2016
Escribo esto cuando todavía no se ha celebrado la Cumbre Iberoamericana en Colombia, a donde asistirá nuestro rey, el rey de España –perdonen la innecesaria precisión: digo España y no “este país”, como suelo oír frecuentemente. También se suele oír, valga la redundancia auditiva, aunque con menos frecuencia, el vocablo Latinoamérica para designar al conjunto de países iberoamericanos.
Así, Latinoamérica, es como llama alguna gente al conjunto de naciones iberoamericanas, lo cual, visto a ojo volandero debe estar muy en consonancia con la presencia de legiones romanas en aquellas tierras capitaneadas por Julio César y otros mandamases de la época, porque si no es apoyándose en la presencia de las águilas de la antigua Roma dominando a los indígenas para imponerles su lengua y costumbres como hicieron con casi todo el mundo conocido entonces, no sé por qué algunos llaman así a Iberoamérica. Los indios, efectivamente, aprendieron dos lenguas latinas: español y portugués, fruto de la mezcla del latín y las lenguas ibéricas, y algunos de ellos aprenderían posiblemente el latín romano de labios de los frailes que les convirtieron al cristianismo. Tengo para mí que las águilas que inspiraron el vocablo Latinoamérica no eran romanas, sino españolas, y que la causa de su adopción no tiene que ver con estas rapaces de alto vuelo, sino más bien con la envidia de los pollos de corral por la osadía y el arrojo alcanzado por ellas para avistar y colonizar un nuevo mundo desde su altura.
También hay que recordar que America la descubrió Cristóbal Colón con la tutela y financiación de la corona española -ya veo la sonrisa de alguno. Dirán: Eso lo saben hasta los niños de primaria-. De acuerdo, pero no está de más decirlo porque hay bastantes lumbreras insistiendo pertinazmente en que fueron los vikingos, y alguno de estos sabe hasta el nombre y apellidos de la madre de quien los mandaba. Evidentemente, no hay más que echar un somero vistazo para comprobar que la lengua, leyes, ciudades y costumbres vikingas están ampliamente extendidas y reconocidas por toda América del Norte, que fue a donde dicen que llegaron primero, olvidando que lo que les llegó a los del Norte, cuando ya se sabía donde estaba cada cosa y bastaba con poner la proa hacia allí, fue un barco, el Mayflower, procedente de Inglaterra con lo mejor de cada casa, gracias a lo cual apenas quedan hoy pieles rojas nativos para contarlo. A cambio, nosotros, que pasamos por ser los malos, pero que dimos a los nativos unas Leyes de Indias que les consideraban personas con derechos bajo la protección del rey, leyes de las que en esa época muchos países civilizados carecían, tenemos el sambenito de la leyenda negra tan por montera que hasta algunos de nosotros nos la hemos creído tontamente pese a ver que los países iberoamericanos están superpoblados de indígenas puros y mestizos por la mezcla de sangre nativa, española y portuguesa; de haberlos matado, como se hizo en el Norte, ni existiría esta gente ni el tesoro cultural que compartimos los que hablamos, pensamos, escribimos y rezamos en la misma lengua a uno y otro lado del Atlántico. Por esto, cuando llega la fecha del 12 de Octubre, pese a que algunos zascandiles que se llaman a sí mismos progresistas pretendan quitar las estatuas de Colón de sus pedestales para celebrar el día del nativo maltratado, yo prefiero seguir celebrando -cuestión de gustos; allá cada cuál con el suyo- el Día de la Hispanidad.
Otro asunto importante es el del nombre que se dio al continente descubierto por los españoles: América, derivado del de un florentino llamado Américo Vespucio, que por descubrir no descubrió nada que no estuviera descubierto, y del que sobre la veracidad de muchos de sus viajes hay dudas más que razonables. Colombia, precisamente donde este año se celebra la Cumbre Iberoamericana con la presencia del rey de España, debió ser, en honor de Colón, el nombre del nuevo mundo descubierto, y si no éste, otro cuyo significado fuera más acorde con el origen e importancia de su descubrimiento. Ya sé que esto es tan inútil como hablar en desierto, pues muerto el burro, la cebada al rabo. Pero estas cosas, tanto por sabidas como por olvidadas, conviene recordarlas y, aunque sea plagiando la frase que solía emplear con cierta frecuencia para otros casos un expresidente de gobierno español contemporáneo con su gracejo y seseo andaluz (seseo que pasó e inundó también a Iberoamérica), quiero afirmar que “estas cosas hay que desirlas”. Pues, eso: Dicho queda.