LAS COSAS, POR SU NOMBRE

imgres Rafael Moñino Pérez

Agente de Extensión Agraria

 

LUNES 08-06-2015

Aunque nuestro modo de hablar está infiltrado hasta la médula de lo que atinadamente se llama lenguaje figurado, cuando las palabras que se emplean para contar o explicar algo se salen de lo correcto conviene volver a los orígenes y llamar a cada cosa por su nombre, si bien, a veces, en el terreno estrictamente diplomático, convenga soslayar o suavizar cierta terminología; pero ese campo tiene sus propias reglas, en las que obviamente no vamos a entrar.

            Sirva este breve preámbulo para señalar que nos llega, como todos los veranos con sus reiterados incendios forestales en el área mediterránea -donde la intencionada y criminal acción humana admite pocas dudas de su altísimo porcentaje en los mismos-, el inadecuado lenguaje empleado por la generalidad de los medios de difusión, especialmente los hablados, cuando nos cuentan estos sucesos, pues nos encontramos, si atendemos a la literalidad de los términos empleados, con que no solo se calcina lo que no existe, sino que al hablar de los recursos utilizados en la extinción del fuego se forma un galimatías tan falto de coherencia que si no adivinásemos el propósito del comunicante nos quedaríamos sin comprender casi nada. Siento hacerme pesado, pues no es la primera vez que saco este asunto a colación, pero me subleva el mal uso del lenguaje cuando  se le da reiterada publicidad, y aún más por los que lo tienen por herramienta de trabajo, así que, a sabiendas de que no servirá de gran cosa, veamos lo más sustancioso de la terminología erróneamente empleada y su verdadero significado.images

Monte bajo: Esto, que se calcina una y otra vez, simplemente no existe. El monte bajo es el rebrote de los árboles después de una tala, y el pino carrasco que puebla nuestros montes no lo hace. Podrían rebrotar, si se talaran, algunas especies de los pocos reductos de bosque mediterráneo que todavía perduran en algunos lugares de nuestro territorio, pero esto queda fuera de toda lógica conservacionista. La confusión viene de la mano del tamaño aparente, donde lo que no es alto es bajo, y por ende, se mete todo en el mismo saco y se le llama monte bajo tanto al matorral como a los pinos pequeños o pimpollos.

Efectivos: Cuando el monte se quema, salvo cuando es accidental por efecto del rayo y no llueve a continuación como sucede casi siempre, hay que tratar de apagarlo para disminuir el daño; esto lo diría Pero Grullo, y también este quimérico personaje añadiría, sin meterse en barrizales lingüísticos, que llamaran a los bomberos: vean qué fácil. Pero en su lugar, complicando las cosas como se suele, interviene el numeral de efectivos, adjetivo plural con intencionalidad homogénea y única de individuos pero totalmente heterogéneo en su significado, por que los efectivos para apagar un incendio se componen, cuando menos, de personas y material diverso como agua, mangueras, motobombas, mochilas de palanca o de presión previa, elementos de protección ante el fuego, y hasta animales de carga y tiro, apoyado todo ello en un adecuado plan logístico ideado por expertos forestales y gente conocedora del terreno. Pero como en lugar de esto se nos dice, por ejemplo, que en la extinción de tal fuego han intervenido cuarenta efectivos, se comete el error de sumar elementos heterogéneos, pese a que, ya de niños, nos enseñaron en primaria que no se pueden sumar peras con manzanas. Añadiríamos también, antes de continuar, que el abuso inadecuado de este adjetivo se extiende a otros muchos asuntos (Méjico ha movilizado “más de cuarenta mil efectivos -según RNE-entre policía y ejército” para asegurar el orden durante las elecciones), lo que demuestra que el término en cuestión se ha convertido en una muletilla recurrente, pero, como es notorio por su propia naturaleza, lo primero que señalan las muletas es la cojera de quienes las usan.

Medios: Este adjetivo plural es, en este caso, totalmente homologable con el anterior, pues viene a significar prácticamente lo mismo para el comunicante de turno, aunque en puridad intencional cabría pedirle que distinguiera en medios terrestres y aéreos, descartando los navales tratándose de áreas montañosas, por que algunas veces ni especifica que se trata de aeronaves. Los medios, tal que los efectivos, también son heterogéneos y precisan de la correspondiente agrupación numeral por clases y cometidos, pero no: Como en los efectivos, pluralizan el plural y nos largan que en la extinción del fuego han intervenido siete medios aéreos -o sea, que van por el aire, menos mal-, y adivinen ustedes su forma y clase. Pero en mi caso, como me gustan las matemáticas (aunque soy algo torpe con ellas), entiendo que siete medios aéreos son tres coma cinco enteros aéreos, y todavía doy gracias al informante por simplificar y en lugar de siete medios se le ocurra decirme que son catorce cuartos o veintiocho octavos para complicarme el cálculo.

Calcinar: Lo primero que salta a la vista es que calcinar, eso que parece tan fácil, no lo es salvo casos especiales, como la cremación en hornos adecuados, por ejemplo. Calcinar, o su equivalente incinerar, es reducir lo orgánico a sus componentes minerales, y en el monte se quema mucho, se carboniza bastante y se calcina muy poco. La cremación, como todo, tiene sus gradaciones, y la más completa, la calcinación, se produce en el monte sobre la hojarasca, la hierba seca y las partes más delgadas de los árboles, lo que proporcionalmente en peso no es mucho.  Consideradas las tres fases de la combustión: expulsión del agua, combustión violenta, y combustión lenta, para cada tipo de bosque nos daría resultados ajustados a la naturaleza, exposición y desarrollo de sus especies vegetales. Pero para nuestros ínclitos comunicadores, cien, doscientas, o tres mil hectáreas son, de entrada, calcinadas sin piedad. Dicho así, les debe parecer a los oyentes o lectores de la noticia que se han calcinado hasta las piedras y podremos utilizarlas para encalado de fachadas.

            Y aún tendremos suerte si después de calcinar montes bajos y tratar de remediarlo con efectivos, medios, o enteros, no nos rematan la faena con un “punto y final” como ahora se estila en las mejores escuelas degradadoras del lenguaje.